Ebanezer Scrooge, personaje creado por Charles Dickens y antihéroe por excelencia que dio vida al personaje de Disney, Rico McPato, es también una veta de lecciones para los hombres de negocios… Sobre lo que nunca deben hacer.   Al Cuento de Navidad de Charles Dickens le ha sucedido lo mismo que a la Novena Sinfonía de Beethoven: se ha convertido en un lugar común. Así como hay cientos de interpretaciones del Himno a la Alegría, hasta los Muppets tienen su versión, Walt Disney hizo lo propio con el cuento de Dickens: el tío Rico McPato era Ebanezer Scrooge. Scrooge se ha convertido en el antihéroe por excelencia: ese hombre que odia la Navidad y, como todo símbolo popular que se precie de serlo, tiene sus leyendas, ha sufrido transformaciones y ha devenido en algo que se aleja de su propio origen y naturaleza. Muchos que lo toman como emblema lo confunden con figuras como el Grinch y no tienen idea lo que representa. Charles Dickens jamás se imaginó que ese sería el personaje más popular que emergería de su pluma. Tampoco pensó que su ejemplo serviría para dar lecciones a los hombres de negocios. En términos generales, siempre he pensado que el mundo de los deportes tiene muchas similitudes con el universo empresarial. Con la relectura del cuento de Dickens me doy cuenta de que muchos personajes literarios nos pueden alumbrar sabiduría profesional. Ebanezer Scrooge era, según las propias palabras de Dickens, un hombre con reconocido nombre mercantil, su firma era la estampa de la seriedad de un negocio. Pocos saben que este hombre era un cambista que gozaba de prestigio en el mundo de los negocios, pero no era un hombre querido. Scrooge tenía talento, pero se perdió en las trampas que entraña hacer algo muy bien. Así sucede con las organizaciones que se pierden en el bosque de las competencias, sin definir un modelo que les permita dar sentido a su quehacer. Scrooge era un hombre que trabajaba sin cesar, que ahorraba hasta rayar en los límites de lo miserable y que no era capaz de disfrutar de las mieles de los éxitos. El principal problema de Scrooge pareciera ser que no tenía definición. Carecer de definición nos hace pasar por alto el momento en el que hemos alcanzado una meta y persistimos en el esfuerzo hasta el desgaste. Por otro lado, al carecer de definición, Scrooge no sólo se sometía a sí mismo al rigor del trabajo demencial sino que lo hacía con sus colaboradores que no recibían ni aliento ni reconocimiento por parte de su jefe. Eso, evidentemente en un equipo de trabajo del mundo real, causa desmotivación y a la larga, desgaste. Si bien Scrooge carecía de visión, es decir, de la capacidad de vislumbrar lo que viene y poder compartirlo de manera realista con el equipo, también le faltaba la capacidad empática para innovar y adaptarse a los cambios. La imagen del cambista que tuvo necesidad de recibir la visita de ultratumba de Marley, su socio, para hacerlo reflexionar, es la necedad de algunos líderes de cegarse ante la necesidad de su equipo de trabajo y someterlos a esfuerzos que no llegarán a ningún lado. El ego exacerbado de aquellos que se encuentran en una posición de poder los lleva a cerrar los sentidos, a apretar los ojos y a dejar de escuchar. Al señor Scrooge le hizo falta poner atención e incentivar las emociones que son el combustible del motor para guiar esfuerzos. No entendió que con base en el entendimiento de los demás se incorporan fuerza e impulso al trabajo. Hay ocasiones en que es sencillo motivar al equipo, darle reconocimiento; hay otras, en que eso significa tomar en cuenta ideas e incorporarlas al sistema de trabajo. Entender que la gente es capaz de engendrar ideas y que atenderlas es buena idea. Dickens no dotó a Scrooge con efectividad interpersonal, es decir, no tenía la capacidad de relacionarse de manera consistente y congruente de manera que se crearan círculos de confianza. Es verdad que el empleado del cambista siempre supo lo que podía esperar de su jefe, lo malo es que no eran cosas muy buenas. El Cuento de Navidad de Charles Dickens no pretende ser una lección de liderazgo, ni Scrooge un modelo de referencia. Sin embargo, de la lectura del cuento podemos llegar a conclusiones valiosas. El liderazgo es una competencia difícil de encontrar. Se disfraza fácilmente con los vestidos de una tarea bien hecha, pero un líder necesita más que saber hacer bien las cosas. Uno de los grandes desempeños de un líder es la empatía, que es esa característica específica que ayuda a la formación de equipos de trabajo y a calibrar los ritmos necesarios para conseguir objetivos y llegar a la meta. El líder debe abrir los sentidos y estar alerta de su entorno y al pendiente de su equipo de trabajo. El ejemplo de Scrooge nos sirve para entender que un líder que no incorpora la gestión humana a su quehacer, pierde visión y sentido en su labor. Puede ser una persona que logra con eficiencia resultados pero que puede extraviarse en el laberinto de la cotidianidad. Las lecciones que aprendemos de este antihéroe tan popular en nuestros días es que, en las bases, todo líder debe sustentarse en valores sólidos, debe tener la capacidad de saberlos transmitir, de convocar la participación de su equipo de trabajo, ya que de lo contrario corre el riesgo de dilapidar su esfuerzo. Todos conocemos jefes como Ebanezer Scrooge. La lección es saber si nosotros, al ponernos frente al espejo, reconocemos características de esta figura que ha llegado a alcanzar altísimos niveles de popularidad. Si es así, es momento de recomponer el camino y forjarnos como personas capaces de alentar la creatividad, de avivar el entusiasmo, de encender la chispa y de producir mayor sentido de pertenencia.     Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @CecyDuranMena Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena       *Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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