Por Alfredo Kramarz Pérez* En la 58° Asamblea General de las Naciones Unidas, celebrada el 25 de septiembre de 2003, Néstor Kirchner pronunció un discurso que contenía la siguiente frase: “Nunca se supo de nadie que pudiera cobrar deuda alguna de los que están muertos”. Sus detractores oyeron un conjunto de palabras rimbombantes e irresponsables, porque su traducción en términos de política exterior resultaba dañina para la imagen del país. Aquella expresión, si bien no fue un paréntesis reflexivo en el ruido del mundo, al menos sirvió para construir expectativas. Su mensaje articulaba el hartazgo de buena parte de la sociedad respecto a los problemas derivados de la deuda externa y representaba una seria advertencia para los acreedores internacionales. Un planteamiento critico que alineaba a su ejecutivo con otros movimientos latinoamericanos que se auto concebían como destinados a ganar una década. Roberto Lavagna, exministro de economía con E. Duhalde y N. Kirchner, negoció las condiciones de pago y hoy su gestión es debatida por el actual gobierno (especialmente tras conocer su interés por ser candidato presidencial). Durante esa etapa convulsa el concepto “fondos buitres” alcanzó su apogeo y se extendió la duda sobre los fines de las instituciones financieras internacionales. En esta legislatura la petición de un nuevo rescate bancario al Fondo Monetario Internacional resucitó viejos fantasmas. Retornó la idea de que el FMI es un dispositivo de gobernanza al servicio de la globalización o, dicho de otro modo, una institución diseñada para rescatar gobiernos afines y no países. Acotar la incertidumbre de los mercados fue una de las divisas que guió a los negociadores argentinos en Washington. Semanas en las que se proyectaron todo tipo de elucubraciones; por ejemplo, respecto a la buena sintonía entre Christine Lagarde (directora gerente del FMI) y Nicolás Dujovne (ministro de hacienda). Ejercicios acompasados de mutuo reconocimiento que alcanzaron el éxtasis con la concesión del mayor crédito en la historia del FMI y que tuvo otros instantes álgidos como la complicidad mostrada en Buenos Aires durante la última cumbre del G20. Argentina vivió en estos meses un desembolso ingente de dólares y el tramo final del préstamo llegará en el trimestre clave para la campaña electoral. Mientras tanto una parte considerable de la población continúa preocupada por los precios de los alimentos, los costes de la energía y la subida constante del dólar. Situación que ha provocado que los economistas asuman el control definitivo de los platós de televisión y paradójicamente, que algunos presentadores salten a la arena política (pienso en Marcelo Tinelli). El saber técnico especializado mezclado con la expresión coloquial es contenido imprescindible dentro de las tertulias que cuentan con mayores audiencias. Búsqueda constante de lo irrefutable con la intención de apaciguar el miedo al eterno retorno de la crisis. Tentativa, consciente o no, de colonizar con racionalidad científica la experiencia generacional de los sucesivos desastres económicos. Un contexto emocional que exige una respuesta no esquiva a una cuestión siempre aplazada: ¿Cómo recuperar la confianza? Reglas claras y acabar con la corrupción son los clichés empleados por un gobierno que pide más tiempo. Por el momento, los índices de confianza del consumidor y la variable “riesgo país” no invitan al optimismo. La grieta -división política en bloques antagónicos- introduce cegueras epistémicas, estímulos al desengaño y perdida de mesura en los prudentes. Ambiente viciado en el que culpar a los otros no tiene límite temporal definido. Mentalidad partisana que no rehúye politizar la pérdida de un padre (el fallecimiento de Franco Macri) o la enfermedad de una hija (el caso Florencia Kirchner). Desmesura en el análisis que afecta a toda la estructura institucional. Un ejemplo palmario es la valoración militante de las sentencias dictadas por los Tribunales de Comodoro Py. La notoriedad pública de jueces y fiscales, con independencia de sus trayectorias, es un síntoma inequívoco del desborde de la tensión partidista/parlamentaria hacia otras esferas de la república. Ahora toca hablar del futuro porque no hay presente con una dirigencia pendiente de la fertilidad del campo para cuadrar las cuentas (la esperada cosecha de trigo, cebada, centeno o soja es descrita como “salvadora” de la economía nacional por su importante generación de divisas). Asistimos a una emulsión de pasiones en la ciudadanía, desde el enojo a la apatía, fruto del cansancio provocado por tantos años de inmoralidad y rapiña. Ha comenzado la cuenta atrás para el incierto escenario electoral de octubre. *Doctor en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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