Los colombianos están acostumbrados a vivir en medio de actos terroristas. Durante la época donde los carteles de la mafia de Medellín y Cali amedrentaban con bombas que producían ataques en masa, pasando por los centenares de actos perpetuados por las FARC, que incluyen masacres de pueblos completos hasta explosivos de alto impacto en clubes sociales en Bogotá. Muchos de los habitantes de este país tienen una historia dentro de su vida donde algún conocido, familiar o incluso ellos mismos tuvieron que hacer parte en directo del miedo de una explosión, heridos, confusión, pólvora, ambulancias y todo ese sinsentido y desasosiego que sólo entiende el que ha hecho parte del terrorismo. El atentado generado en la capital del país no es la excepción, de hecho para muchos es un recuerdo de esa época donde Bogotá era un lugar de miedo: El artefacto fue ubicado en uno de los centros comerciales más populares del segmento A del país, en un sábado de alta afluencia de personas buscando comprar los regalos de Día del Padre. Con un saldo de tres muertes (que incluyen a una ciudadana francesa) y una decena de heridos, Enrique Peñalosa, alcalde de la ciudad, ha repudiado el hecho de manera contundente. La capital de Colombia ha sufrido en los últimos dos años once atentados bajo estas características, cargas explosivas de bajo impacto (2 kilogramos o menos), que ubican en lugares como instituciones financieras, entidades de salud o del Estado. En este caso donde el artefacto fue ubicado en el baño público de mujeres del segundo piso del centro comercial, sólo termina de mostrar que hay barbarie detrás del hecho. Sobre los responsables, el ELN (Ejército de Liberación Nacional, y para muchos el principal sospechoso del hecho), salió de manera rápida -y sospechosa a la vez- a negar su responsabilidad, mientras se perfilan otros actores que hacen parte de la nueva historia del país como el ‘MPR’ (Movimiento Revolucionario Popular, conformado por exguerrilleros de células urbanas) y el ‘Clan del Golfo’, considerada hoy la banda criminal más importante del país. En el imaginario de los colombianos este hecho demuestra que, con la paz firmada recientemente, la guerra no se iba a acabar, sino a transformarse a través de nuevos actores, que estarán conformados por disidentes, desertores y todos aquellos que dentro de los guerrilleros, narcotraficantes y paramilitares no han querido hacer parte de las diferentes negociaciones de paz que los gobernantes locales han luchado por más de 50 años. Será entonces la polarización que vive el país, basada en cómo el presidente Santos para muchos le entregó el país a las FARC, dentro del marco de la negociación de paz, un componente que aviva y aumenta el volumen alrededor de este atentado. Así todavía no se haya atribuido o hallado un responsable, implícitamente -y en las redes sociales también- lo que pasó es culpa o consecuencia de los últimos años de negociación. Siempre teniendo en cuenta que éste no es un pensamiento aislado, según Gallup,  Santos tiene hoy un 14% de aprobación, más de la mitad del país piensa que en un futuro cercano el modelo socioeconómico y político será más cercano al de Venezuela, además de una reputación marcada por el hecho de haber ganado el premio Nobel de la Paz (que muchos locales no terminan de procesar o confunden con un acto de ego). Así las cosas, el atentado terrorista del Centro Comercial Andino es una mezcla entre los recuerdos del ayer, la especulación del hoy y los miedos del mañana, en medio de un contexto donde la incertidumbre alrededor de la transformación de los grupos terroristas en partidos políticos no hace sentido con los actos de guerra, porque según la premisa, el país está comenzando a vivir en una época de paz. Confuso. En su obra Ante el dolor de los demás, la escritora norteamericana Susan Sontag ratificaba lo que muchos se niegan a oír: el exceso de guerra y de imágenes relacionadas con ella terminan volviendo a la opinión pública indiferente e insensible ante la misma, supongo que si ella hubiera tenido la oportunidad de ver el impacto de las redes sociales en sus afirmaciones hubiera quedado perpleja. No será éste el caso de los colombianos, así muchos piensen lo contrario, gracias a su extraordinario sentido de solidaridad, donde más allá de la polarización siguen luchando por consolidarse como uno de los mejores sitios del mundo para vivir. Puedo confirmar desde mi experiencia personal que sin importar cuántas veces viaje y recorra el mundo, siempre termino de vuelta en la hermosa Bogotá, rodeada por cerros y llena de gente buena, trabajadora y servicial. El que ha ido sabe que tengo razón. El que no ha ido espero que lo haga pronto.

 

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