Somos la especie más sociable, más sexual y más agresiva del planeta y necesitamos de un mecanismo para poder convivir socialmente: la culpa. Sin ella es imposible hacer familia y comunidad. Sin ella no hay acuerdos, ni responsabilidad, ni reglas, ni seguridad, ni futuro.

El temor es inmediato y suele desaparecer cuando el riesgo se disipa. La culpa, en cambio, es eterna, nunca deja de atormentarnos con el remordimiento. Ambos son mecanismos de auto-control de la especie.

La culpa es personal, si llega a ser pública, se convierte en vergüenza y es motivo de segregación o destierro de la tribu (club, empresa, iglesia, amistades o familia).

La culpa y la vergüenza son niveles de consciencia muy bajos para moderar nuestro instinto agresivo.  Sin culpa no hay comunidad, ni trabajo en equipo, ni cultura. Hay mejores niveles para la convivencia como la razón, el amor y la paz, pero cuando no se tienen en lo personal y sobretodo, en el sistema, la culpa es el antídoto a la violencia del hombre contra su misma especie.

No es un mecanismo perfecto, la historia está llena de guerras y genocidios, pero hemos sobrevivido y prosperado, así es que, cuando menos, la mayoría sentimos culpa, si actuamos fuera de alguna norma social y tenemos aversión a la crueldad propia o ajena.

El sociópata y el psicópata son una excepción a la regla, ninguno de los dos hace empatía con los demás y, por tanto, no sufren de culpa; son capaces de las peores atrocidades.  La diferencia entre ambos es que mientras sociópata es impulsivo, el psicópata es inteligente, paciente y manipulador y por ello, más exitoso. Un sociópata es un criminal expuesto, un psicópata es un criminal oculto. Los psicópatas florecen y prosperan en ambientes políticos, ya que son muy capaces de engañar y escalar sin escrúpulos al ápice del poder.

Hay una teoría alterna que propone una culpa primaria en los psicópatas, muy subterránea, muy primitiva y poco funcional, pero existente. En ese caso, el psicópata, incapaz de frenarse a sí mismo, inconscientemente busca dejar pistas o comete errores y excesos para que la comunidad lo detenga, para auto-destruirse antes de destruir por completo a los demás.

El psicópata puede mantenerse en el poder o la impunidad por mucho tiempo, pero si comete excesos, la comunidad lo suele frenar. No siempre. El psicópata se mantiene, si la comunidad está atemorizada, tiene pocos recursos culturales, de defensa legal o de fuerza. Salvo que su grupo íntimo lo deponga, no hay muchas opciones para deshacerse de él.

El populista suele ser un psicópata que se aprovecha del malestar de una gran parte de la población para engañarla, romper las reglas y perpetuarse en el poder. Constantemente pone a prueba el sufrimiento ajeno para saber hasta dónde el pueblo es sumiso y hasta dónde puede engañarlo. Es un equilibrio dinámico sadomasoquista que juega a la zanahoria y el garrote con la masa.

El populista-psicópata siempre es destructivo: destruye fuentes de empleo, patrimonio, riqueza, instituciones, independencia, libertad, medio ambiente, comunidad y convivencia. Él no vive en paz y, por tanto, no tolera la paz ajena.

Las democracias maduras suelen expulsar con rapidez a este virus social, y por ello son más prósperas. Tienen un buen sistema auto-inmune: los límites al poder son claros y las sanciones, contundentes.

Las democracias inmaduras no lo tienen. La comunidad oscila entre el temor y el auto-engaño, y suele apostar más a que el líder cometa graves errores y se autodestruya, por una culpa muy primaria, que no sabemos si existe.  Es mucho más sano ponerle límites al populista con rapidez y efectividad para reducir los daños.

Contacto:

Santiago Roel R. es Director y fundador de Semáforo Delictivo, herramienta de rendición de cuentas, evaluación y análisis del comportamiento de la delincuencia y violencia en México.*

Twitter: @semaforodelito

www.semaforo.mx

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