Es ampliamente esperado que el Banco de México mantenga su tasa de interés objetivo en 4% en su decisión de política monetaria calendarizada para este jueves. Ninguno de los 31 participantes en la Encuesta Citibanamex de Expectativas más reciente anticipa que la Junta de Gobierno ajuste su tasa en esta ocasión. Sin embargo, la decisión podría ser muy importante desde el punto de vista de comunicación, sobre todo porque hasta ahora la mayoría de los integrantes de la Junta de Gobierno mantiene la esperanza de encontrar una “ventana de oportunidad” para disminuir la tasa de interés al menos una vez más, aun cuando las condiciones para que eso suceda se han tornado cada vez más adversas.

Claramente ahora no es el momento para más recortes a la tasa de interés, aunque esto no debería atribuirse a que la inflación anual esté en 6.1%. Esa cifra se explica especialmente por el efecto de una muy baja base de comparación en el nivel de precios al consumidor hace un año, cuando empezaba la pandemia y los precios de los energéticos se colapsaron ante la expectativa de una recesión global prolongada. Una variación anual de más de 6% en los precios claro que importa por sus efectos negativos en el poder de compra de los consumidores. Pero, desde una perspectiva más amplia, tiene que considerarse también que es un efecto aritmético temporal luego de que en abril de 2020 la inflación anual alcanzara su nivel más bajo de la historia, 2.15%. Por lo mismo, el pico de abril de 2021 ya se preveía y se espera que a partir de mayo la inflación anual disminuya de forma significativa. 

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El problema es la dinámica reciente. En los últimos tres meses, la inflación mensual anualizada y ajustada por estacionalidad alcanzó un promedio de 8.7%. Esto en muy buena medida se explica también por los precios de los energéticos, aunque no directamente por su caída de hace 12 meses, sino por su recuperación robusta en el margen, ante perspectivas de un mayor crecimiento global. Sin embargo, la inflación subyacente (que excluye precios más volátiles como los de los energéticos y los agropecuarios, y se enfoca en los precios de mercancías y servicios) promedia 4.6%, también un nivel elevado, cercano a sus niveles máximos desde mediados de 2017 y lejos del objetivo puntual de Banxico de 3%. Estos aumentos de precios han sido inesperados: desde enero, siete de los ocho datos de inflación quincenal publicados por INEGI han sido más elevados que lo que esperaba el consenso.

Dado lo anterior, los analistas han revisado significativamente al alza sus pronósticos de inflación para el cierre de 2021. En diciembre del año pasado, se estimaba que la tasa de inflación general anual 12 meses después fuera de 3.60%. Actualmente, esa misma expectativa se ubica en 4.65%, más de un punto porcentual de aumento en apenas cuatro meses. 

Y es posible que aumenten todavía más —por ahora estimo una inflación al cierre de año en 5.1%—. Para alcanzar la tasa de inflación esperada por el consenso al cierre de año de 4.65% se necesitaría que las inflaciones mensuales en los próximos meses estén en el 20-25% de las inflaciones mensuales más bajas entre 2010 y 2020. Esto se ve poco probable, y no nada más por las presiones de los energéticos ya mencionadas. Por ejemplo, la NASA informó recientemente que nuestro país está enfrentando una de las sequías más intensas y generalizadas que se han visto en décadas, con afectaciones en 85% del territorio nacional. Esto exacerbará las alzas de precios de los agropecuarios, que ya se han venido incrementando por la misma recuperación económica mundial y condiciones de sequía en otros países. 

De forma más general, los costos de producción han aumentado. El mayor dinamismo de la actividad global también ha presionado al alza al cobre, el acero, el aluminio y la madera. Diversos factores han llevado a una escasez mundial de semiconductores, los cuales se emplean en la producción de chips de automóviles, computadoras, teléfonos celulares y otras manufacturas. La pandemia también ha causado cuellos de botella en el transporte marítimo y el almacenamiento de productos, lo que a su vez ha incrementado sus costos de traslado —que para algunas rutas se estiman en hasta casi cinco veces su nivel pre-pandemia—.

Desde luego, no es fácil interpretar toda esta espuma inflacionaria —y en el contexto de la extrema debilidad económica que persiste, los argumentos no alcanzan para sugerir que Banxico debería considerar pronto aumentos en su tasa de interés—. En el contexto de la recuperación económica que se da luego de la peor pandemia que haya visto la humanidad en cien años, las presiones inflacionarias mencionadas parecerían ser transitorias. De hecho, las estimaciones para la inflación general al cierre de 2022 y en el más largo plazo se han mantenido estables en alrededor de 3.5%. Es importante además que, incluso en el contexto del mayor pronóstico del consenso para la inflación general al cierre de 2021, el alza se da especialmente por los productos con precios más volátiles; la inflación subyacente estimada para fin de año apenas ha aumentado de 3.50% a 3.70% (aunque estimo que en las próximas quincenas esas expectativas aumenten un poco más, posiblemente a 4%). 

Al descarte de alzas de tasas apoyan también otros elementos. El tipo de cambio, por ejemplo, ha mantenido un comportamiento estable, con expectativas hacia el cierre de 2021 que incluso se han fortalecido en los últimos meses. Los indicadores de riesgo país también lucen mejor en relación con el fin del año pasado. En general, diría que, en la medida que las expectativas de inflación de mediano plazo se mantengan bien ancladas y que, aun en el más corto plazo, los aumentos de precios subyacentes sean relativamente limitados, no habría por qué recetar alzas en las tasas de interés. No ante la persistente atonía del consumo y la inversión privada, ni ante presiones inflacionarias que parecerían ser primordialmente por choques de oferta transitorios.

Aun así, Banxico se beneficiaría de enviar en su comunicado mensajes más claros. Reforzaría su credibilidad si justificara por qué sus pronósticos de inflación al cierre de 2021, de 3.6% para la general y 3.1% para la subyacente, son tanto más bajos que los de los analistas (aunque no los ha actualizado desde finales de febrero y posiblemente sean más elevados ahora), o bien si refiriera que esas trayectorias ya quedaron significativamente rebasadas. Mejoraría su comunicación si volviera a la práctica de hace casi dos años de calificar explícitamente el sesgo (al alza, neutral, a la baja) en su balance de riesgos para la inflación. Contribuiría a un mejor entendimiento de sus acciones de política si, por ejemplo, advirtiera en qué horizonte (y por qué) espera que se disipen las presiones inflacionarias y, en caso de ser uno corto, qué en particular podría llevarlo a cambiar de opinión. 

Mitigar estas incertidumbres, especialmente en tiempos de otras tan elevadas —por la pandemia, por la crisis económica, por el ruido legislativo y el proceso electoral, y por la posible reconfiguración de la Junta de Gobierno a inicios de 2022—, sería muy bienvenido.

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Adrián de la Garza es economista en jefe y director de estudios económicos de Citibanamex*

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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