Este 2022 inició como un año cargado de nuevos objetivos y reactivaciones prósperas. Sin embargo, es una realidad que los problemas que se gestaron tiempo atrás no pierden vigencia al cambiar de un año a otro, ejemplo de ello es la delincuencia que ataca a grandes y pequeños negocios de México.  Gracias a las cámaras de videovigilancia trascendió el caso de cuatro sujetos que asaltaron un banco en el Centro Histórico de la Ciudad de México, quienes para no levantar sospechas se disfrazaron con trajes de sanitización para asaltar una entidad financiera. Aunque las cámaras de videovigilancia del banco los captaron antes de que ingresaran a las instalaciones, ninguno de los elementos de seguridad sospechó ni vio extraño que tres de ellos se bajaron de vehículos particulares distintos y uno más llegó por su cuenta desde la acera opuesta. La alarma no sonó, por lo que fue un protocolo ignorado. No hubo un análisis de riesgo en tiempo real que permitiera detectar que algo estaba fuera de lugar. Unos segundos más tarde, un individuo (posiblemente el cabecilla de la banda) se identificó como empleado de una compañía de limpieza y desinfección de espacios contra el covid y solicitó el acceso grupal al banco para cumplir con sus “labores”. El guardia de control de acceso registró al individuo sin verificar con sus superiores ni con ningún colaborador del banco la autenticidad de los malhechores y les concedió el acceso. Segunda alarma que no sonó, segundo protocolo ignorado.  Después se vio en las grabaciones que los uniformes de todos estaban impecables y el equipo que llevaban parecía de “utilería”. Esto también hubiera levantado suspicacia de un guardia avispado en su trabajo, pero tampoco sucedió.   Los hombres ingresaron para cometer el robo, amagaron a siete empleados con armas de fuego, incluyendo a los confiados guardias de seguridad, y se infiltraron fácilmente en una bóveda de máxima seguridad equipada con otros sistemas de videovigilancia remota, que justamente en ese momento no estaba siendo vigilada por nadie, como marcaba el manual, pues la persona encargada de esta labor se ausentó para tomar una llamada personal, sin que su supervisor la sustituyera por otro elemento. Tercera alarma que no sonó, tercer protocolo ignorado. Quien se percató de todo lo que estaba ocurriendo fue una persona de intendencia, quien a través de su móvil y encerrada en un baño, pudo dar aviso a las autoridades; sin embargo, el robo ya estaba prácticamente consumado y los ladrones huyeron con un botín de más de 10 millones de pesos.  De nada sirve la tecnología de punta si el personal de seguridad privada no está capacitado, no levanta las cejas ante situaciones poco comunes y no sigue los protocolos establecidos. Ahí la importancia de que las empresas de seguridad privada encargadas de resguardar establecimientos sensibles o que manejan grandes flujos de efectivo mantengan programas de capacitación constantes con sus elementos para que, no importando si los visitantes intentan ingresar portando trajes de sanitización, de Spiderman o de Mr. Bean, siempre estén preparados para evitar que este tipo de robos de película ocurran, llámese un banco pequeño o cualquier otro negocio que pueda ser vulnerado.

 

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