Por Alfredo Kramarz*

Los largometrajes de enredo matrimonial adquirieron estatus filosófico a partir de la obra de Stanley Cavell. Autor heterodoxo que tenía la virtud de saltar con habilidad de la tradición wittgensteiniana al estudio de los guiones de Hollywood y desarrollar argumentos originales sobre el reconocimiento, el perdón o la reconciliación. Él veía en la composición de las tramas el agotamiento de la convenciones e intentos de respuesta a una pregunta inicial: ¿Cómo es la vida conyugal bajo la amenaza del divorcio? En el orden internacional los matrimonios no dependen de una legitimación social o religiosa y gestionan de otro modo la decepción, pero también hay parejas a punto de divorciarse que necesitan reencontrarse para tener un final feliz.

Brasil y Argentina iniciaron su “enamoramiento” -una etapa de cooperación económica e integración regional- a mediados de los 80. José Sarney y Raúl Alfonsín pilotaban las transiciones a la democracia y mostraban su disposición a crecer juntos renunciando a las pretensiones hegemónicas de antaño. Quisieron salir del aislamiento provinciano rechazando la autarquía y colocaron las bases normativas del futuro Mercosur con la motivación de que su alianza no sería el resultado de un ejercicio contable

El romance dejó para la historia protocolos de entendimiento y conversaciones sobre la Pampa húmeda o la Patagonia inexplorada, que traían a la memoria la gestación del eje París-Berlín. Aquellos días también intercambiaron frases celebres: Alfonsín citó el concepto de nación de Ernest Renan y Sarney habló del pacto cultural subyacente a los exilios de Ruy Barbosa en Argentina y José Hernández en Santana do Livramento, para concluir rememorando La vuelta de Martín Fierro (“Y si canto de este modo, por encontrarlo oportuno, no es para mal de ninguno, sino para bien de todos”). 

Bailaron con la música de fondo del multilateralismo y progresivamente reforzaron su confianza al convertirse Brasil en el principal socio comercial de Argentina. La realidad del matrimonio fue una respuesta de carácter cosmopolita a la emergencia de un mundo dividido en grandes bloques económicos.

Algo cambió con la victoria electoral de Jair Bolsonaro y tras la designación de Ernesto Araújo como ministro de exteriores; a partir de ese instante comenzó un período de revisionismo diplomático: 1º. Cuestionaron el significado de la “Política Exterior Independiente” que durante los gobiernos de Jânio da Silva Quadros y João Goulart (1961-1964) implementaron ministros como San Tiago Dantas; 2º. Rechazaron la acción exterior de los equipos de Lula da Silva afirmando que en el altar de la “gran patria bolivariana” se sacrificaron los intereses nacionales. Interpretaciones que favorecían la reconsideración de los orígenes de la dictadura militar y denostaban la labor del adversario interno.

El presidente Bolsonaro decidió que su primer destino en el extranjero no fuese Argentina e insistió en que ciertas organizaciones continentales eran franquicias ideológicas y que las conversaciones con China, Japón o Estados Unidos prosperarían sin otros actores sentados en la mesa. Amenazó con graves sanciones si el peronismo retornaba a la Casa Rosada (evocó las aplicadas contra Paraguay al ser depuesto Fernando Lugo) y Ernesto Araújo dijo -en una entrevista publicada por el diario Clarín- que el candidato de la oposición argentina era como las muñecas rusas: “lo abres y están Cristina Kirchner, Lula y Chávez”. 

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Además, las autoridades brasileñas expresaron su voluntad de modificar el arancel externo común de Mercosur, condición necesaria para ser un territorio aduanero único, e hicieron anuncios no consensuados sobre una mayor liberalización comercial. El contexto descrito invita a estar pendientes de la Cumbre de Jefes de Estado del Mercosur que se celebrará en el mes de diciembre -como recuerda el prof. Carlos Pagni cinco días antes de que Mauricio Macri finalice su mandato- en Bento Gonçalves.

Desde el 27 de octubre Alberto Fernández es el nuevo presidente de Argentina. Aquel día festejó su elección, conmemoró la muerte de Néstor Kirchner y celebró el cumpleaños de Lula da Silva. Unificó amplios sectores del peronismo y ahora tiene la misión de ser el presidente de todos los argentinos. En el ámbito internacional tendrá que renegociar las condiciones de pago de la deuda contraída con el FMI y recomponer sus vínculos con Brasil. Asesores cercanos a Alberto Fernández -pienso en Jorge Argüello- apuestan por la multilateralidad como el mejor método para construir márgenes de previsibilidad y consideran que Argentina es una potencia media obligada a jugar con las reglas de otros (rule taker) que necesita tejer alianzas para proteger sus intereses. 

Esa preocupación por el aislamiento internacional explica la visita del presidente electo a México. Conversar con López Obrador y reencontrarse con la comunidad “argenmex” (gentilicio con el que los exiliados argentinos fusionaban la patria de origen con la patria de acogida) garantizaba una agenda de complicidades. El temor a la soledad no sólo responde al viraje geopolítico de Brasil: Uruguay irá a 2ª vuelta electoral y un hipotético triunfo conservador alteraría los equilibrios de Mercosur. Alberto Fernández ya estuvo en Madrid y Lisboa, dos capitales gobernadas por partidos socialdemócratas, itinerario que parece anticipar la creación de una coalición progresista iberoamericana.

A veces un tercero hunde o salva un matrimonio que pasa por dificultades. El triangulo virtuoso compuesto por las tres B (Beijing, Brasilia, Buenos Aires) podría contribuir a la estabilidad regional sin recurrir a la conformación de un eje ideológico. La experiencia China con Bolsonaro esconde una enseñanza provechosa: los intereses agropecuarios revitalizaron la fe de los pragmáticos. ¿Por qué no pensar que industrias -como la automotriz- cumplirán esa función con Argentina? Si el comercio administrado impusiera reglas al liderazgo carismático veríamos una escena propia de comedia de rematrimonio, con más números que pasión, donde los protagonistas vuelven a vivir juntos y admiten que divorciarse es un mal negocio para todos. 

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LinkedIn: Alfredo Kramarz

  *El autor es Doctor en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid y Experto en Política y Relaciones Internacionales.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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