No todo lo que brilla es oro, y menos en tiempos preelectorales. Con una elección por delante, hasta en las causas más genuinas y las mejores voluntades, se tejen las tramas más complejas y se politizan los temas más nobles.

Las escenas con puños levantados son, en todo sentido, un clamor por aquella justicia que por derecho corresponde pero que no ha llegado, y ciertamente, hablar de brutalidad policial (o de las instituciones) no es únicamente hablar de los Estados Unidos.

En México, el desprestigio de las corporaciones policiales está ganado a pulso con una fila incontable de casos como el de Giovanni en Jalisco, en los que alguna corporación policial detiene sin sentido ni justificación resultado de un carente Estado de Derecho.

Hablar de brutalidad, supremacía racial, racismo, y estado de emergencia en un contexto de pandemia resulta escalofriante, perverso. Pareciera como si el timing político jugara a favor de intereses específicos, como a favor de una contienda electoral el próximo noviembre o en aquella del 2021 en la que más de tres mil cargos de elección popular serán votados.

A la luz de la razón, los liderazgos que tienden a convertir todo en un asunto político tienen un claro problema de concepción ética, de valores y de responsabilidad social. Problema que expanden a la comunidad internacional para alentar un clima de miedo e incertidumbre que sirve a muchos intereses, menos al de la humanidad.

No se dan cuenta de que el verdadero enemigo es interno, y es el que ellos mismos provocan polarizando, dividiendo y liderando desde la mezquindad. 

El enemigo del pueblo bueno y sabio, aquí y allá, es la incongruencia, la ingobernabilidad, el populismo y el terrorismo interno, ese que realizan sus propios ciudadanos contra sus conciudadanos desde una posición de poder.

La brutalidad se sistematiza desde el púlpito presidencial, cuando se deja de privilegiar el bien común para privilegiar el bien propio y satisfacer el hambre de poder. 

El caso de George Floyd se abre entre miles de casos en los que la fuerza del Estado no sirve al orden público sino a la necesidad de un depredador de sentirse superior, pero en esta ocasión el contexto social y político comunica más; y tristemente, conviene más.

El aparato ideológico del Estado está siempre listo para generar ejes discursivos que fortalezcan el sentido de unidad nacional, aunque sea al servicio de intereses viles, la construcción de mártires, héroes o villanos siempre tiene un trasfondo e interés político.

Hay casos en los que la construcción de una narrativa en torno a personajes como Floyd se utiliza por actores políticos para generar capital político o bien para mover hilos en la ruta de precampaña. Hay otros casos, en los que la sobre exposición en los medios, las giras presidenciales y los antagonismos intencionados, pretenden poner un halo de heroísmo, de estoicismo y a veces hasta de mártir al mismo líder del ejecutivo.

La realidad es que tanto Trump como López Obrador están más solos que nunca, más incongruentes, más impopulares y ambos ven desvanecerse entre sus manos el sueño de la reelección.

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