Qué duda cabe, el mundo y la forma de entenderlo cambio en instantes. Las modificaciones nos han alcanzado tan rápido que uno siente que apenas llegó a la fiesta y ya la movieron de lugar. Muchos hemos visto que nuestra realidad se nos escapó y todavía no entendemos a qué lugar se fue. Por esto, en esta etapa de vértigo es momento de respirar profundo y tomar decisiones. Todo este flujo modificatorio nos puede estar llevando con su fuerza y arrastrarnos a donde no queremos estar. Esa es una sentencia que se cumplirá si y sólo si nosotros no ponemos atención. Tenemos que analizar qué es lo queremos que cambie y cuáles perspectivas no nos vienen bien. Hay que tomar fuerte el timón y dar el rumbo que nosotros queremos.

En primera instancia, hay que observar. La resistencia al cambio no ha servido de nada. Tenemos que entender que llegó y se instaló en la cabecera, además parece que no se va a mover de ahí. Hemos tenido que migrar a un mundo a distancia, con formas de convivencia remotas, a través de plataformas virtuales y el teletrabajo se hizo presente. Nos tuvimos que adaptar a estas nuevas maneras de operar y conducir nuestras actividades. Se modificaron nuestros modos de trabajar, de operar negocios, de convivir, en fin, la cotidianidad es distinta. 

El modelo digital ha demostrado su sorprendente factibilidad en estos tiempos. Las dudas que teníamos sobre la viabilidad de los terrenos virtuales, se despejaron en instantes. Nos hemos adaptado y hemos adoptado plataformas de comunicación que muchos, hasta hace unas semanas, no conocíamos. Si esta crisis hubiera sucedido hace cincuenta años, el efecto habría sido de más amplio espectro y, seguramente, devastador en proporciones aún mayores. Sin duda, podemos apreciar muchas ventajas que nos presentan los adelantos tecnológicos. Si la pandemia del Covid-19 hubiera sucedido hace 30 años, el mundo se hubiera parado en seco. Hoy, en cambio, podemos tener juntas por cualquiera de las múltiples plataformas de videollamadas, tenemos posibilidades de trabajar en forma colaborativa ya que un equipo puede estar trabajando sobre un mismo archivo al mismo tiempo y tantos ejemplos que nos vienen a la mente.

Sin embargo, en la coyuntura de la sana distancia es justamente, cuando más apreciamos las bondades de la vida presencial. Han pasado unas cuantas semanas y nos hemos empalagado con tanta tecnología. La vida detrás de una pantalla empieza a escaldarnos el alma: tanto videojuego, tanta conferencia virtual, tantas clases en línea, tanta televisión en streaming ya nos empieza a cansar. Nos duele la espalda, nos late la cabeza y sentimos una presión sobre los hombros que ya es como una constante. Extrañamos aquellos tiempos en los que solíamos pensar, usar el lápiz y el papel para aterrizar ideas; la palabra para generar conexiones y la creatividad para imaginar soluciones. 

Es justamente, en estas coyunturas cuando tenemos la oportunidad de analizar que hay algunas desventajas y es momento de hablar de ellas para identificarlas y transformarlas en oportunidades para trabajar mejor. Una de las bases para tener un equilibrio entre la vida personal y la laboral, es dejar las cosas de casa en casa y las del trabajo en la oficina. Hoy, estos ámbitos se han revuelto y tenemos que ser disciplinados e inflexibles para seguir con un sano quehacer y no sucumbir en el intento.

Al trabajar desde casa, muchas personas han relajado los estándares de arreglo personal. Parece normal sentarse a trabajar en pijama, encender la computadora desde la cama, hacer comer mientras se está frente a una computadora. Así, es fácil perder el ritmo y terminar extenuado. De la misma forma en que un bebé necesita tener una rutina, para no terminar con los horarios volteados; así necesitamos tener una estructura que nos permita distinguir en qué momento estamos con la camiseta profesional y en cuál cambiamos a la vida doméstica.

Por otro lado, pareciera que como todos sabemos que estamos en casa, las llamadas de trabajo pueden llegar a cualquier hora. Entonces, recibimos mensajes y el teléfono empieza a sonar a horas que antes hubieran sido inimaginables. Pareciera que la temporada de estar en casa abrió la puerta para que la gente pueda contactarnos a horarios en los que las personas pueden estar dormidas, comiendo o en el baño y si no se atiende en el mismo momento, se expresa una molestia y reclamos pasivo-agresivos —¿por qué no me contestaste? — que están generando mucho estrés innecesario.

De igual forma, la angustia por evidenciar los resultados se ha intensificado. Hemos recibido una cascada de solicitudes de informes —que probablemente nade leerá— y es posible que nosotros mismos los hayamos solicitado. En esta condición, el trabajo se nos ha multiplicado sin que esto de señales de mejora de productividad. El sometimiento a esta reportitis genera angustia porque el tiempo es constante y es el mismo y las cosas que tenemos que hacer se van acumulando y se reproducen como hongos en primavera.

La vida en confinamiento puede desdibujar la línea entre las obligaciones personales y profesionales. En una mañana cualquiera, es posible que nos encontremos revisando los planes de acción mientras, los miembros de la casa están en sus actividades propias: los escolares en clases en línea, compartiendo el internet y el ancho de banda no alcanza para todos al mismo tiempo; los niños piden atención y registramos el atraso de lo que queríamos revisar ayer. Es por eso que, es momento de revisar y buscar maneras de encontrar el equilibrio entre las responsabilidades intelectuales, profesionales y emocionales que enfrentamos, tanto como profesional como como ser humano.

Necesitamos hacerles saber a la gente en nuestros equipos de trabajo que cuando nos comunicamos a distancia, es diferente de cuando hablamos en forma presencial. En los momentos de asesoramiento, estamos allí para ayudar pero se tienen que adaptar a las nuevas formas. También es aconsejable ponerse regularmente disponible, con un horario conocido para atender pendientes. Con lo cual se ofrece abiertamente un tiempo a todos, pero no se está abierto todo el tiempo. Así, se ordena a la gente y nos ordenamos nosotros mismos. Para aquellos que no responden, no tengamos miedo de llegar explícitamente ofreciendo apoyo. No puedo imaginar cuántos estarán muy contentos de recibir un check-in de nosotros, mostrando interés. Significa mucho para la gente ahora que estamos en confinamiento y que nos podemos sentir tan aislados y alejados.

Determinemos el tono correcto y el rumbo adecuado en estas circunstancias. Así como sucede con las instrucciones que nos dan en los aviones antes de despegar, es decir, nos indican que primero nos ponemos nosotros la mascarilla y luego ayudamos a los demás, de la misma forma tenemos que ordenarnos nosotros, fijar el ritmo en el que nos sentimos a gustos y así, poder ordenar a los demás. Cambio, sí, pero nos toca decidir para dónde.

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Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena

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