Esta mujer, que descubrió en la poesía la medicina para curar quemaduras de todos los grados, ha puesto en circulación su primer libro…, por supuesto, de poesía. Platicamos con la autora de Bitácoras de vuelo y Relatos mágicos.   Escribe Adriana González, a manera de presentación para su blog: “Nací hace casi cuatro décadas y crecí en una tierra muy caliente que casi me incendia por dentro. Desde una edad temprana descubrí en la poesía la medicina para curar quemaduras de todos los grados. Me gusta la poesía franca, que se entiende y que es de todos, hecha con las mismas palabras que usamos para comprar el pan.” Ahora, esta mujer que nació hace casi cuatro décadas, que creció en una tierra muy caliente, que descubrió en la poesía la medicina para curar quemaduras de todos los grados, que tiene gran talento, que tiene gran belleza, pero, sobre todo, que se hace llamar a sí misma Caperucita Loba —incitada por esta dualidad que habita en cada uno de nosotros—, ha puesto en circulación su primer libro…, por supuesto, de poesía. Bitácoras de vuelo y Relatos mágicos se llama el volumen y, en él, Adriana pone a disposición del lector un resumen de lo que ha escrito hasta hoy; son dos libros en uno: la primera parte, poesía tradicional; la otra, textos cercanos a la poesía en prosa. En todo caso, lo que une a ambos libros —además de la poesía— es que, en ellos, están muchas de las vivencias de la propia autora.
Habla desde lo femenino, mas no significa que sea feminista (o exclusivamente para mujeres). (Foto: Josué D. Romero)

Adriana González habla desde lo femenino, mas no significa que sea feminista (o exclusivamente para mujeres). (Foto: Josué D. Romero)

Así que hablamos de poesía confesional, y poesía autobiográfica; en cada poema, Adriana narra experiencias a las que todos nos enfrentamos en algún punto de la existencia: amor, desamor, vida, muerte, juventud, madurez, felicidad y tristeza. Habla desde lo femenino, mas no significa que sea feminista (o exclusivamente para mujeres). Desde lo trascendental a lo mundano, es un viaje al fondo de uno mismo. Vea, por ejemplo, lo que dice su poema “Efecto memoria”; es sólo un fragmento:

No puedo cuidarte. Solos nacemos, solos nos vamos. No seré tu vigilante ni tu candado de castidad. No serás el mío. No eres tú ni tu amor ni el mío ni siempre ni nunca Soy yo buscándome a mí misma, viéndome las venas. Encontrándome cada 28 días en la luna.

Hasta aquí. Regresemos. En el prólogo del volumen «alguien» —no tiene firma— apunta: “Hay un riesgo latente en la poesía, y es que puede pasar de ser un mapa para la humanidad, una ruta, un alivio, un bálsamo corrector de días dispersos y de amores heridos, a ser una blasfemia llena de trampas y de chantajes. “Ahí está la diferencia entre quien solamente escribe poesía, y quien vive la vida desde la poesía. El segundo es el caso de Caperucita Loba.”
Una ruta, un alivio. (Foto: Cortesía Gabriela Alcocer)

Una ruta, un alivio. (Foto: Cortesía Gabriela Alcocer)

Y tiene razón. Aunque, eso sí, Adriana no es una principiante en la escritura, o al menos eso me platicaba una mañana fría de febrero. —¿Sabes?, yo tengo muchos años escribiendo, desde muy niña. Siempre escribía sólo para mí, nunca con el interés de publicar o hacer públicos estos textos —me dijo Adriana—. Lo voy a poner de esta manera: mientras otras niñas llevaban un diario, por ejemplo, yo llevaba una libreta de poesía, y en ella iba apuntando mis primero versos, obviamente desde el conocimiento que se tiene a esa edad… —¿El impulso de la escritura llegó de manera automática, o en su familia había alguien que escribiera? —le pregunté. —No, en mi familia no había nadie que escribiera. Sí había mucha práctica por la lectura, por parte de mi papá. Entonces, siempre tuve una relación como cercana con los libros; de hecho, en casa de mis abuelos había grandes bibliotecas, así que yo me recuerdo escudriñando, hurgando aquí y allá, pero siempre buscaba libros de poesía. Fíjate que mi relación con éstos siempre ha sido muy emocional. A mí un libro me enamora, me gana, me atrapa por el corazón. Yo siempre he buscado libros que tuvieran un latido… —Me llama la atención que diga que desde niña se acercó a la poesía… —Pero es que fue así. Mira, desde niña tuve una forma muy peculiar de sentir, de experimentar la vida. Lo que para una chavita de 11 años podía ser algo de lo más natural, como estar pasando una tarde con el niño que te gusta, menstruar, tener un disgusto con tu papá, cosas verdaderamente triviales, para mí eran cosas que me agitaban internamente. Yo me decía: las tengo que vivir con toda intensidad, y desdoblar toda su luz. Me preguntaba: qué esconderá detrás este suceso… Para mí todo era mágico, y la poesía entraba en eso… porque la poesía, al menos para mí, sí tiene un nivel de magia, de fantasía también. —¿Quiénes fueron, o son, sus poetas cercanos? El libro abre con un epígrafe del querido Pablo Neruda. —Mira, de mujeres me gusta mucho Alejandra Pizarnik, Gioconda Belli, también la novelista Clarice Lispector. Te puedo decir que, entre estas tres, hay como que toda la parte de la voz femenina. Y en el masculino, Pablo Neruda, por supuesto; también Jaime Sabines, Mario Benedetti y Oliverio Girondo… Si te fijas, entre los que menciono, casi todos tienen una poesía muy sencilla. Es poesía muy fácil de entender, de comprender, fácil de leer. A mí los poetas rebuscados, complicados, no me hacen eco. Creo que la vida es mucho más simple. Y no sólo eso: tampoco es fácil poderle transmitir al otro tus sentimientos, cuando le das tantas vueltas a una frase para que suene rimbombante. Por eso, a mí me gusta esta poesía que se te ofrece con toda sencillez…
Una rebelde en la escritura. (Foto: Josué D. Romero)

Una rebelde en la escritura. (Foto: Josué D. Romero)

—Pero, entonces, ¿la práctica de la poesía partió en usted de manera empírica, o cursó un taller, una carrera de letras? —¡Oh, no-no! Probablemente si hubiera pedido apoyo a mis papás para estudiar, me lo habrían dado. La cuestión es que para mí era un acto demasiado íntimo. Y no sólo eso: en algún momento ocurrió algo que me causó cortocircuito: caché a uno de mis padres viendo mis escritos, ¿lo puedes creer? —¿En serio? —¡Sí! Para mí fue un acto como de transgresión… Entonces, eso se volvió algo de súper custodia, de esconder, de guardar… Así que de niña no tuve formación (en cuanto a la escritura) más lo que te daban en la escuela… Ya en la etapa adulta sí busqué tomar algunos talleres, llegué a tomar cursos de novela, también algunos experimentales de poesía… Sin embargo, me fui dando cuenta que, entre más me forzaban a llevar una métrica, un ritmo, un sistema, menos me sentía libre para expresar mis sentimientos… Por ese tiempo, yo estaba leyendo a José Saramago, y él, lo sabemos, es muy libre en puntuaciones y en esas cosas. También revisaba la prosa de Jaime Sabines, y me decía: ¿realmente hay que seguir una técnica?; o sea, ¿la única forma de escribir poesía es en verso?, ¿tiene que cuadrar, tiene que rimar? ¡Pues no! Pronto me di cuenta que trabajo mejor en un formato de poesía libre. Por eso en mis poemas puedes encontrar algunos versados, otros en prosa; no hay una línea definida… No me quise cuadrar a un solo sistema de escritura… ¡Soy una rebelde en la escritura! Esto dijo Adriana, y soltó tremenda carcajada…

§§§

“Soy una rebelde en la escritura”, me dijo Adriana González, y sí, leyendo lo que escribe, y cómo lo escribe, no hay forma de contradecirle. (No sólo es rebelde en forma, también en fondo.) Échele un ojo a su juguetón poema “Hechizo”. Leámoslo juntos:

Míralo Acércate Conócelo Sedúcelo Desnúdalo, Tómalo, huélelo, estúdialo, apréndelo, Móntalo, dómalo, aráñalo, Azótalo, arrodíllalo, Desármalo Que suplique Cástralo Exponlo Demuéstrale quién manda Vuélvete, empodérate, Míralo a los ojos por última vez Y para siempre. Se llama miedo.

Hasta aquí. Volvamos al camino. En cierto momento de la charla, Adriana me explicó por qué decidió adoptar el nombre de Caperucita Loba. (Tuvo que ver, me dijo, no sólo con su crecimiento como persona, también como escritora.)
Bálsamo corrector de días dispersos. (Foto: Cortesía Gabriela Alcocer)

Bálsamo corrector de días dispersos. (Foto: Cortesía Gabriela Alcocer)

—Todo surgió —empezó diciendo Adriana— por los años transcurridos. ¿En qué sentido digo esto? A que pasaron muchos años, y por experiencias personales, de vida, la pluma va madurando… De alguna manera empecé a escribir, digámoslos así, más fuerte, tenía más personalidad mi voz, esa voz que hablaba sobre lo que sentía… Podías ver la transición de los sueños de una chavita: de lo que pensaba qué era el amor, de lo que pensaba qué era la vida, a lo que en realidad vive una mujer cuando ya crece, se vuelve madre y cuando tiene que vivir el desapego del amor… En fin, en todos mis textos tú podías ver esta transición… Adriana hizo, entonces, una pausa para beber de su café. Yo iba a añadir algo, pero ella continuó tras sorber un pequeño trago: —Yo tenía muchas amigas que pasaban por momentos similares, con quienes sí compartía lo que escribía; de hecho, ellas fueron parte fundamental de que estos textos salieran a la luz, porque me decían: “eso es lo que yo siento”, “esto es lo que yo quería decir”, o “es lo que yo pensaba, pero no sabía cómo expresarlo”; cosas de ese tipo. Pensé: si a mí me hace tanto bien, seguramente habrá otras personas que, como yo, están allá afuera pasando por lo mismo, y a quienes pueda ayudar con él. Entonces así salió el libro… Por ende, el libro la llevó a buscar un nombre: —La verdad —me dijo con un tono sincero—, yo no quería publicar como Adriana. Había muchos textos que consideraba… digamos, fuertes, y yo quería un nombre que hablara de esta transición, de la transición que había vivido a nivel personal, de la Caperucita a la Loba. Pero, al mismo tiempo, también quería que hablara de cómo se puede seguir siendo una sin perder la otra. Y es que, hace tiempo, había leído un libro llamado Mujeres que corren con lobos, de Clarissa Pinkola, el cual habla totalmente de esa parte salvaje, de lo femenino, y de cómo puedes integrar en tu vida ambas. Y habla también de que la dualidad está presente no sólo en la mujer, que de igual forma está en el hombre, o sea, en ti hay hoy una Caperucita y un Lobo. A partir de eso fue que comencé a buscar un nombre que reflejara esa transición, que reflejara esa dualidad, y que hablara un poco de esta integración, de la necesidad del todo: de la luz y la oscuridad, de la vida y la muerte, del amor y el dolor, del cielo y de tu propio infierno. Y Caperucita Loba lo hacía muy bien.
Poesía confesional. (Foto: Cortesía Gabriela Alcocer)

Poesía confesional. (Foto: Cortesía Gabriela Alcocer)

Que hablara de la dualidad nos llevó a virar la conversación para desmenuzar los poemas mismos; en ellos, ciertos temas están presentes, aunque entran y salen, dijo Adriana. Y añadió: —Definitivamente, el amor es uno de ellos, es uno de estos temas. Pero no sólo el amor entendido o que se expresa en pareja, sino el amor de madre, de hija. Y hay más: yo creo que está, sobre todo, esa búsqueda constante que habita en todo ser humano por encontrar o encontrarte; muchos de los textos de Caperucita surgen de esa fuente: de transición, de evolución, de madurez, de autorreconocimiento, y de libertad. Caperucita Loba habla mucho de libertad. Y, en los Relatos mágicos, que es como la segunda parte del libro, habla de toda esa parte espiritual, que no religiosa, para nada religiosa, que tiene que ver más con reconocer esa divinidad que nos invade a todos, que nos toma a todos sin distinción… —La sensualidad, también, cruza por varios de los poemas… —Por supuesto. La sensualidad se presenta en muchas formas en mi obra, tiene que ser así… —Por ejemplo, en su poema “Hechizo”, aunque en él habla de miedo… —Sí, y lo hago de manera muy erótica. Es este juego de palabras donde la mujer está domando; un juego, si tú quieres, hasta medio sadomasoquista… Porque, al final, nunca te imaginas que está hablando del miedo. Para mí, es con éste donde cabe realmente este juego sadomasoquista: agárralo y dómalo, que no sea éste el que te controle, el que gobierne tu vida… —¿Este poema —empecé a decir, y sentí que se ruborizaba mi rostro— nació de un evento en particular, hubo una anécdota detrás (claro, si es posible saberla)? Adriana, entonces, soltó tremenda carcajada; tras unos segundos, contestó: —La verdad —dijo aún sonriendo, y me pareció que su rostro también se había ruborizado— es que salió de mi encuentro con mis propios miedos. Salió de mi relación que tengo con mi cuerpo, con mi sexualidad, con mi feminidad… y con ese juego sexual y sensual de cómo podemos llevar nuestra sensualidad a otros ámbitos de nuestra vida, incluso hasta la espiritualidad. Porque es ahí donde se rompe todo mito de creencia, donde, para mí, la divinidad solamente es posible experimentarla en este cuerpo, en esta experiencia que conozco, y la sensualidad es parte fundamental. Entonces, ese juego erótico-sensual habla de esta especie de dominatriz… ya que realmente me parece más divertido domar un miedo que domar a un hombre… Porque ya vi que, además, domar un hombre no se puede…
Nota bene: Bitácoras de vuelo y Relatos mágicos de Caperucita Loba (acá Adriana González) ha sido publicado por Rodrigo Porrúa Ediciones. Más información, puede consultar aquí.
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