Por Celso Garrido* Desde el siglo XIX, en par­ticular a partir del fin de la Segunda Guerra Mun­dial, la humanidad ha conocido una expansión explosiva en el número de sus individuos y en sus capacidades científicas, tecno­lógicas y económicas, pero también en el impacto que todo ello ha generado, tanto en las comunidades humanas, como en el medio ambiente. Sólo para dar ejemplos de algunos ór­denes de magnitud, la población mundial se ha triplicado desde 1950, para alcanzar los 7, 500 millones de habitantes, y el PIB mundial se ha más que duplicado en los últimos 30 años, hasta alcanzar, en 2014, los 74 billones de dólares. Desde otro ángulo, aquel crecimien­to del PIB mundial se asocia con una continua oleada de revoluciones tecno­lógicas que lanzaron a la economía y a la sociedad mundial en la dirección de constituirse en una ciber-sociedad, al impulso del Internet de la Producción y el Internet de Todo. Esto crea condiciones nunca vistas de dominio científico y de la capacidad para generar riqueza material. En lo primero, esto significa que el abanico del cono­cimiento humano va desde la creciente comprensión del cosmos hasta el domi­nio progresivo de las nanodimensiones de la materia; mientras que, en lo econó­mico, autores estadounidenses hablan de una economía de “costo cero”. Y, más lejos aun, ya con el desa­rrollo de la inteligencia artificial y la informática, se avanza aceleradamente hacia la creación de ciber-humanos. Pero, junto con todo ello, la ONU señalaba, con datos de 2007, que estamos experimentando la mayor ola de extin­ciones de especies desde la desaparición de los dinosau­rios, mientras que, en 2015, Credit Suisse informaba que el 1% de la población mundial acumula más riqueza que todo el 99% restante. Desde los años 90 del siglo pasado, esas transformaciones en la sociedad humana y el entorno en que habitamos se han acompañado con cambios radicales en el contrato social de las élites para la gober­nanza de los países, pasando de la economía de bienestar (de la segunda postguerra) a la economía de mercado, la ruptura de las prácticas de solidaridad social y el impulso al individualismo. Esto funcionó como motor para la gigantesca transfor­mación que significó la globa­lización económica y financiera y la expansión de modos mundiales de producción con las cadenas globales de valor. Ello fue presentado por sus defen­sores como una fuerza imparable de la modernidad del mercado, anatemizando como “globalifóbicos” a quienes cuestio­naban estas tendencias desde los países en desarrollo (Zedillo dixit, Davos, 2000). Sin embargo, el nuevo modo de gober­nanza social, por el mercado, no condujo a una forma sostenible de gestión de la vida colectiva por parte de las élites polí­ticas y económicas de los países, particu­larmente de los más desarrollados. Así transcurrieron largos procesos en los que estas élites jugaron a Caperucita Roja y el Lobo, desoyendo las múltiples advertencias de eminentes especialistas que, desde diversas disciplinas, lanzaban alertas sobre la acumulación de tensio­nes que esta evolución generaba en la sociedad mundial. Estas advertencias evidenciaron la reiterada incapacidad de esas élites para responder a los re­clamos de los “excluidos” de la globalización y para reconocer las evidencias de que ello se es­taba canalizando políticamente hacia extremismos naciona­listas y populistas. Asistimos, tras la crisis de 2008, a una sorprendente dinámica de renovado auge por parte de los actores económicos globales que indujeron la crisis, parti­cularmente, los financieros. Finalmente, esta “globali­zación líquida”, así llamada por Zygmunt Bauman, hace implosión en el corazón de la misma, con el Brexit y el triunfo “imposible” de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. La naturaleza y alcance de los conflictos obliga a que los dirigentes retomen una perspectiva estratégica para reconstruir los contratos sociales de manera sostenible y progre­siva, en los países y a escala global. Tarea difícil pero no imposible. Y un colofón para las élites mexica­nas: “Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. *Celso Garrido es profesor distinguido de la UAM y experto en empresas, finanzas e innovación.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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