La muerte de Fidel el pasado viernes por la noche, y la consecuente cascada de mensajes publicados en twitter el sábado, iban de la furibunda crucifixión al ensalzamiento idealista, o a la indiferencia sobre el hecho. Creo que fue una magnifica muestra de segmentación: los idolatras, bebes de la segunda guerra mundial creyentes en la revolución del amor; los furibundos, nacidos en los 60’s; y los que de plano no participaron, nacidos en los ochentas. Todos, creo, sobresimplificando el asunto de un hombre histórico. Que si mando matar a cientos de personas, que si vivía en el lujo espléndido mientras su pueblo se ‘moría de hambre’, que si desayunaba niños. Cientos de mensajes que trataban de arrebatarle el lugar que, creo, le pertenece como un idealista que efectivamente lideró una revolución para derrocar a un dictador financiado totalmente por los Estados Unidos. Que tuvo la capacidad de reorganizar un movimiento revolucionario desde el exilio en México posterior a la toma del Cuartel Moncada de 1953, y partir, el mismo día de su muerte, 25 de noviembre, pero en 1956, de Tuxpan, Veracruz, para instalarse en la legendaria Sierra Maestra -siempre acompañado de su hermano Raúl- y de ahí iniciar una guerrilla que poco a poco fue tirando al enemigo con el respaldo popular organizado en células revolucionarias que crecieron exponencialmente en dos años. Que en la noche vieja de 1958 tomo La Habana provocando la salida de Fulgencio Batista a España, conquistando la capital del País.   La revolución había triunfado Hay un documento extraordinario de Zabludovsky justo en ese momento histórico, que narra con eficiencia periodística el momento y la actividad imparable de Castro que, lejos de ser un líder de escritorio, era un permanente activista siempre en el frente, siempre en el sudor y el lodo de la lucha consolando a su gente, dirigiendo a sus soldados, permanentemente hablando, orando sus conceptos, su visión de país, seduciendo con la energía de su convicción al pueblo cubano. Ya instalado y comenzando el trabajo de la revolución en el poder, la intransigencia de la política internacional, en el inicio de la guerra fría, provoco una reacción norteamericana de la extrema derecha que regateaba energéticamente el cerrado triunfo del demócrata Kennedy en todos los frentes, y, argumentando la corta distancia entre la isla de Cuba y Florida, presionaba para que Estados Unidos participara activamente en el derrocamiento de Fidel y su nuevo gobierno. Era impensable para los abuelos del ‘tea party’ que se instalara un régimen comunista visible desde Fort Lauderdale. Kennedy lleva a cabo la fallida invasión en la infame ‘Bahía de Cochinos’ que sólo refuerza el mito de Fidel y su nueva Cuba, derrota y humillación que provoca el inicio del embargo comercial por parte de Estados Unidos buscando estrangular a Cuba privándola de los bienes de consumo necesarios para funcionar como país. En la disyuntiva de estar con Cuba o los Estados Unidos, la isla aprovecha, efectivamente aislada del continente americano y en contrapeso político, el interés geopolítico de Rusia en la ecuación para hacerse de insumos de producción, de energéticos, de supervivencia económica. Y creo que ahí, con el inicio del embargo norteamericano, cambia la historia de ese triunfo revolucionario. Ante la crisis de la situación asfixiante del embargo, Castro opta -o aprovecha- por/para radicalizar su posición y aprieta a su sociedad en conceptos como fidelidad, adoctrinamiento, haciendo un soldado de la revolución a cada ciudadano, dirigiendo a su sociedad hacia una igualdad, consecuencia del sacrificio colectivo y el convencimiento de salvar el honor de la patria, sobre los cimientos de la pobreza impuesta -o justificada- por el embargo. Castro tuvo la capacidad de convencer a un país de vivir con el cinturón apretado, pero con el orgullo nacionalista exaltado. Todos y cada uno de los cubanos. Todos convencidos de vivir por un bien común, creando una autentica sociedad igualitaria… de aquellos que ‘estuvieran’ de acuerdo. Esa acción de sometimiento que Castro consideró necesaria para garantizar la supervivencia del proyecto revolucionario tenía como consecuencia lógica -en la mente de Castro y su nuevo sistema- la intolerancia absoluta a la disidencia, cualquier forma de disidencia, silenciando la posibilidad de opinar desde el propio origen íntimo de la opinión -intentando limitar el pensamiento-, hasta la expresión social en la media -controlada por el gobierno-, o la posibilidad de manifestación en el extranjero. Esta visión totalitaria hacia el interior, consecuencia -o pretexto- de la guerra contra los Estados Unidos -que, debido a la influencia hemisférica de EU, se convirtió poco a poco en una ‘guerra light’ contra todo el mundo fuera del bloque socialista-, provocó un aislamiento hemisférico absoluto de Cuba sólo compensado por el coqueteo diplomático permanente con la Unión Soviética, manejado con la maestría política característica de Fidel para evitar caer en un colonialismo de inminente riesgo; por el apoyo de la España de Franco; y, en una históricamente consecuente política exterior, aun bebiendo de nuestra fuente revolucionaria, por el apoyo de México, que siempre fue contrapeso a la influencia de EU en la posición con Cuba ante América Latina y organismos internacionales Conozco historias de cubanos que fueron cercanos a Castro en Sierra Maestra, que apoyaron totalmente su revolución, pero que tuvieron que huir, en auténticas historias de película, disfrazados, de polizontes en barcos de bandera mexicana, con la complicidad de algún oficial amigo, ante el inminente peligro de ser fusilados por haber expresado, ya con Fidel en el poder, alguna opinión en contra del comandante. Conozco historias de cubanos que salieron en el exilio marielito asumiendo el papel de ‘delincuentes’ para poder escaparse de la política de la isla -traidores de la revolución los llamo Castro- y que se instalaron en Miami, en México DF, en Madrid y que, desde ahí, se volvieron francotiradores ideológicos contra Castro. Esos mismos francotiradores que, en Florida, le dieron el triunfo a Trump calculando este momento, el de la muerte de Castro, para buscar una intervención económica, social, política en Cuba. Los mismo que el viernes en la noche bailaron hasta el amanecer la muerte del comandante. Pero pasadas las tormentas post-Kennedy y la guerra fría, Castro y Cuba se convirtieron en las décadas de los 80 y 90 en leyendas. Castro la de un estadista, revolucionario, gigante. La de Cuba la de la buena vida para el turista, de los daiquiris de Hemingway y las bacanales con ‘cubanas’ que se prestaban a todo. Y luego vinieron Gorbachov y su perestroika, y el golpe de estado soviético parado por Yeltsin, y la caída del Muro de Berlín, y el mundo cambio… y Cuba siguió su ruta, alejándose del concierto periodístico y diplomático internacional que ya no veía la propuesta provocadora que había sido Fidel, sino solo una isla que había quedado atascada en el tiempo, con ideales y modelos socio político culturales obsoletos. Castro fue un héroe para aquella generación adolescente en los 60’s, ejemplo de la resolución de un hombre y sus ideales triunfando contra el imperio, literalmente. Fue repudiado por una segunda generación que en los setenta fue alimentada con la información de un mundo polarizado y conflictivo que peleaba en vietnam, que creaba un imperio del mal en la Unión Soviética para alimentar la propaganda impresionante de capitalismo vs comunismo, EU vs Rusia, Técnicos vs Rudos, propaganda que convincentemente nutrió Richard Nixon, el mismo que invento la ‘Guerra contra las drogas’ en 1973. Y fue completamente ignorado en sus éxitos revolucionarios o fracasos económicos y sociales por la generación nacida después de 1980 en donde Cuba y su participación en el mundo, se volvieron ‘convencionales’ e ‘intrascendentes’. Castro fue un hombre de esos que alcanzan estatura mítica por la firmeza con que defendió sus convicciones revolucionarias… hasta que se equivocó, y aún así las siguió defendiendo. Sin embargo, el idealista -o conveniente- sistema que creó para el gobierno que resultó de su revolución no tuvo los contrapesos necesarios para salir adelante cuando el líder perdió la ruta. El culto a la personalidad sobrevivió más de lo que debió haber sobrevivido, y creo que, acaso, ese fue su error, el error de un hombre que al ver su mortalidad en la cara no soporto la idea e invento a un nuevo hombre al que seguramente -de haber vuelto a nacer- él hubiera peleado nuevamente en Sierra Maestra por derrocar.   ontacto: Correo: [email protected] Twitter: @lgsrock101 Facebook: Rock101 Página web: Rock101online.mx   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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