A partir de diversas decisiones que se han tomado en los días recientes, así como de propuestas planteadas por diversos actores políticos vinculados al presidente López Obrador y su partido, observamos una clara intención por centralizar el control de casi cualquier variable política y económica, en el espacio de decisión del ejecutivo. Las decisiones tomadas en torno a los sectores energético, económico, de salud, etc., muestran a un ejecutivo deseoso de que nadie más tome una decisión que no se le haya consultado previamente, aunque se encuentre en el área de competencia de un funcionario o funcionaria en particular.

Bajo la interpretación de que el Estado es quien tiene la rectoría de la economía, y otros asuntos, el presidente asume que el Estado es él y entonces es quien quiere controlar todo, aún así sea por encima de la ley o desconociendo compromisos previamente establecidos de manera institucional, fueran o no hechos por él o su administración. Desconoce o no reconoce, que el Estado implica los otros poderes y un conjunto de actores, como otros órdenes de gobierno o áreas de decisión, buscando pasar por encima de cualquiera que se oponga. 

En ese sentido hay dos aspectos que es importante recordar en un contexto como este. La república es una forma de gobierno que implica que el poder no se concentre en un solo espacio de decisión y que los distintos actores relevantes, puedan participar de las decisiones de manera horizontal, en conjunto con otros actores que existen precisamente porque hay mecanismos que limitan el poder de los órganos de gobierno y de las personas. La república se funda entonces en la búsqueda de límites al poder, así como en mecanismos que permiten la participación de diversos actores en la toma de decisiones. 

Cuando el poder se concentra de manera desmedida en un solo actor, el comportamiento predecible del resto de los actores es la maximización de sus beneficios, buscando restar poder a ese actor, ya sea negociando o excluyéndolo. La historia muestra de manera reiterada dicha condición, desde Julio César en la postrimería de la República romana, hasta Elba Esther Gordillo en la administración de Enrique Peña Nieto, pasando por muchas experiencias en ese sentido.

El otro aspecto es la democracia, como un régimen donde la relación entre gobernantes y gobernados es de ida y vuelta, en un contexto donde quien gobierna lo hace después de un proceso de elección, pero donde la construcción de legitimidad no se detiene ahí, sino que se construye y reconstruye cada vez que una decisión relevante debe ser tomada. 

De esta forma, esta conjunción entre república y democracia, garantiza que la toma de decisiones no se centralice en una sola persona y, mucho menos, que una persona sea o busque ser el Estado. Ya en algún momento cuando el presidente reclamo respeto a la autoridad por parte de las y los asistentes a un mitin en una gira presidencial, exhibió su intención de ser considerado como la personalización de la autoridad del Estado. 

El problema es que la república es efectiva cuando hay grupos fuertes que se opongan al poder de otros, lo que no ocurre en México, donde la oposición se encuentra desfondada y no ha podido entrar a un proceso de recuperación, ni siquiera porque la popularidad presidencial ha disminuido y la aprobación haya bajado. Es posible que la oposición principal pudiera venir de los propios grupos que llevaron al presidente al poder, pero aún falta tiempo para que los cargos que se van a disputar en la siguiente elección deban designarse. 

Realmente estamos en un contexto de gran riesgo para la república y la democracia en México, ante la posibilidad de que el presidente siga en su búsqueda de concentración de poder y centralización de las decisiones en él, sin que haya un contrapeso real a su intención, pues hasta ahora, el único contrapeso ha sido el presidente Trump. 

Contacto:

LinkedIn: Gustavo Lopez Montiel

Twitter: @aglopezm

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