El rechazo de los chilenos a una nueva Constitución, deja varias lecciones. La primera es la arrogancia no es una buena consejera. Los Convencionistas fracasaron, porque polarizaron en lugar de buscar puntos de convergencia. 

Hay que tener en cuenta que la absoluta mayoría de los convencionistas provienen de luchas no partidistas. No son parte de las élites tradicionales, por lo que no cargaban con muchos de los compromisos históricos, pero tampoco tenían la experiencia para lograr un proyecto exitoso, como quedó más que evidenciado. 

Para el presidente Gabriel Boric es una derrota, aunque relativa, ya que está sabiendo ponerse al frente de la crisis, para buscar una salida a lo ocurrido y desde una perspectiva que no renuncia al cambio constitucional, sino que ahora lo prevé con la utilización de una herramienta decisiva, la política.  

¿El rechazo es un triunfo es un retorno al pinochetismo? Para nada y conviene detenerse en el tema. En octubre de 2020, el 80 por ciento de la población estaba de acuerdo en que se redactara una Constitución que sustituyera a la 1980.

Es decir, existía un amplio acuerdo ciudadano y de los partidos tradicionales para salir de la crisis de 2019, la que provocó diversos estallidos de corte social. 

El enorme rechazo a la entrada en vigor de la nueva Constitución hay que analizarlo desde una perspectiva de matices. Una encuesta reciente, arrojó los siguientes datos. Entre lo partidarios del rechazo, solo un 17 por ciento lo planteaba de modo contundente, mientras un 35 por ciento se inclinaba en rechazo, pero para renovar el propio contenido constitucional. Los que se inclinaron por el sí pensaban, en un 32 por ciento en que se iba a requerir una batería de reformas para ajustar lo que inquietaba, mientras que solo un 12 por ciento sugería aprobar y poner en ejecución lo que se estaba definiendo.

 Uno de los problemas es que los integrantes de la Convención que redactó el texto, no supieron realizar una buena comunicación y terminaron por confundir a amplios sectores de la población. 

Uno de los temas que más dudas generó fue el de establecer que Chile es un país plurinacional y en donde habría una justicia indígena. 

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Aunado a ello, funcionaron las campañas de noticias falsas como la que señala que se afectaría a la propiedad privada y que esta no tendría protección, cuando no es así. 

Pero así como lo ocurrido no es un guiño a la vieja dictadura, tampoco es una descalificación absoluta del gobierno actual y que proviene de una coalición de izquierda de amplio espectro. 

Más bien el verdadero golpe es a quienes impulsan visiones maniqueas y pretenden que el país solo tuvo momentos legítimos en el pasado allendista o en el terror de los militares encabezados por Pinochet, tratado de obviar todo el proceso democrático. 

La democracia chilena es más compleja que una alineación hacia los polos. Aunque ahora estén aprovechado, en particular la derecha más retardataria, para tratarse de montar a una ola que, tarde o temprano,  y a pesar de ello, conducirá a la promulgación de una Constitución acorde con la realidad del presente y no con la añoranza del pasado, cualquiera que este sea. 

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