De sobra se conocen los desequilibrios y excesos de la economía china. Pero, pese a las advertencias que se ciernen sobre ella ante un “aterrizaje forzoso”, el país se resiste. Los vaticinios no se cumplen, aunque tampoco se pueden descartar.   Por José Miguel Moreno   La economía china, la segunda más grande del planeta con un PIB de más de ocho billones de dólares, lleva un tiempo acaparando titulares que advierten su sobrecalentamiento, que señalan evidencias de sobre inversión en infraestructura,inmuebles, minería y energía, que apuntan a su colosal burbuja de crédito y auguran un inevitable “aterrizaje forzoso”. Sin embargo, esas advertencias no son nuevas. Y hasta el momento la economía china siempre ha sabido sortearlas. Su economía está bajo las riendas del todopoderoso Partido Comunista. Allí, los bancos siguen siendo estatales, públicos, aunque cada vez más se rigen por las reglas del mercado y han ido ganando autonomía. Pero a fin de cuentas, sus cuatro grandes bancos (Banco de China, Banco de Construcción de China, Banco Comercial e Industrial de China y Banco Agrícola de China), siguen siendo poderosos bastiones de la autoridad, que administra el crédito según sus objetivos de política. La divisa, el renminbi, se sigue gestionando bajo un sistema de flotación sucia en el que su Banco Central, el Banco Popular de China, controla sus fluctuaciones diarias con intervenciones continuas en el mercado cambiario para que cotice dentro de las bandas de fluctuación, si bien dichas bandas se han venido ampliando (recientemente se incrementó de 1% a 2%). Esos esfuerzos por liberalizar la divisa, por someterla a las fuerzas del mercado, por mejorar la convertibilidad del renminbi y de internacionalizar la divisa, han dado lugar aun a cotización paralela del yuan en los mercados internacionales; el offshore, o el yuan fuera de fronteras, en el que se liquidan las transacciones comerciales y financieras. Sin embargo, lo hace de manera controlada, sin abrir plenamente su cuenta de capital con el fin de evitar una potencial fuga de capitales. Pero, pese a esas reformas financieras, China está aún muy lejos de los niveles de desregulación financiera y bancaria de otros países emergentes. Y eso hace a China muy diferente y misteriosa. Aún posee una fuerte dosis de autonomía en la elaboración de la política económica. Allí, gracias a la menor apertura e integración con los mercados financieros globales y al secretismo que caracteriza a las cúpulas comunistas, los inversionistas internacionales gozan de una menor capacidad para condicionar y modificar las políticas económicas nacionales, imponer ajustes cambiarios (mucho menos para hacer saltar por los aires el sistema de bandas de flotación del yuan), acentuar la volatilidad de los precios de los activos financieros o provocar convulsiones que deriven en recesiones y en riesgos sistémicos. El desplazamiento de poder que se ha producido de los gobiernos al mercado por el proceso de desregulación y apertura de los mercados, permanece aún en un alto grado en manos del Politburó chino y, en consecuencia, su economía está menos sujeta a las veleidades de los inversionistas internacionales de otros países emergentes con desequilibrios notables. Pero no sólo es el sector financiero: también otros sectores estratégicos se hallan en manos estatales, por lo que aún dispone de una gran capacidad para dirigir a la economía. Incluso en la crisis 2008 anunció un colosal paquete de estímulo fiscal de cautro billones de yuanes (en torno a 586,000 millones de dólares), lo que representaba en torno a 14% del PIB; un tamaño que hacía palidecer el plan fiscal de Estados Unidos de alrededor de 5.6% del PIB. Esa respuesta del gobierno chino provocó que durante los años posteriores a la recesión, China se convirtiera en la locomotora que tiró de la recuperación económica mundial. Mientras los países desarrollados apenas crecían al estar atiborrados de deuda, China siguió creciendo a tasas espectaculares. El bache de la Gran Recesión apenas le hizo cosquillas: supuso pasar de crecer a un ritmo de 14.2% en 2007 a 9.6% en 2008 y 9.2% en 2009, para reactivarse a 10.4% en 2010. Por el peso que la economía china ha ganado a nivel global, un descalabro podría detonar otro fiasco mundial. No se sabe; la economía china es un misterio, un gran secreto. Pero por el control que el gobierno tiene de ella, por los ingentes recursos con los que cuenta, y por la experiencia pasada, lo más posible es que sea capaz de capear una vez más estos conatos de incendio.     Gigante en riesgo Sí, es cierto que la economía se ha desacelerado. En los últimos dos años su expansión “apenas” ha sido de 7.7%, y para este año podría frenarse un poco más y crecer, según las previsiones del gobierno, un moderado 7.5%. Pero los horrorosos datos de febrero ponen en duda incluso esa meta para 2014. En ese mes, las exportaciones se derrumbaron 18.1%, la peor caída desde 2009, en plena recesión mundial; la producción industrial acumulada durante los dos primeros meses del año subió 8.6%, lo que significa el peor inicio de año desde 2009; las ventas minoristas acumuladas durante los meses de enero-febrero crecieron 11.8%, la tasa más baja desde 2004; la inversión fija bruta se expandió 17.9% para ese periodo, lo que representa un mínimo de 13 años. Además, marzo tampoco se ve bien: el PMI manufacturero que elabora HSBC cayó por quinto mes consecutivo y descendió a una lectura de 48.1, la más baja desde julio de 2013, por debajo del consenso (48.7) e inferior a la cifra de 50 que divide un ciclo expansivo de otro contractivo. Así, no son sólo los malos indicadores económicos. Hay otros síntomas para ponerse en guardia. Y uno de ellos es el pequeño desfile de medianas empresas que han entrado en suspensión de pagos. Como  el China Credit Trust Co., un fideicomiso comercializado por el Banco Industrial y Comercial de China, que en enero tuvo que ser rescatado luego de fracasar en una inversión en una compañía minera. Después de ese susto, el 7 de marzo el fabricante de paneles solares Shangai Chaori Solar Energy no pudo honrar el pago de intereses de un bono denominado en yuanes y fue la primera empresa china que entró en suspensión de pagos. El 14 de marzo no pudo cumplir sus obligaciones una siderúrgica, Haixin Steel, y el 17 de marzo quebró la compañía inmobiliaria Zhejiang Xingrun Real Estate Co, al no poder realizar un pago de deuda por 3,500 millones de yuanes (en torno a 565 mdd). En el sector financiero, además del rescate del China Credit Trust, se registró una corrida bancaria sobre un pequeño banco ante el rumor de que podría entrar en insolvencia. En el sector público, la preocupación proviene de gobiernos locales endeudados y con dificultades para honrar sus compromisos. Por tanto, y más allá de la preocupante desaceleración económica, hay varios focos rojos dentro del sistema financiero que han puesto a los inversionistas en guardia. En primer lugar, los fideicomisos que son figuras que ha utilizado la banca para sacar el riesgo de la hoja de balance. Según los datos de Bloomberg, los fideicomisos gestionan en torno a 10.9 billones de yuanes (1.8 billones de dólares en activos), de los cuales casi la mitad, cerca de 5.3 billones de yuanes, vencen este año. El hecho de que no todos pudieran devolver el capital a sus inversionistas afectaría al sector financiero directamente. En segundo lugar, el riesgo de impago de compañías corporativas, sobre todo en los sectores de minería, siderurgia, inmuebles, cemento y energía. Las empresas de estos sectores están acuciadas por las deudas y un exceso de capacidad instalada en una coyuntura de menor dinamismo en la manufactura y, por tanto, disminución en los pedidos, descensos en la producción, caídas en los ingresos y pérdidas empresariales. El mercado de bonos corporativos en China asciende a 4.7 billones de yuanes (o alrededor de 776,000 mdd), y en torno a 427,000 millones de yuanes (70,000 mdd) vencerán este año. Y en tercer lugar, la posibilidad de que entren en dificultades financieras algunos gobiernos locales que se endeudaron de forma desorbitada durante la etapa de expansión. Gran parte del auge de China se explica por la colosal expansión del crédito, que durante los últimos 18 años ha crecido a una tasa promedio anual de 17.8%, pasando de 85% del PIB en 1995 a 134% del PIB en 2012. manufactura_china1 Crecimiento en duda Estos acontecimientos en China, han sido denominado por algunos como el “momento Minsky” de China, en honor al economista Hyman Minsky. Y lo han denominado así porque hace referencia al momento del ciclo de crédito en el que, tras un largo periodo de auge y prosperidad durante el cual la inversión se ha expandido de manera desbocada y ha dado pie a inversiones especulativas, el valor de los activos sufre un repentino y gran derrumbe. Pareciera que el gobierno tiene la situación controlada y que no generará un contagio. Incluso, el primer ministro Li Keqiang ya ha adelantado que la suspensión de pagos de algunas empresas chinas será “inevitable” y forma parte de esa estrategia gubernamental destinada a reformar el sistema financiero, con el objetivo de mejorar la gestión de riesgo crediticio, disminuir la exposición de la llamada “banca en la sombra” (u operaciones “fuera de balance”) y reducir el “riesgo moral” al mandar el mensaje a las empresas de que ya no serán rescatadas, por lo que aquellas compañías que tomen malas decisiones de inversión cosecharán las pérdidas y pueden incluso quebrar. Sin embargo, dudamos de que en caso de que exista la posibilidad de quiebra de una entidad o empresa con capacidad de generar riesgo sistémico, el gobierno no acuda al rescate. Cuenta con los instrumentos y los recursos para hacerlo, incluso sin que trascienda a los medios y a los mercados internacionales. Para empezar, la deuda del gobierno como porcentaje del PIB es baja. La Oficina Nacional de Auditorías de China reportó que la deuda total, tanto del gobierno central como local, ascendió a 53.5% del pib en 2012. Pero, además, su superávit corriente sigue siendo sólido, en torno a 2% del pib; la tasa de ahorro es gigantesca, de 33%, y cuenta con formidables stocks de reservas internacionales. China tiene en sus cofres 3.8 billones de dólares en reservas internacionales, de los cuales 1.3 están colocados en bonos del Tesoro de Estados Unidos. Pero para la supervivencia del sistema no sólo importa la estabilidad financiera, sino también un poderoso crecimiento económico. El Partido Comunista de China está consciente de que para preservar su poder casi absoluto precisa del “éxito económico”. Y el “éxito económico” en China se puede medir por un guarismo: un crecimiento del PIB de al menos 8%. Desde el punto de vista de la política monetaria, el Banco Popular de China puede relajar las condiciones monetarias reduciendo los requerimientos de reservas bancarias y manejar la liquidez en el mercado de dinero con operaciones de mercado abierto. Por otro lado, y en caso de ser necesario ante evidencias de una desaceleración más pronunciada, el gobierno podría recurrir a un plan de estímulo fiscal de corte keynesiano. China es un misterio. Sus desequilibrios son bastante bien conocidos o se intuyen con bastante claridad. Pero realmente se desconoce su verdadero alcance, y quizá se subestime el poderoso control del gobierno sobre una economía aún bastante cerrada. En un principio, parece que cuenta con una buena capacidad de respuesta ante esta “minicrisis”. Tiene instrumentos para reactivar la economía si lo precisara; y dispone de los recursos para gestionar estas “suspensiones de pago selectivas”, de compañías con bajo impacto sistémico. El peligro es que alguna de estas quiebras conduzca a otra y se propague a todo el sistema. Conociendo a sus autoridades, no dejarán que eso acontezca, y cuenta con poderosos cortafuegos para apagar cualquier incendio. Todavía en China el poder del Estado puede ser aún más fuerte que el de los Mercados.

 

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