Desde 1949, año en que Mao (el “Gran Timonel”) llegó al poder en China e instauró la República, el país asiático no había tenido un líder del Partido Comunista por tanto tiempo en el poder, hasta ahora. 

En el centro de la Ciudad Perdida, en el corazón de Tiananmen, Mao Zedong visualizaba un brillante futuro comunista chino, en el que la tiranía, la miseria y la desigualdad del imperio no se repitieran. Ciertamente, China se reconstruyó, pero hoy, los gritos de libertad resuenan en el país de Xi Jinping y podrían marcar el fin de la nueva época dinástica iniciada por Mao.

Mao Zedong es uno de los personajes más controvertidos de la historia, responsable de la muerte de más de 40 millones de personas y considerado por muchos un gran accidente en la historia contemporánea, también es el artífice de los cambios que pusieron a China en el mapa estratégico del siglo XX.

Con el paso de los años, el Partido Comunista Chino ha enfrentado grandes desafíos, superados con el apoyo de una periferia antioccidental. Mientras la ya extinta URSS competía arduamente con EE. UU. por el dominio militar e ideológico en el marco de la Guerra Fría, China se delineaba como la potencia comercial y económica que hoy conocemos. Sin embargo, el sueño de bienestar e igualdad como en todas las historias populistas sigue sin llegar a convertirse en realidad.

Al régimen militar, controlador y totalitario le llegó su más grande desafío: un agente biológico que desde 2019 ha vulnerado sus servicios de salud, su modo de producción y la estabilidad social y política que por más de un siglo ha buscado conseguir. Más de seis millones de muertos por COVID-19 a nivel mundial, una cadena de suministro colapsada por los confinamientos y una economía global en clara recesión, son consecuencias del paso por la historia del siglo XXI, de este cisne negro iniciado en China.

Desde el inicio de la pandemia, el actual presidente chino y líder del Partido Comunista, ha sido criticado por los estrictos confinamientos, la política cero COVID y la imposición de un pasaporte sanitario para la población del país.

Durante el XX Congreso del Partido Comunista celebrado el pasado octubre, Xi Jinping fue tajante respecto a la política cero COVID, argumentando que el costo social de la pandemia ha sido muy alto para China y que se incrementarían medidas preventivas para evitar caer en extremos confinamientos como los que ha vivido la población en los últimos años. Sin embargo, en los últimos días el país ha regresado a los confinamientos estrictos y focalizados, lo que ha generado la crisis de gobernabilidad más importante de China.

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Urumqi, la ciudad de manufactura tecnológica por excelencia ha sido la protagonista de una serie de enfrentamientos entre la policía cero COVID y los trabajadores de Foxconn (la planta de manufactura tecnológica más importante de la región y que requiere al menos 100,000 trabajadores para mantener al día la oferta de teléfonos inteligentes), que además de rebelarse contra las injustas condiciones laborales, reclaman ahora la imposición de un confinamiento extremo que a ojos de propios y extraños, obedece a la necesidad de control político y no sanitario.

Días después de decretado el confinamiento en Urumqi, hoy vemos levantamientos a nivel nacional, con provincias enteras pidiendo la salida del presidente chino y desafiando los estrictos mecanismos de supervisión y control policial. Sin importar las extremas revisiones, el reconocimiento facial y las sanciones anunciadas por el gobierno chino, la población hoy parece desafiar a su propia historia. 

China en crisis y el mundo ante una nueva oleada de especulación económica, comercial y financiera que puede complicar aún más el inicio de 2023. Sin embargo, los jóvenes coreando “abajo el Partido y abajo Xi Jinping” son una señal de esperanza para la libertad, los derechos humanos y las nuevas generaciones.  

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