El invierno se acerca, y será muy largo. Durará cuatro años, tal vez ocho en el caso improbable de una reelección de Donald Trump, menos si en algún momento es defenestrado, producto de un escándalo (como Nixon, pero no hay que esperanzarse en ello). Hay que estar preparados, pero no caer en la histeria. Hay que reaccionar, pero no acelerarse. A partir del 20 de enero Trump tendrá que pasar de las palabras a los hechos, de los tuits a las Órdenes Ejecutivas o las iniciativas de Ley. Pero muchas de sus acciones podrán ser desviadas, canceladas o revertidas por el Congreso estadounidense. Esto es, con el xenófobo y proteccionista Ejecutivo estadounidense habrá una inusual distancia entre los dichos y los hechos. Hay que soportar los primeros y sólo actuar ante los segundos. Por ello, es imperativo evitar las acciones improvisadas o en búsqueda del aplauso inmediato y delirante. El nacionalismo mexicano, particularmente manifestado como rechazo a Estados Unidos, siempre es un barril de pólvora. Trump no se ha cansado de prender la mecha. ¿Qué se debe evitar? Por lo menos cinco acciones:
  • “Reciprocidad” proteccionista comercial
El proteccionismo comercial es una estupidez. Impide vender afuera de un país (dónde hay mayores mercados) y comprar afuera (lo que no se produce en el propio país, o se produce con peor calidad o mayor precio). Si Trump frena importaciones de coches mexicanos, pierden las dos partes (incluyendo al consumidor estadounidense). Si México responde frenando las importaciones de un producto estadounidense, pierden las dos partes (incluyendo al consumidor mexicano). Si hay formas de presión para mantener el libre comercio entre los dos países, perfecto. El “yo te pego porque tú me pegas” habitualmente lleva a que ambas partes acaben moreteadas. Porque, además, el proteccionismo es golpearse a sí mismo. Un analfabeto económico como Trump no lo entiende; el gobierno mexicano no debe caer en un analfabetismo similar.
  • Alterar el régimen cambiario
El desplome (no hay otra palabra) del peso frente al dólar en buena parte se explica por Trump, sobre todo desde su elección. En 2014-15 fue el petróleo, pero en los últimos dos meses sin duda es el factor Trump. Ya hay voces, algunas prestigiadas, que hablan de modificar el régimen cambiario, de la libre flotación actual (y vigente desde hace 22 años) a un régimen administrado, desde un tipo de cambio fijo hasta una banda cambiaria (el tipo de cambio fluctúa entre un límite superior y uno inferior). La desmemoria que estas propuestas presentan es impresionante. Las crisis económicas que estallaron en 1976, 1982 y 1994-95 tienen como una de sus explicaciones fundamentales haber mantenido un tipo de cambio administrado por largo tiempo (fijo, desliz y banda, respectivamente). A nadie le gusta que su moneda compre menos en el exterior por una depreciación, menos todavía cuando no hay razones macroeconómicas para explicar la caída. Pero tratar de administrar el tipo de cambio es un remedio peor que la enfermedad, como ha sido claro en la historia reciente de México. No hay que ser largos de memoria, basta recordar la destrucción de la banda cambiaria el 21 de diciembre de 1994 y el colapso que siguió.
  • Instaurar controles de capital
El peso mexicano es la moneda emergente más líquida (intercambiada) del mundo después del yuan chino. Ello ha llevado a que sea utilizada como equivalente al riesgo en países emergentes en general. Otra alternativa que se maneja para revertir la depreciación es instaurar controles a esa liquidez en los mercados internacionales, o incluso a los intercambios directos entre pesos y otras divisas. Los efectos negativos que ello traería, sobre todo en un largo plazo, tampoco hacen aconsejable esa medida.
  • Boicots indiscriminados a empresas
El ejemplo es Ford Motor Company. Sí, la empresa canceló una planta automotriz en San Luis Potosí. Es muy probable que lo haya hecho para evitarse problemas, y congraciarse, con Trump, no sólo por menor demanda de ciertos automóviles en el mercado. Pero que personas o empresas dejen de comprar coches Ford, así, sin mayor análisis, afecta desde concesionarios… hasta los que trabajan en las plantas de la empresa en México. Ford, como tantas otras, es de hecho una empresa en parte mexicana con capital estadounidense. No estaría mal que los negocios directos y sin relación con México del propio Trump, desde sus casinos hasta sus hoteles, dejaran de recibir dinero de mexicanos. Es dudoso que ello golpeara severamente el bolsillo del empresario, pero algo le afectaría. Un boicot es un arma poderosa, pero debe ser cuidadosamente calibrada para que, como el proteccionismo, no represente un tiro en el pie.
  • Buscar que empresas mexicanas no inviertan en EE.UU.
Trump está amenazando a empresas de su país para que no inviertan en México u otros países. La inversión de mexicanos en el exterior no es tan significativa, pero no debe entorpecerse. Si un empresario nacional, por sí mismo, decide hacerlo, es una cosa. Caer en el juego trumpiano de las presiones y las amenazas es algo muy diferente.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @econokafka Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.    

 

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