Las crisis son generadoras de oportunidades, de todo tipo, incluso políticas. Crisis como la que atravesamos caen como anillo al dedo cuando el oportunismo, no la oportunidad, es el único mecanismo para validar nuestras acciones.

Si pensamos en los poco más de diecisiete millones de ciudadanos que votaron por Andrés Manuel López Obrador (no por venganza ni en castigo a otros partidos, sino los que representan el voto duro de MORENA), la oportunidad llega cuando en tiempos de crisis llegan los apoyos y las dádivas disfrazadas de programas sociales; si pensamos en quién busca perpetuarse en el poder, la crisis genera oportunidad cuando el escenario es propicio para generar incertidumbre, miedo y desconfianza. Solo de la mano de un líder mesiánico se pueden soportar los momentos de incertidumbre, pues con él llega el bálsamo de la dádiva.

Desde la narrativa oficialista, todo hace sentido: la baja en el precio de las gasolinas, el cambio de postura en OPEP+ y el acuerdo cerrado con los Estados Unidos, la estrategia sanitaria frente al COVID-19, la negativa a los apoyos fiscales, los créditos para microempresarios bajo el padrón de campaña del actual presidente.

La realidad es que conforme avanzan los días, al grueso de la población, a quienes esto no nos ha venido como anillo al dedo, cada vez nos hace menos sentido el oportunismo político, la polarización, la pérdida de empleo, el cierre de negocios, la embestida al Pacto Federal y los dimes y diretes que aderezan cada sesión mañanera.

Revivir la subrogación de servicios de salud después de la estocada al Seguro Popular hubiera sido un acierto si el discurso político fuera objetivo, realista y certero. Así como certero hubiera sido el acuerdo petrolero con Trump si el precio del petróleo mexicano ya se hubiera estabilizado, repuntando a un día de cerrado el acuerdo.

Como ya se ha visto en otros frentes, estas épocas han refrendado que la fraternidad y la unidad nacional (la verdadera unidad) no son en realidad prioritarias pues se contraponen a las prioridades y objetivos de gestión de la presente administración, a la cual sólo le interesa que los diecisiete millones se mantengan leales a su intención de voto.

A sabiendas de que tradicionalmente las elecciones intermedias tienen un mayor abstencionismo que las elecciones presidenciales, diecisiete millones bastan para pasar la prueba en la revocación de mandato, de ahí su importancia y prioridad. El actual gobierno no ha sido un gobierno por el pueblo, para el pueblo y desde el pueblo; ha sido un gobierno-plataforma de perpetuidad que pretende fortaleza desde la minoría sabiendo que aún sigue funcionando el “divide y vencerás”.

Al presidente le viene bien tener el permanente reflector, la generación de polémica, controversia y polarización, esto le fortalece, lo reposiciona y aunque se mine su aprobación y popularidad los diecisiete millones se mantienen firmes, leales y estoicos recibiendo lo que por derecho nos corresponde a todos.

La ciudadanía responsable, la de frente común, hoy más que nunca debe estar unida, debe salir como nunca a votar, a proponer y a participar.

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