Diseño: Forbes Staff Los trabajadores informales no tienen seguro, tampoco prestaciones de ley. Sus ingresos laborales no pagan impuestos, pero ganan 12.03 pesos por hora.  Los trabajadores informales suman a la economía, pero están indefensos.      Miguel Hernández trabaja desde los 11 años.  Ha tenido 14 empleos, 10 carecieron de seguridad social. Pertenece a los 28.8 millones de trabajadores informales que generan 24.8% del Producto Interno Bruto (PIB) de México. La fuerza laboral informal que encapsula a Miguel representa 58% del total de ocupados  en el país. “Sí he pensado en buscarme una chamba formal, pero no pienso en eso del seguro. Mi inconstancia no me llevaría a obtener los beneficios. A lo mejor estaría en otro trabajo a los seis meses”, dice. Uno de sus planes para compensar la ausencia de derechos laborales es ahorrar una suma grande de dinero, y así no esperar el Infonavit, Afore o seguro médico. Su primer empleo fue como asistente de mecánico, pero no recibía sueldo. Su padre le pidió al mecánico que, por favor, le enseñara el oficio a su hijo, aunque no le pagara. El horario comenzaba después de la escuela: desde las dos hasta las cinco de la tarde, su trabajo consistía en pasar pinzas y llaves. Allí estuvo tres meses y sólo aprendió los nombres de las herramientas. Como no le gustó ese oficio, su padre lo llevó con un electricista. “Era todo un pinche mundo: como una ingeniería. Se me hacía difícil. Más que no te enseñaba ni madres; nomás a pasarle las cosas. Sólo si tenías interés, te iba enseñando.” Su siguiente trabajo fue a los 16 años, en un puesto de tacos afuera del hospital 1º de Octubre del ISSSTE, donde ganaba 900 pesos a la semana. “El dueño me dejaba solo porque veía que sí podía atenderlos.” Encontrar un trabajo que le gustara llevó a Miguel a abandonar sus estudios cuando cursaba el bachillerato. En México, los estudiantes tienden a abandonar la escuela de forma prematura: seis de cada 10 jóvenes de 16 años están inscritos en educación media superior, y  sólo tres de cada 10 jóvenes de 18 años cursan estudios de educación media y superior, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Los jóvenes de 15 a 29 años pasarán en promedio 6.4 años en actividades laborales, 5.3 años en educación y formación, y un año más en el trabajo que el promedio de 5.4 años de la OCDE.   La odisea de ser informal Pero, ¿qué es la informalidad? Este concepto se refiere a aquellos participantes de la oferta de bienes y servicios que, al hacerlo sin registro ante la seguridad social o autoridad fiscal, no reciben los beneficios y garantías contractuales del derecho mercantil o laboral, según la definición del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Desde 1997, Miguel ha sido ayudante general en fábricas, lavaplatos en hospitales privados, vendedor telefónico, promotor deportivo, taquero, repartidor de volantes, panadero… y en ninguno preguntó si había prestaciones de ley. Tampoco es una circunstancia de desconocimiento: 55.5% de los 15.6 millones de empleados remunerados que trabajan en empresas registradas, no cotizan como trabajadores en la seguridad social,  según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), actualizada hasta el cuarto trimestre de 2014 y elaborada por Inegi. Esto se debe al alto costo para los empleadores y a la falta de monitoreo de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social (STPS) y del Instituo Mexicano del Seguro Social, explica la directora general del observatorio económico México ¿cómo vamos?, Viridiana Ríos. Además, los beneficios de la seguridad social son relativamente pobres. “No te aseguran que, aun pagando 35% de impuestos a la nómina, vayas a tener un lugar (en la seguridad social) para atenderte de enfermedades graves”, añade Ríos. En 2009, cuando trabajaba en una panadería, Miguel volvió a ganar 900 pesos, uno de los sueldos más altos que ha percibido. Tampoco tenía seguridad social, pero al menos su empleo estaba cerca de su casa. Allí se encargaba de calentar el chocolate. Un sábado de septiembre de 2009 se accidentó con un metal sin protección en su zona de trabajo. “La estufa tenía una perilla sin botón, con un fierro de fuera. Un día antes limpiaron el drenaje y quitaron las coladeras. Cuando yo llegué en la mañana a preparar el chocolate, esa coladera no estaba, y en su lugar había un cartón. Al darle vueltas (al chocolate), te cansas y te pones de lado. Justo cuando hice eso, se me hunde el pie. Me rasgué todas las costillas.” Trabajó media hora pensando que sólo se trataba de un raspón, pero necesitaba sutura. Los dueños de la panadería, al ver la mancha de sangre, lo llevaron con un médico particular. Éste le aplicó  “unas sales” para cerrar la herida. Ese mismo día, Miguel regresó a sus actividades, pero el dolor aumentó durante la tarde. El lunes no se presentó a trabajar. Su madre, quien también laboraba en la panadería, informó a los jefes sobre las dolencias de su hijo, pero, como había trabajado el sábado después del accidente, no le creyeron. La siguiente semana lo despidieron sin remuneración alguna. “En la informalidad, en caso de que (el trabajador) llegue a tener un problema de salud, no tiene a quién recurrir y puede llegar a la bancarrota muy fácil”, comenta Ríos.   ¿Cómo reducir la informalidad? El principal reto de un trabajador informal es hacer crecer su ingreso. Ganan menos porque no pertenecen a negocios grandes, dice la directora general del observatorio. Mientras que un trabajador formal percibe cerca de 53.60 pesos por hora,  en promedio, un trabajador informal gana 12.03 pesos por hora, según datos del Inegi. Para Ríos, el riesgo a largo plazo reside en el fondeo de pensiones, pues los trabajadores informales no cuentan con un soporte para hacer frente a su retiro laboral. “Nos enfrentamos a un sistema de pensiones que no está completamente fondeado. Muchas personas tienen miedo de que, incluso, después de haber cotizado por años en la seguridad social, el dinero que se les regrese sea demasiado bajo.” El reto es hacer eficiente la forma de actuar de las instituciones de salud, de forma tal que con el mismo pago pueda generar mejores servicios y se vuelvan más atractivos para el trabajador. La formalización no va a darse a partir de imponer castigos más altos, asegura Ríos. “Tienen que generarse incentivos para que los trabajados y empleadores puedan ingresar a la formalidad por sí mismos, para su propio beneficio.” Pero a Miguel no le gustan los compromisos. Hoy vende hamburguesas vegetarianas, y algunos domingos de cada mes vende ropa usada. No se imagina trabajando en  una empresa que puede despedirlo en cualquier momento. “No sé qué es conseguir un buen empleo que empate con mis intereses. No tengo una expectativa fija. Más bien quiero ganar una buena lana.”

 

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