Hace unas semanas, el día 2 de agosto, Apple se convirtió en la primera empresa en alcanzar un valor de mercado de 1 trillón de dólares, en nomenclatura anglosajona, que equivale a un billón en el mundo hispano (1,000,000,000,000). El sólo hecho de alcanzar un valor, por alto que sea, no representa un factor relevante para las actividades de una firma, ni para los fundamentales que mueven el precio de sus acciones en el largo plazo. Sin embargo, cuando se alcanzan objetivos identificados con puntos de referencia, como éste, es importante dar un espacio a la reflexión. ¿Cómo llega una empresa a ser más grande que el PIB de 183 países, de los 199 cuya información posee el Banco Mundial? Apple es más grande, por ejemplo, que la economía de países como Suecia, Argentina, Suiza, Arabia Saudita, Países Bajos o Turquía. En el mundo se venden 395 iPhones por minuto. Este producto ha sido la principal palanca de crecimiento para la compañía: genera, por sí solo, el 56% de las ventas de Apple, o el equivalente a 1.3 veces las ventas de todo Google. El iPhone representa únicamente el 15% de los smartphones vendidos a nivel mundial. Gracias a que los consumidores están dispuestos a pagar un precio mayor por este dispositivo, Apple se queda con alrededor de 8 de cada 10 dólares de utilidades que se generan por la venta de smartphones de cualquier marca. Se estima que la mayoría de los productores no son rentables y sólo Apple y dos empresas más (Samsung y Huawei) generan ganancias vendiendo estos dispositivos. Pero, además, Apple tiene 1,300 millones de dispositivos activos en el mundo: iPhone, iPad y Mac, entre otros; y tanto su éxito actual como su promisorio futuro tienen mucho que ver con la integración que existe entre sus diferentes productos y servicios. Para entender la dimensión de lo que representan estos negocios, podemos compararlos individualmente con otras empresas. Por ejemplo, las computadoras Mac generan ventas ligeramente superiores a las de Starbucks, y la división de Servicios de Apple vende el equivalente a lo que las empresas mexicanas Bimbo, Coca-Cola Femsa, Grupo Carso y Chedraui juntas. Junto con el iPhone, Steve Jobs es el gran responsable del éxito de Apple. Este hijo de un inmigrante sirio, dado en adopción a una pareja de clase media, se convirtió en uno de los emprendedores más emblemáticos en la historia y, con sus productos, sin duda, cambió nuestra forma de informarnos y relacionarnos, y hasta de cómo producimos. Siempre he insistido que, en buena medida, el éxito de la política económica y social de un país se puede ver reflejado en las facilidades para que en éste se desarrolle un genio emprendedor como Jobs, sin importar en qué familia pueda nacer. En este indicador, nuestro México queda mucho a deber. No puedo pensar en alguien que no quisiera ver un caso de éxito como Apple en su país. Más allá de la enorme riqueza que genera este tipo de empresas, es evidente que sólo en un terreno fértil que cuente con innovación, Estado de derecho, competencia y pluralidad, entre otros, pueden germinar ideas en estas dimensiones. Ahora que estamos por iniciar una nueva administración, ¿qué tipo de políticas públicas deberían impulsarse para que, en algunos años, tengamos casos de éxito como el de Apple? ¿Cómo percibe la sociedad el fracaso cuando un emprendedor no logra salir adelante? Hoy parecería muy ingenuo pensar que en México se pudiera desarrollar una empresa como Apple; sin embargo, existe evidencia esperanzadora. Tal es el caso de Corea del Sur, una economía que, hasta hace poco, era comparable con México, que hizo la tarea para generar las condiciones para que empresas de este tipo surgieran y, así, impulsar el desarrollo económico a través de la inversión en investigación y desarrollo de tecnologías. El caso más emblemático es Samsung, empresa que, gracias a la venta de su tecnología (principalmente pantallas y procesadores) gana 110 de los 1,000 dólares que Apple obtiene por la venta de cada iPhone X. Podríamos empezar por ahí.

 

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