Un caso de abuso sexual casi derrumba el sueño de Winfrey y su campus de 40 mdd, pero la multimillonaria filántropa no ha dado un solo paso atrás en su plan de impulsar a las niñas en desventaja de la región.   Clare O’Connor   En la entrada principal de la escuela de Oprah Winfrey, flanqueada por árboles y maleza, la bandera de Sudáfrica ondea a media asta. Cuatro días antes, la policía abrió fuego contra los trabajadores en huelga de una mina de platino, al norte, matando a 34 de ellos. En la asamblea diaria en el lujoso auditorio del campus, 296 niñas en sacos color verde pasto y faldas plisadas inclinan la cabeza, algunas murmuran oraciones. El duelo es una habilidad practicada por las alumnas de la Academia de Liderazgo para Niñas Oprah Winfrey (OWLAG, por sus siglas en inglés). El alumnado de la escuela en conjunto lamenta, en promedio, la muerte de una persona a la semana, y todos los lunes  rinden homenaje formalmente a los caídos. “Esta es la verdadera Sudáfrica”, dice Anne van Zyl, cuarta directora de la academia en cinco años. “Han visto el Sida. Han visto la violencia.” El caso de Mashadi, de 18 años, es típico: su padre murió hace cuatro años, dejando a su madre como único sostén. Pero mientas sus antiguas compañeras de clase recuerdan a los mineros, ella se prepara para un nuevo ritual. Esa misma semana de agosto, Mashadi y Winfrey visitaron la tienda Bed, Bath & Beyond, en Boston, para elegir juegos de sábanas y otras necesidades para el dormitorio de Mashadi en la Universidad de Wellesley, junto a las otras seis chicas de la primera generación de OWLAG (“oh-lag”, como la llaman los estudiantes) que comenzarán a tomar clases en una universidad de Estados Unidos este otoño. Mashadi viene de Alexandra, un municipio pobre y peligroso de chozas con techos de lámina a las afueras del norte de Johannesburgo. En casa comparte una cama con su madre, empleada doméstica de una familia blanca. Nunca consideró cursar la universidad hasta el 11º grado. “Me preguntaba, ¿con quién voy a dejar a mi mamá?”, dice Winfrey, y añade: “No hay un inodoro en su casa, no hay agua. Y asistirá a Wellesley. ” La multimillonaria de los medios de comunicación, de 58 años de edad, encabezó la primera graduación de su escuela, en enero, 72 niñas que asistirán a la universidad en un país donde sólo el 14% de la población negra se gradúa de la escuela secundaria. Aunque no lo dice explícitamente, la emoción seguramente también se deriva de alivio y un sentimiento de redención. Poco después de su inauguración, hace cinco años, la escuela de Winfrey fue objeto de un escándalo de abuso sexual, que tuvo repercusión internacional debido a la fama de su fundadora Winfrey respondió cerrando el acceso del exterior a la escuela. Pero mientras los titulares cedían, Oprah no se dio por vencida en su meta filantrópica: no sólo para educar a sus chicas, sino para cambiar el rumbo de sus vidas. Con el fantasma del escándalo cada vez más lejano y su segundo grupo de graduadas enviando solicitudes de ingreso a universidades, Winfrey vuelve a abrir la escuela al mundo exterior. Invitó a Forbes a Sudáfrica y nos dio acceso exclusivo. La historia que encontramos allí es de buenas intenciones que salieron mal, de persistencia,  y reivindicación.   Los cimientos La escuela de Winfrey comenzó como una promesa bastante extravagante. En 2000, Winfrey y su novio de muchos años, Stedman Graham, vacacionaban en la casa de Nelson Mandela, en el Cabo Occidental del país. Durante diez días Winfrey y el ex presidente sudafricano intercambiaron historias, ideas y se revisaron los periódicos una y otra vez. Cuando llegaron al tema de la pobreza, Winfrey habló claro. Es un tema del que ella sabe algo al respecto. Oprah creció en Kosciusko, Mississippi, su infancia de no estuvo muy lejos de la media sudafricana. Vivía en una granja sin agua corriente y su abuela, quien la crió en buena medida, lavaba la ropa a mano. A los 9 años fue violada por un primo y a los 14 años dio a luz a un hijo, que murió después del parto. Su escape llegó en la forma de un programa federal que le dio acceso a una escuela suburbana rica, donde era una entre un puñado de afroamericanos. Todos los días iba de una casa pobre a un salón de clase lleno de posibilidades. Ahí descubrió su talento para la oratoria y debate, que le valió un programa de radio y, más tarde, una beca para la Universidad Estatal de Tennessee. Cuando comenzó a hacer dinero de verdad —millones, y luego miles de millones, a partir de su talk show y el subsecuente imperio mediático—  se comprometió a pagar para que otros niños negros pobres fueran a la universidad. Y lo ha cumplido: hasta la fecha se ha gastado alrededor de 400 millones de dólares (mdd) para causas educativas, entre ellas más de 400 becas para el Morehouse College, de Atlanta. Sentada en el suelo de la casa de Mandela, su héroe, y entristecida al describir el estado de la educación en su país, se comprometió a dar un paso más allá. Winfrey ofreció en ese momento 10 mdd para una escuela de Sudáfrica. “Cuando vas a la casa de Nelson Mandela, ¿qué llevas? No se puede llevar una vela.” El próximo diciembre se cumplirán diez años de que comenzó a construir en Henley-on-Klip, hasta entonces un rancherío 64 kilómetros al sur de Johannesburgo. Cuando Winfrey y su equipo comenzaron el reclutamiento, en 2006, insistió en aceptar sólo a las niñas más brillantes pero más desfavorecidas: aquellas que fueran primeras de su clase en las escuelas públicas pero sus hogares tuvieran menos de 950 dólares al mes. Mashadi, Bongeka y otras 150 chicas de las primeras dos clases arribaron en 2007, esos 10 mdd se habían convertido en 40 millones, Winfrey convirtió 52 hectáreas en un campus incluso más cercano a las normas de la Ivy League que la lujosa escuela suburbana a la que ella había asistido. ” Lo que es en realidad, es una inversión en liderazgo y una inversión en el futuro de un país. Así es como lo veo ahora. No lo veo como, ‘Oh, vaya, mi escuelita.’” Al recorrer la escuela, no es difícil ver cómo los costos se dispararon. Una nueva piscina se ubica junto a una sala de entrenamiento donde las “aprendices”, como se les llama aquí, toman clases de spinning en bicicletas fijas. El edificio administrativo podría pasar por una galería de arte sudafricano, y el auditorio se siente como un teatro de Broadway. Al igual que con todos los aspectos de su trabajo, Winfrey es una perfeccionista. La escuela abrió sus puertas en enero de 2007 y al evento asistieron mandatarios como Mandela y amigos famosos de Oprah, como Diane Sawyer y Spike Lee. La escuela no era precisamente popular en Henley-on-Klip. Sam Blake, director de operaciones de la escuela y los ojos y oídos de Winfrey en el terreno, atajó quejas de los vecinos: “Recibí llamadas telefónicas diciendo: ‘Espero que todos sus árboles mueran'”, dice. “Hay gente que no nos quiere aquí, 150 niñas negras en una zona totalmente blanca.” La empresa también fue recibida con incertidumbre por parte de algunos medios de comunicación estadounidenses. ¿Por qué se Winfrey gastó 40 millones en una escuela cuando podía construir un montón por ese precio? ¿Por qué las niñas dormían en sábanas de 200 hilos? ¿Por qué hay candelabros que cuelgan del techo de la biblioteca y pilares de mosaico de azulejos de colores brillantes afuera de la cafetería? “Cuando entras en un lugar hermoso, tienes una mejor percepción sobre ti mismo”, explica con sencillez. Recorriendo el perímetro del campus, describe el primer lote de planos para las tierras que las autoridades escolares locales habían arrendado a Winfrey. Ella no estaba contenta. “Dijo que parecía un gallinero”, Blake ríe. Winfrey rompió relaciones con el Estado y decidió ir por su cuenta y contrató a los arquitectos detrás del famoso Museo del Apartheid de Johannesburgo. Se puso unos jeans y un casco y supervisó cada aspecto de la construcción.   El escándalo En octubre de 2007 el sueño filantrópico de  Winfrey se volvió amargo con una llamada telefónica. Winfrey se enteró de que un grupo de chicas se había presentado alegando que una de las encargadas del dormitorio, de 27 años de edad, había estado acosándolas. “La guardia de seguridad había visto a la encargada entrar y salir del dormitorio”, dice Winfrey, negando con la cabeza, “y dijo ‘Sí, le pregunté qué estaba haciendo, ella dijo que ayudaba a una chica con su tarea.’ ¡¿A las cinco de la mañana?!” “Para cuando una niña llega a mi escuela, normalmente ha sufrido, en promedio, seis traumas significativos en su la vida”, dice Winfrey. “Han perdido a uno o ambos padres. Pasado por varios accidentes, muerte en la familia, SIDA, violaciones, abuso sexual, de todo. Han ocurrido cosas inimaginables. “Cada año un grupo de alumnos de nuevo ingreso es diagnosticado por el equipo del campus de la escuela de psicólogos y trabajadores sociales que padecen de estrés postraumático por el simple hecho de vivir su vida cotidiana. Ahora había ocurrido bajo su guardia. La situación comenzó a empeorar. En los siguientes meses y años, siete jóvenes fueron suspendidas por “conducta inapropiada”, incluyendo acoso sexual a sus compañeras y el hallazgo del cuerpo de un bebé muerto en la mochila de una estudiante de 17 años de edad. “El hecho de que este lugar no hiciera implosión es un milagro”, dice el profesor de Inglés Clare McIntyre. Algunas de las chicas temían que Winfrey se frustrara y abandonara la escuela. “Ella podría haberla cerrado y enviarnos a cualquier otra parte”, dice Bongeka. La triste ironía es que Winfrey estableció una barrera de seguridad sin precedentes en un país donde más de un tercio de las mujeres jóvenes es víctima de abuso sexual. “Pensamos que todas nuestras amenazas eran del sexo masculino, así que mi objetivo era mantener fuera a los hombres”, dice Oprah. Resultó que la crisis era totalmente interna. Winfrey despidió rápidamente a la presunta abusadora de niñas –quien más tarde fue absuelta en un tribunal sudafricano–, a todas las empleadas de los dormitorios y a la dirección de la escuela. “Quería limpiar la casa y empezar de nuevo”, dice Sibusisiwe Thembela, bibliotecaria de la escuela, quien se hizo cargo durante lo que Winfrey llama “la crisis”.   Renacimiento Un dato poco conocido que hasta el más altruista ignora hasta que se involucra de lleno en la donación: La mayoría de las iniciativas filantrópicas no funciona, el 75% baja la cortina durante el primer año. Aun así, hay mérito en el esfuerzo: Como en los negocios, los fracasos conducen a descubrimientos y avances. Pero Winfrey, en lugar de anotarse el caso de su escuela como una costosa lección de vida, en silencio redobló sus esfuerzos para hacer que funcionara. Ese renacimiento se inició formalmente en 2010 con la contratación de Van Zyl, descendiente de un ministro anglicano que emigró a Malawi, quien impulsó la integración de alumnas negras en la Escuela Superior de Pretoria para Niñas, la cual se convirtió en la primera escuela para blancos de la región que aceptó la integración después de que se levantó el velo del apartheid. Los gastos de Winfrey se han disparado a más de 105 mdd mientras se hace cargo del pago de  matrículas universitarias por primera vez. Para ayudar a más chicas, Winfrey está llegando a empresas e individuos poderosos en el sur de África con la esperanza de aumentar los recursos para la escuela. Sus amigos multimillonarios también están cooperando: Michael Dell ha donado computadoras portátiles, Sara Blakely, creadora de Spanx, donó un cheque de  1 millón y Jeff Bezos, de Amazon, dio a cada niña una Kindle. Winfrey, por su parte, está considerando su próximo paso grande: una escuela en EU, posiblemente en su estado natal de Mississippi. Winfrey comienza este próximo capítulo armada con cinco años de duras lecciones y la certeza de que, como ella dice, “Si puedes hacerlo en Sudáfrica, puedes hacerlo en cualquier lugar.”

 

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