Bruce Wayne, Peter Parker, Clark Kent palidecerían de envidia ante las diversas alternativas que una persona del siglo XXI tiene para fragmentarse en mil pedazos y desarrollar varias personalidades desde la inmediatez de un aparato electrónico. Es tan fácil y automático que olvidamos que podemos poner a la transmedialidad a trabajar a nuestro favor. En un impulso por encajar en todos lados, desdibujamos nuestra identidad: no podemos ser Batman, Spiderman o Superman a la vez, no funciona así,

Dice el profesor Bernardo Flores Haymann, de la Universidad Panamericana, que las personas estamos divididas casi siempre entre muchas personalidades: la que desarrollamos para el trabajo, la que tenemos para nuestra familia, la pareja o los amigos, la que adoptamos cuando hacemos deporte o cuando salimos a divertimos y que vamos modificando, dependiendo del terreno en el que nos encontremos. Siempre mostramos versiones incompletas de quiénes somos acorde a la audiencia con la que interactuamos porque no podemos ser totalmente nosotros en todos lados. Vamos dejando pedazos de nuestra personalidad en diversos espacios físicos y virtuales. Eso mismo sucede con las redes sociales y las tantas plataformas de difusión que hoy tenemos.

Por ejemplo, una mujer se muestra como una persona muy religiosa en Facebook, pero manda memes burlones a sus contactos de WhatsApp, en la vida real es una persona sumamente correcta que rara vez dice majaderías al hablar, en Tinder es atrevida, en Pinterest publica recetas de pasteles y puntadas de crochet, en el terreno profesional es emprendedora. ¿Qué decimos de ella; que es una persona creyente, o que es ramplona, o sugerimos que es sumamente tranquila, ecuánime o que es aventurera? La respuesta es, según el profesor Flores, que ella es todas, pero su identidad varía según el contexto en el que se desenvuelve, y el contenido que comparte también va alineado al público que tiene en cada espacio.

Estas posibilidades que nos permiten desarrollar tantas identidades se alinean conforme a la plataforma en la que estamos interactuando. Nos adaptamos a ella, en lugar de utilizarla en forma consciente y generar contenido que trabaje a nuestro favor. Por ejemplo, la mayoría de las personas utilizan Facebook para presumir su vida pública: viajes, festejos, éxito, hasta qué y dónde estamos comiendo. Es decir, todo aquello que quiere que el mundo vea y la mayoría de las veces, no media un filtro sobre qué es lo que es realmente conveniente que el mundo vea. La gente comparte en Twitter información concisa sobre lo que le sucede en el momento, casi siempre son quejas: que si el baño del cine está sucio, que si el mesero me trató mal en determinado lugar o si la aerolínea salió tarde. Otros, actualizan LinkedIn con frases motivacionales que toman prestadas de algún líder que esté de moda. Se suben fotos de comida a Instagram. Chatean por medio de WhatsApp, siguen a influencers y les ponen toda la atención a sus consejos y a sus dramas, ven películas y series en streaming. Algunos tenemos un blog y escribimos periódicamente y lo compartimos en alguna o varias redes. Este fenómeno es una realidad que Flores Haymann llama síndrome de transmedialidad. Esta es la quimera de nuestra realidad hoy, en la que tenemos varias narrativas de la misma persona, que conjuntamente forman una historia completa, pero que rara vez podemos vislumbrar por completo.

La verdad es que la actividad que los seres humanos desarrollamos en las redes es alta. Invertimos mucho tiempo publicando trozos de nuestra identidad. Si hacemos una reflexión profunda y contabilizamos el tiempo que permanecemos enganchados a una pantalla, nos iríamos de espaldas. Peor, si toda esta actividad está fragmentada porque, literalmente estamos generando un rompecabezas que puede confundir. ¿Cómo curarnos y recuperarnos del síndrome de la transmedialidad? Lo mejor sería unificar los esfuerzos y dar una imagen clara de quiénes somos ya que eso nos abre oportunidades, nos genera fortalezas, mientras que mucho de lo que se publica en muchas ocasiones nos pone en riesgo. La clave del éxito transmedial es generar audiencias cautivas que nos tomen en cuenta como referentes.

Nuestra realidad es que padecemos cierto grado de síndrome de trasnmedialidad: estamos inundados de contenido, nunca como hoy se ha producido tanto. El problema es que en ese mar de datos, hay poca información relevante, creíble y sustentada. El usuario que busca referentes tiene que navegar en una suerte de mar de basura con la que se topa cada que se da a la aventura de encontrar relevancia. Por lo tanto, alguien que pueda, en forma ordenada, poner a trabajar la transmedialidad a su favor, enarbolará una ventaja competitiva y será preferido.

El tema del síndrome de transmedialdiad es que vamos dejando pedazos de nuestra identidad en varios medios con el fin de mostrar una parte de nosotros, sin permitir que se conozca el todo. Además, nos enfrentamos a una disyuntiva mediática: queremos privacidad y hoy para tenerla hay que convertirnos en un enigma. Esa breve historia es parte de nuestro universo, pero tampoco pasa nada si la gente no se entera de lo que publicamos en nuestras otras redes, porque eso, lo que alcanza a ver, es suficiente para decir que nos conoce. 

Evidentemente, hay un límite entre lo que queremos revelar y lo que permanece en el ámbito de nuestra intimidad. Por eso, la transmedialidad debe seguir una estrategia que nos ponga al mando, el chiste es poner a trabajar a las redes sociales a nuestro favor y no al revés. Esto se logra entendiendo los diferentes lenguajes que debemos utilizar para cada caso: las formas para compartir información son distintas dependiendo de cada plataforma. Las formas son distintas, el fondo no.

Con esta reflexión y teniendo en cuenta nuestra intimidad, la gran distracción y abstracción que generan las pantallas, podemos empezar a gestionar estas herramientas y ponerlas a trabajar a nuestro favor. Es muy frecuente ver como la gente muestra sus vulnerabilidades en las redes: he visto influencers subir contenido en el que aparecen llorando, lamentándose de su soledad. Si la estrategia es mostrarlos como personas de carne y hueso que padecen igual que otro ser humano, publicar lágrimas fue correcto. Sin embargo, si se hizo en un arranque de sentimiento, lejos de ayudar, puede resultar perjudicial. Lo mismo pasa con los pleitos, las revanchas, las euforias. O, peor aún, cuando equivocamos el contenido que debemos comunicar. Un chiste sexista en LinkedIn puede causar que te bloqueen la cuenta. 

Para poner a trabajar la transmedialidad a nuestro favor necesitamos definir una estratégica. ¿Quién queremos ser? ¿Qué queremos compartir? ¿Cómo queremos ser percibidos? Todas estás preguntas merecen un tiempo de análisis, no se responden por impulso. No podemos ser Batman, Spiderman o Superman a la vez, no funciona así. Una vez que llegamos a la respuesta correcta, podemos sacar provecho de estos instrumentos de la modernidad, en vez de sentirnos atrapados y manipulados en una red intricada de datos. Los resultados pueden ser gloriosos cuando tomamos el manubrio y damos rumbo.

 

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