Creo que lo mejor que podemos hacer para conocer una ciudad es hablar con su gente y viajar en su transporte público, aunque nunca está de más visitar los lugares en donde resguardan pedacitos de su pasado que nos pueden ayudar a encontrar una pieza para entender su presente.     Se acerca el Día Internacional de los Museos y todos hacemos el mismo ritual de formular proyectos fantasiosos como los que se hacen en fin de año, aunque éste tiene como propósito fundamental visitar esos recintos la mayor cantidad de veces que se pueda. Pero ya sea porque no tenemos tiempo, porque Godzilla atacó nuestra ciudad, o porque realmente no nos gusta ir, dejamos inmediatamente esta empresa de lado hasta que de nuevo se vuelve a conmemorar esta fecha. Y así, y así y así se repite la historia hasta que el círculo se hace interminable. A mí me tomó años tomarles el gusto, eh. Tal vez la razón es que fui tantas veces al imponente Museo Nacional de Antropología a tomar notas para cumplir con los requisitos de algún trabajo de la escuela —o sea, para copiar las descripciones al pie de las piezas y poder anexar el boleto que comprobara mi asistencia—, mas nunca para apreciar realmente lo que hay ahí ni para maravillarme con la infraestructura del edificio. O quizá también tiene que ver con que las visitas que no tenían fines académicos fueron obligadas por mi madre, quien, ahora que lo pienso, probablemente atacada por un sentimiento de culpa, nos llevaba de manera intermitente a pasar domingos enteros ahí. Pero no, eso no era lo peor. El martirio era tener que recorrer una por una cada una de sus galerías, porque, claro, había que aprovechar que ya estábamos en ese lugar para verlo todo —de verdad TO-DO— de una vez, y que año con año fuera exactamente lo mismo. Yo, por supuesto, ya me había familiarizado con ver al personaje que simulaba ser uno de los antepasados de la raza humana haciendo fuego, así como con esa capa de polvo que lo cubría y que se había engrosado, junto con el aburrimiento que me generaba, con el paso del tiempo. Mi aversión por estos lugares creció y yo también. Extrañamente cuando ya no tenía la obligación de aprender fue cuando mi curiosidad se exacerbó, pero en mi cabeza ya todo estaba claro: los museos eran el enemigo. Lo único que había por hacer era salir a enfrentar al dragón o destruirlo desde adentro. Ya con la armadura puesta, la espada bien afilada y el caballo ensillado, ¿cómo abordar a ese monstruo al que se nos enseñó a odiar? Respire —yo también respiro—, lo primero es ir poco a poco, poco a poco, poco a poco. ¿Listo? *Sí, la primera impresión es la que cuenta. Aunque generalmente soy fiel partidaria de esa creencia esto no aplica para las manifestaciones artísticas. Bueno, ya no. Así que siempre les doy una segunda oportunidad, o tiempo suficiente para que me platiquen todo lo que tienen por decir. La exposición no se va a ir a ningún lado, al menos no las permanentes. Vaya, entre a una sala, pasee por el recinto —en el DF la mayoría son bellísimos—, tómese un café y regrese otro día a ver otra sala o a visitar alguna pieza en particular. Hay cuadros que se convierten en amigos y es un bonito ritual hacerles visitas y dejar que platiquen, siempre será una conversación distinta. *¿Que cuáles son las mejores horas para recorrer un museo? Temprano y al final del día. Inténtelo a la mitad de ese horario bajo su propio riesgo. Aproveche que en ciertos días y/u horarios no están tan llenos y tómelos como trincheras para leer. Ajá, leer. *“Los niños siempre serán niños”. Sin duda, sólo enséñelos a respetar las piezas y busque actividades propias para ellos dentro del museo. De esta manera no formará a los desertores del futuro. *Incorpórela a su lista de opciones de entretenimiento. Compare los precios con los del cine o con los del parque de diversiones. No es que visitar un recinto que alberga arte o conocimientos nos hará pertenecer a cierta élite ni son torturas que nos convertirán en seres superiores intelectualmente, no. Hay que verlo como una opción más de esparcimiento, y bueno, comparando el costo en taquilla de estos lugares con el precio de alternativas, el beneficio económico es notable. *Lleve música. Gran lugar para recorrer con su propio soundtrack o, ¿por qué no?, para hacerle un mixtape personalizado. *Busque temas que le interesen y esté al tanto de préstamos de obras. Según la página del Instituto Nacional de Antropología (INAH), existen 57 museos con diferentes temáticas tan sólo en la Ciudad de México. Una vez identificado el o los museos de su interés, investigue los días gratis, horarios extendidos y las actividades especiales. Suscribirse a las páginas de estos sitios en las redes de contacto socio-virtual es una gran idea, ya que ahí suelen publicar este tipo de información. *Llevar ropa cómoda. No, esto no es un simulacro. Obviamente recorrer un museo en tacones de aguja y cargando la plancha en la bolsa puede ser la mejor fórmula para no regresar nunca. Yo sé lo que le digo. *Luz, cámara… Sí, sí, sí. La tecnología nos brinda una herramienta importantísima para recordar, pero deje a los otros visitantes disfrutar de las obras sin que tenga que ser por medio de la pantalla de su dispositivo. *No pensarlo como una actividad solitaria. Claro que no es una tarea fácil deshacerse de los prejuicios sociales ante la cultura como sinónimo de aburrimiento, y lamentablemente las experiencias a temprana edad no hacen más que reforzar esta idea. Y si es que logra superar esta fase y encontrarse a otros como usted: *Vaya en grupo, no en manada. Es inevitable hablar, pero no se comporte como si estuviera en un bar. Y si no le interesa lo suficiente, váyase. No le arruine la experiencia a los demás. *Vuélvalo a hacer. Érase una vez en un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, que invité a alguien a un museo, no recuerdo exactamente a cuál, y me dio las gracias porque él “ya había ido una vez”. Lo tajante de su respuesta me llevó a pensar que sus intentos anteriores habían sido igual de desastrosos que los míos, tal vez peores. Así que si su escudo también es ya haber padecido de esta travesía mortal, lo único que le recomiendo es repetir la odisea armado con mis técnicas de supervivencia. No sé, tal vez finalmente encuentre la manera de cortarle la cabeza a esa criatura mítica y ponerla en la pared de los trofeos personales. Yo realmente no creo que la mera idea de interactuar con la cultura se vuelva tediosa e indeseable sea del todo culpa de la escuela, ni tampoco de los espectadores que huyen o que se muestran apáticos ante ella. Mucha responsabilidad la tienen los mismos museos que no hacen atractivas sus exposiciones, que tienen sus salas acomodadas de la misma forma por décadas y que obviamente han carecido de propuestas museográficas, no hablo de todos, por su puesto. Creo que lo mejor que podemos hacer para conocer una ciudad es hablar con su gente y viajar en su transporte público, aunque nunca está de más visitar los lugares en donde resguardan pedacitos de su pasado que nos pueden ayudar a encontrar una pieza para entender su presente. Así que sólo nos queda agradecer esta iniciativa que este año es celebrada por 143 países, incluyendo al nuestro, que podría ser una nueva oportunidad para enfrentar al dragón. Y si es que crees que es el momento adecuado para hacerlo, puedes encontrar la lista de actividades celebradas por la red de museos del INBA dando clic aquí.     Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @Recienmentero   *Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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