Por José Luis Cerdán* El suicidio de Armando Vega Gil, integrante del popular grupo Botellita de Jerez, escritor y activista de larga trayectoria, merced a una denuncia anónima sobre comportamientos indebidos (acoso y pederastia), nos impone una reflexión seria sobre los límites de movimientos reivindicatorios; particularizando en esta época, caracterizada por la inevitable dinámica de las redes sociales. De entrada, los esfuerzos por visibilizar, denunciar, contener y combatir las agresiones en contra de las mujeres, no sólo merecen respeto sino apoyo. La historia demasiado larga de abusos en su contra; las respuestas insuficientes o francamente adversas (revictimización) de las instituciones encargadas de procurar justicia; la resistencia de una buena parte de la población masculina a admitir que sus conductas abusivas, prepotentes, irracionales y machistas constituyen una agresión legalmente punible, pero también socialmente sancionable; la profundidad y arraigo de prácticas depredadoras, humillantes, violentas y castrantes; la desesperante lentitud, en fin, en el avance de nuestra sociedad para reducir estos reprobables hechos, dan carta de legitimidad a todos los mecanismos que las mujeres han desarrollado para defenderse y para hacer públicos los casos de acoso y discriminación que sufren. En este escenario se inscribe la tarea que inició un grupo de mujeres norteamericanas que, en redes sociales, posicionaron el hashtag #MeToo, originalmente enfocado a las denuncias contra el poderoso productor norteamericano de cine, Harvey Weinstein, en 2017. Te interesa: Las organizaciones sociales bajo la mira Los resultados de este mecanismo de denuncias son conocidos: muchos personajes de renombre y fama vieron expuestos casos (recientes y antiguos) de acoso, abuso y violación, con lo que sus carreras sufrieron un golpe que, para algunos muy notables, significaron prácticamente el fin de su carrera. Las repercusiones recorrieron inmediatamente otras naciones y colocaron al movimiento en el centro de los afanes reivindicatorios del feminismo. No obstante, en 2018, un grupo de artistas francesas respondieron descalificando los excesos puritanos que trasuntaban, ya para entonces, distintas variantes discursivas del movimiento. A la voz de “la seducción no es un delito”, criticaron lo que, incluso, llegaron a considerar una “cacería de brujas”. Y así estamos hoy, frente a un caso en que, pese a todos los esfuerzos de racionalización, se manifiestan las expresiones más extremas, irreconciliables, del problema: ante el suicidio del músico, penosas muestras de indolencia se han enseñoreado en nuestros espacios públicos de discusión. Presenciamos alarmados desde celebraciones por el suicidio (y acusaciones de que ocurrió sólo para joder al movimiento feminista), hasta la creación de una réplica masculina del hashtag original, con el ridículo propósito de “equilibrar” los agravios, como si la dimensión del problema no tuviera, como factores esenciales, la variable de género y el componente del poder históricamente desigual. Aún así, hay una arista inquietante en este caso y otros similares: la utilización de plataformas del ciberespacio para difundir versiones no siempre corroborables, no del todo creíbles, no sustentadas más que en los dichos y las sospechas, que ponen en riesgo elementos civilizatorios de cualquier sociedad que aspire al desarrollo armónico: el Estado de Derecho, el debido proceso y, en fin, la presunción de inocencia. Hay una tensión entre derechos, por lo que hoy ocurre. Cualquier ciudadano(a) tiene derecho a resguardar su fama pública (un aspecto que suele menospreciarse, pero que constituye, para muchos, la esencia misma de su vida) y deben evitarse actos de difamación, sanciones prejuiciosas y, sobre todo, linchamientos mediáticos. Las mujeres, por su parte, tienen derecho a denunciar. Y si para hacerlo deben exponer su integridad, entonces también tienen derecho a protegerse bajo el anonimato. ¿Cómo conciliar estos derechos hoy en aparente contradicción? Hace falta un alto en el camino. Una reflexión a fondo y una discusión abierta, libre de enconos y odios gratuitos. Hace falta, pues, replantearnos todos lo que estamos haciendo como sociedad y proceder, de inmediato, a enmendar lo que –sin importar las buenas voluntades que lo alentaron- hoy está metiéndonos en un callejón sin salida. *Académico de Tiempo Completo de la Universidad Veracruzana. Estudió Comunicación (UV) y Sociología (UNAM). Periodista. Fue Consejero Electoral (IFE-INE) y Jurado del Premio Nacional de Periodismo.   Contacto: Correo: [email protected] Facebook:joséluis.cerdandíaz LinkedIn: jose luis cerdan diaz Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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