Las posiciones tímidas y retóricas vagas, como las que tuvo Obama durante su visita a Medio Oriente, parecen ser la única forma de evitar exacerbar la complejidad de un polvorín que podría estallar en cualquier momento.   Mientras dos discuten… El tercero disfruta —solía decir el célebre dramaturgo Goldoni, tal vez equivocándose. A unos días de su visita a Medio Oriente, es evidente que el presidente Barack Obama sacó muy pocos beneficios del antagonismo entre Israel y Palestina. En noviembre, mientras el mundo saludaba con mucho entusiasmo su reelección a la Casa Blanca, palestinos e israelís, cuyo optimismo se ha ido perdiendo a lo largo de su historia, se mostraron muy escépticos hacia la política del “hope-change-think big” y por fin coincidieron en algo: a ninguno de los dos Obama le causaba mucha gracia. De hecho, el reciente viaje en el polvorín medio oriental pretendía mejorar la imagen de Obama a los ojos de sus aliados israelís, al fin de acercarlo a una opinión publica curiosamente fría y hostil, y superar las tensas relaciones con el primer ministro Netanyahu, al mismo tiempo tratando de tranquilizar a los palestinos y su sed de justicia. La misma administración estadunidense quiso ir a lo seguro y desde el principio mantuvo bajas las expectativas hacia el viaje del Presidente, un viaje que se reveló más forma que contenido, más presencia simbólica que eficacia política: Obama entregó dos mensajes diametralmente diferentes: alimentó una larga tradición de abstracta retorica y buscó mantener un perfil muy bajo allí donde las expectativas y la urgencia de encontrar soluciones requieren altos compromisos. La pérdida general de fe se ve paradoxalmente en la falta sea de entusiasmo que de violenta oposición a la idea de crear dos estados: las declaraciones de Obama a favor de un estado Palestino fueron recibidas con frialdad e indiferencia. Si palestinos e israelís mostraron escepticismo hacia lo que parece un simple pour parler, admito que yo me quedé sorprendida frente a las palabras que defendieron la creación de dos estados como única solución posible al conflicto. Tal vez porque todavía no me he olvidado que hace un par de meses en el seno de la ONU, Estados Unidos votó en contra al reconocimiento de Palestina. Por cierto, el camino hacia la paz es más complicado que las palabras para describirlo. El mismo Obama sigue en búsqueda de respuestas, ya que ni él esconde todas sus dudas frente a las enormes dificultades técnicas que la constitución de dos estados llevaría. Mientras aumentan las tensiones en los territorios ocupados del West Bank, en la región sigue ganando un negro escepticismo. Por un lado, la victoria de la coalición de Netanyahu a las elecciones de enero marcó un definitivo alejamiento de la realización de dos estados: desde su discurso en 2009, en que se declaró favorable a reconocer Palestina, Netanyahu no hizo nada para concretizar esa utopía. Además, la opinión pública israelí se está radicalizando. En Jerusalén, en lugar que hablar en el Parlamento, Obama decidió dirigir su empático discurso a los estudiantes, por ser, como el mismo dijo, la generación futura, la guía del progreso, la clave al cambio. Lástima que, según las últimas encuestas, los jóvenes israelís se reconocen cada vez más en los partidos de derecha, como el Likud o el Juwish Home, conocidos por tener muy poco interés en negociar con los palestinos. Por el otro lado, Palestina sigue viviendo su cotidianidad de extrema confusión. La brecha entre la OLP de Abbas y los islamistas de Hamas, que gobiernan Gaza, no muestra signos de mejoría. Este prolongado estancamiento político está perjudicando fuertemente el crecimiento económico del país, destrozado por una importante crisis financiera, que daña la competitividad del mercado nacional y pone en peligro el gobierno y su desaventurada población. En Ramallah, Obama mostró simpatía a los palestinos y a sus aspiraciones, pero en todo el West Bank hubo protestas contra su visita. Las críticas de Obama a las precondiciones establecidas por los palestinos para empezar cualquier proceso de negociación, es decir, la abolición de las colonias israelís, no son muy populares entre los palestinos, que no tienen intención alguna de transigir. Sin embargo, la renovada ola de violencia y los recientes choques en Gaza muestran, una vez más, la urgencia de un proceso de paz. Las tímidas y retoricas reacciones y la falta de concreción política, sobre todo por Estados Unidos, que desde siempre juega un papel crucial en el conflicto, revelan un cambio en el escenario global.   ¿Cortar el cordón umbilical? La revolución energética y la progresiva autosuficiencia en hidrocarburos que Estados Unidos está logrando, posicionándose en las proyecciones económicas como el mayor productor de petróleo y gas a nivel mundial, permiten a Washington retirarse progresivamente de la belicosa región medio oriental y poder reorientar sus estrategias políticas hacia otras regiones, sobre todo el Pacifico y los tigres asiáticos. Por supuesto, el corte del cordón umbilical con su histórico aliado Israel no será tan inmediato, o tampoco cierto. Puede ser que el petróleo no sea más una preocupación tan inminente y que el epicentro político ya no coincide con el conflicto palestino-israelí, pero la comunidad judía sigue siendo muy poderosa e influente en las decisiones internas y el equilibrio de la región indispensable en la agenda estadounidense: la amenaza iraniita, la guerra en Siria, la lucha por la supremacía del Golfo Pérsico entre Irán, Arabia Saudita, Turquía y Egipto son ejes cruciales, sea por Tel Aviv que por la Casa Blanca. De hecho, la presión que en estos días hizo Obama para que Israel se pacificara con Turquía revela las nuevas dinámicas globales. Cabe acordar que el 99.8% de la población turca es sunita y en los últimos dos años toda la región vivió la primacía del islam sunita con consecuente fortalecimiento de Hamas y de los Hermanos Musulmanes. Palestina no saldrá indemne de esta redistribución de poder: la incapacidad del presidente Abbas y de su partido Fatah de ofrecer una oposición eficaz a los radicalismos intensificará el conflicto, ya que ni Hamas ni los Hermanos Musulmanes están dispuesto a aceptar un Estado palestino que no incorpore Israel. Es evidente que el Medio Oriente es una región caracterizada por incoherencia e instabilidad, dominada por poderosas fuerzas incompatibles y peligrosos juegos de poder, y destinada en el corto y medio plazo a vivir mayor desagregación y desintegración. La proliferación de armas, las rivalidades crónicas, las diferencias religiosas y étnicas, la concentración de recursos energéticos y de riqueza financiera, el rápido crecimiento demográfico y, en fin, su posición geográfica estratégica, aseguran que ningún actor será capaz de mantenerse alejado de la región, de un modo u otro. En este escenario, posiciones tímidas y retóricas vagas, como las que tuvo Obama durante su visita a la región, parecen ser la única forma de evitar exacerbar la complejidad de un polvorín que podría estallar en cualquier momento. Sin embargo, toda política tiene precio. Hoy el alto costo que tenemos es cerrar una vez más los ojos frente a una realidad humanamente miserable que nos compromete a todos, porque, como dice Arundhati Roy, “el problema es que después de conocer, uno no puede desconocer. Cuando uno conoce la verdad, el mantenerse callado, el no decir nada, es una acción política tanto como el protestar. No hay inocencia. De un modo u otro, uno es responsable”.   Contacto: @AureeGee

 

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