Rescatar al país de la parálisis que plaga a sus gobiernos pasa por darle cabida al emprendimiento político, a la apertura a nuevas ideas, innovaciones en políticas públicas.     Los últimos dos meses en el país han dejado ver de forma muy clara una fuerte crisis a todos los niveles de gobierno. La tragedia en Guerrero, la falta de confianza y representatividad de los partidos políticos y la falta de talento a nivel federal para manejar convincentemente los problemas, se les ha incluido el de conflicto de interés. En mi anterior texto hace unas semanas hablaba sobre la necesidad de rescatar la idea de un pacto por el sur, sobre cómo el lado económico de lo que sucedía en el estado de Guerrero también podría aportar a la discusión. Discutiendo ese mismo texto, un buen amigo me comentaba que antes de pensar en el desarrollo económico regional en el sur del país, primero habría que pensar en democratizar al sur. Que las políticas de desarrollo económico no son suficientes si antes no existe un nivel mínimo de instituciones democráticas. Creo que esa crítica es correcta: claramente, el federalismo no ha funcionado como quisiéramos en México y ha producido por todo el país malos gobiernos, en buena medida producto del control de elites locales con mucho poder sobre la vida pública en sus regiones. Para abordar esta crítica es necesario hablar de las razones estructurales del porqué existen malos gobiernos a todos los niveles, en particular a nivel local, y cómo éstas pueden generalizarse a nivel estatal y federal. Dichas razones estructurales pertenecen al menos a tres ámbitos: económico, político y sociedad civil. Para este propósito imaginemos algo un poco abstracto y un tanto simplista: un modelo en que los políticos existen en dos “mercados” diferentes al mismo tiempo, en que se desempeñan para proveer bienes y servicios públicos. Primero existen en un mercado electoral, donde las ideas, propuestas e ideologías son intercambiadas por votos que son necesarios para acceder al poder y al control de las instituciones de gobierno. El segundo mercado es el del interés económico, el del dinero, donde los grupos de interés intercambian recursos y apoyos por influencia y políticas públicas de su interés. El primero mercado opera cada cierto número de años, mientras que el segundo es continuo. Para mantener el balance se requiere de la sociedad civil y la dinámica que ésta juega como canal de información con el gobierno y como contrapeso a la influencia del segundo mercado. Cuando estos tres componentes se encuentran en balance, las instituciones de gobierno tienden a ser más abiertas, inclusivas, transparentes y rendir cuentas. Son responsivas con la población y dan lugar a lo que algunos llaman “emprendimiento político”, que es la generación de soluciones locales, regionales y nacionales, que surgen de la cercanía de las instituciones de gobierno y las instituciones políticas con sus gobernados. Esto hace que las instituciones de gobierno se vuelven más difíciles de capturar para grupos de interés de todo tipo. Este modelo que imaginamos requiere de tres condiciones: la primera es el flujo de información de la sociedad hacia los políticos y el gobierno, la segunda es la rendición de cuentas, y la tercera es una competencia política real, es decir, de partidos que tengan posibilidades reales de acceder al poder. ¿Cómo nos ayuda esto a entender los problemas en buena parte de los gobiernos de nuestro país? Es simple: en estados como Guerrero, el primer mercado tiene muchas barreras de entrada, no existe movilidad, por lo que se favorece el surgimiento de cacicazgos políticos que controlan la vida institucional. El problema en el primer mercado se ve agravado en el segundo mercado, ya que son economías muy poco desarrolladas, con grandes niveles de pobreza y desigualdad, y son dominadas por pocos actores que controlan la mayor parte de la actividad económica. Estructuras económicas monopólicas suelen producir estructuras políticas también monopólicas. Una economía más competitiva contribuye a un sistema político más competitivo. Cuando la desigualdad económica y la política se refuerzan entre sí, se propicia la captura de las instituciones de gobierno y la democracia se vuelve una simulación. A esta concentración de poder político y económico en muy pocas manos se suma la tragedia de la sociedad civil, fragmentada, desorganizada, con bajo capital humano en sus liderazgos y en la que no existe confianza entre sí misma y, por lo tanto, es incapaz de ser un contrapeso. Estas fallas estructurales en México se han visto magnificadas por la repetición de las mismas a nivel federal. Si a nivel federal observamos serios conflictos de interés y una lejanía con la sociedad civil, ¿qué podemos esperar a nivel local? Al mismo tiempo, el lamentable estado de la sociedad civil se presta para que ésta no participe activamente en política y genere soluciones a sus propios problemas. Invertir en el sur, en las regiones de mayor pobreza y desigualdad sí es muy necesario, pero a la par que se toman medidas para acabar con las elites locales que capturan las instituciones del Estado. No podemos pensar que es posible el desarrollo económico de la región sin antes también pensar en un desarrollo democrático. Necesitamos darle cabida al emprendimiento político, a la apertura a nuevas ideas, innovaciones en políticas públicas, soluciones que hagan que las instituciones de gobierno sean inclusivas y que propicien el balance entre la política, la economía y la sociedad civil. Si logramos empezar a hacerlo, el gobierno comenzará a rendir cuentas a sus gobernados y lograremos un mayor desarrollo. Rescatar al país de la parálisis que plaga a sus gobiernos pasa por rescatar la importancia de lo público y de la sociedad en lo local.     Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @DiegoCastaneda     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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