El éxito hoy depende de la existencia de un gobierno que funciona pero también de una estrategia económica compatible con la realidad de globalización. La clave reside en la capacidad de los individuos de crear y agregar valor e incrementar la productividad.       En el México independiente ha habido dos eras de alto crecimiento: el Porfiriato y los buenos años del desarrollo estabilizador, entre los cuarenta y el fin de los sesenta del Siglo XX. La característica política de ambos momentos fue de centralización del poder. En un país con una dispersión y diversidad geográfica, étnica, demográfica y física tan alta, la propensión centrífuga ha sido siempre enorme, razón por la cual es tentador establecer una correlación automática entre ambos fenómenos: control es igual a crecimiento; diversidad y descentralización es igual a caos. Sin embargo, tal correlación es inexistente: hay muchos factores que intervienen. Más importante, la era de la globalización crea nuevas realidades que hacen imposible establecer una relación de causalidad entre centralización y éxito económico. Para comenzar, el contexto es crucial: con características distintas, el común denominador entre el Porfiriato y el desarrollo estabilizador fue la existencia de una capacidad de control de procesos, información y, sobre todo, de factores cruciales como estabilidad financiera, desarrollo de infraestructura, crecimiento del crédito y control de la fuerza de trabajo por medio de sindicatos que operaban bajo la égida de un gobierno todopoderoso. Algunos de estos factores siguen siendo clave, pero otros son producto del momento específico. El contexto importa y el actual ha cambiado radicalmente. Los factores de éxito hoy incluyen a muchos de los de antes (como infraestructura, estabilidad financiera y la existencia de un gobierno funcional), pero la clave de la agregación de valor reside en la capacidad de las personas de aportar ideas, creatividad y, en general, contribuciones producto de actividad intelectual que elevan la productividad en la era de la información y los servicios, muy distinta a las que nos precedieron en el ámbito agrícola e industrial. En su esencia, han cambiado dos cosas: la fuerza física ha sido reemplazada por la creatividad intelectual y las fronteras físicas han dejado de ser un factor limitante. Hoy el comercio y el intercambio de ideas son clave para el crecimiento. La importancia y trascendencia del gobierno no ha cambiado: lo que ha cambiado es la naturaleza de su función. Decía el anterior Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, que “no podemos esperar que los gobiernos hagan todo. La globalización funciona al ritmo de Internet”. Efectivamente, un gobierno no lo puede hacer todo, pero en una era de enorme cambio, de hecho, de cambio permanente, lo crucial es que el propio gobierno se vaya adaptando a las necesidades de la economía y la sociedad, que experimentan una transformación constante. Por supuesto, hay funciones clave que no cambian –como mantener la paz social y la seguridad de las personas– pero hay otras que van modificándose de manera constante: unas se tornan obsoletas, otras adquieren una trascendencia incontenible. El nuevo gobierno se ha instalado como un factor de control y de poder. Con ello ha logrado construir la percepción de que en sus manos se encuentran las soluciones a los dilemas que enfrenta el país. No es un logro pequeño, sobre todo después de una era de conflicto, violencia e incertidumbre que comenzó desde 1994 y sólo empeoró. La presencia de un gobierno que le imprime un sentido de autoridad a la función pública ha sido bienvenida por la población. Sin embargo, la forma y contenido que hasta ahora ha exhibido esa nueva presencia es muy similar a la de los sesenta del siglo pasado, como si se intentara recrear esa era. El problema es que tanto la globalización como la naturaleza del éxito en la actualidad alteran el panorama. El éxito hoy depende de la existencia de un gobierno que funciona pero también de una estrategia económica compatible con la realidad de globalización y con las características de una economía donde el componente de mano de obra es cada vez menos relevante en la agregación de valor. En lugar de controlar a la población, se tiene que crear un entorno educativo, de salud y cultura que propicie el desarrollo del capital humano; en lugar de control sobre la economía, la clave reside en promover la actividad empresarial eliminando restricciones y permitiendo un cambio constante. La clave en la era de la globalización reside en la capacidad de los individuos de crear y agregar valor e incrementar la productividad. La presencia de un gobierno fuerte con claridad de visión es factor crucial en el proceso, siempre y cuando emplee esa fortaleza para crear condiciones para el progreso y no meramente para controlar a la población. Es decir, en esta era de la historia es contradictorio el control y el desarrollo. Si se quiere lograr lo segundo será imperativo utilizar lo primero con inteligencia y parsimonia.

 

Siguientes artículos

Sector manufacturero de EU se contrae en mayo
Por

A pesar de las condiciones económicas adversas, el índice ISM no había mostrado contracción en seis meses.   Reuter...