El primer paso hacia una Ciudad de México más incluyente y mejor planeada es que todos extendamos nuestra burbuja.     Cuando empecé a fijarme en la orilla de la Zona Conurbada del Valle de México ya tenía siete años viviendo en la ciudad y cinco trabajando de periodista. Pensé que más o menos entendía y conocía la megalópolis. Estaba completamente equivocado. Cuando estamos dentro de la ciudad, casi siempre estamos o donde queremos estar o en ruta de adonde queremos llegar. Muy rara vez estamos parados en una parte aleatoria de la ciudad. Todos los lugares en los que no tenemos razón para estar nunca estamos. Y esos son muchos. Todos creamos nuestra propia burbuja urbana. Y nuestra imagen de la ciudad realmente es sólo la imagen detallada y simpática del interior de nuestra burbuja. Afuera se encuentra un gran exterior abstracto, sin detalle y generalmente antipático. De esta visión salen “los cinturones de miseria”, “ciudades perdidas”, “slums” y todas las otras formas de hablar de manera despectiva de lo que finalmente para muchas personas simplemente son sus hogares. Diferentes grupos sociales tienen diferentes ámbitos de movimiento dentro de la ciudad. La Ciudad de México de los ejecutivos corporativos es la de Santa Fe, Polanco, Lomas y el corredor Reforma. Contemplan brevemente esta ciudad desde las ventanas blindadas de su camioneta, atorada en el tráfico. Allí, como grandes centros de dinamismo, están la Slim City en Polanco y el auge de construcción inmobiliario de Reforma. Es una ciudad con muchos problemas de tráfico y pocas actividades y lugares para niños, quienes finalmente están creciendo en zonas residenciales con pocos espacios públicos y ninguna vida callejera. Gran parte de su vida pública transcurre en centros comerciales. También es una ciudad donde lo que no es vigilado por seguridad es peligroso, ya que la amenaza del secuestro flota sobre esta ciudad como una nube oscura. Éstos son los fenómenos que no sólo definen las prioridades de este segmento de la población urbana, sino muchas veces también su visión de la ciudad en su totalidad. Es una ciudad dinámica, moviéndose en una buena dirección, no tanto por los esfuerzos del gobierno, sino por los del sector privado. Cabe mencionar que en esta ciudad los servicios públicos, en términos de vialidad y seguridad, no aparentan funcionar bien. Las elites culturales y académicas de la ciudad viven en otra ciudad. Coyoacán y San Ángel son los viejos centros de sus operaciones alrededor del enorme campus universitario de la UNAM. Para ellos, el Centro Histórico es un sitio de referencia cultural y las colonias Roma y Condesa (cada vez un poco más vulgares) son sus lugares de esparcimiento. No tienen mucha razón para andar al norte del Ángel de la Independencia, sino trabajan, o visitan algún campus alejado de la matriz. En contraste con las elites de negocios, a éstas no les hacen gracia los centros comerciales. Y recuerdo el horror con que algunos investigadores de la UAM Cuajimalpa, cuyo campus estaba situado por la colonia Roma Sur, recibieron la noticia de que iban a mudar el campus a Cuajimalpa-Santa Fe, a pesar del centro comercial de esa zona. Para algunos fue razón para buscar otro sitio de trabajo. La ciudad de las elites culturales es una muy distinta de la de negocios. Es una ciudad en que la tensión entre el desarrollo comercial de la zona y la pérdida de su autenticidad y carácter de barrio es un tema central. Hay una corriente conservadora y romántica en su pensamiento. Si los hombres de negocios aplauden la apertura de un centro comercial, las elites culturales la denuncian. Grosso modo, la visión de cómo debe desarrollarse la ciudad viene de estos dos grupos que no salen mucho de sus zonas de confort. Por lo mismo podemos esperar planes relativamente bien pensados para edificios comerciales por Polanco o Reforma. Podemos esperar buenos planes de ordenamiento territorial y conservación para San Ángel y el Centro Histórico. Podemos esperar planes sofisticados para reducir el tráfico entre Santa Fe y Polanco. Pero si les hablamos de partes de la ciudad fuera de estas zonas, lo más probable es que no las conocen. Allí está el país de los números e indicadores que los tomadores de decisiones conocen, a lo mejor, por reportes de gabinete de alguien que ha visitado estas áreas, pero lo más probable es que el consultor se haya basado en cifras del INEGI. El problema de los indicadores es que para el consultor/economista son lo que es el bastón para un ciego. El hecho que te topes con algo puede significar muchas cosas. En estas zonas, las políticas y decisiones no están definidas por personas que conocen y sientan simpatía para la zona; más bien están basadas en números, mapas, modelos teóricos y modas internacionales. Parte de los problemas de planeación en las periferias es que mucha gente que opina en forma profesional sobre ellos simplemente no los conoce. Si todos los que hablan de Iztapalapa, Ciudad Nezahualcóyotl y Ecatepec –los clásicos urbanos del discurso de la megalópolis– hicieran el esfuerzo de salir de su burbuja, dejar su computadora y vivir allí un mes, quizá podríamos esperar otra forma de desarrollo urbano en las periferias. El primer paso hacia una ciudad más incluyente y mejor planeada es que todos extendamos nuestra burbuja.     Contacto: Correo: [email protected] Facebook: Feike De Jong     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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