Por: Jimena Cándano

Las crisis sacan lo mejor y los peor de las personas, además nos enfrentan a aspectos perturbadores de nuestra sociedad: escenas de violencia en hospitales, delitos cibernéticos, feminicidios durante el confinamiento, narcotraficantes repartiendo despensas a los necesitados, usurpando las funciones de un gobierno ausente, con el propósito de legitimarse, ignorando el hecho de que están encadenando a esas personas a la calle, pues poco les importa. 

Entendamos también que es absurdo exigir un gobierno infalible formado por personas incapaces de equivocarse, en primera instancia porque debemos comprender que las estructuras funcionan gracias a individuos y ellos en su calidad de humanos son susceptibles a los errores, como tú y como yo. Además, estamos ante una situación sin precedentes para nuestra generación. 

Podrás estar pensando, “esta no es la primera vez que el mundo se enfrenta a una pandemia” en efecto, pero el último antecedente fue hace 100 años, no hay protocolos suficientes de entonces que se puedan homologar a lo que estamos viviendo hoy porque la sociedad se dinamiza y los pobladores del mundo no tienen las mismas características que los que estaban en el siglo pasado. 

Sin embargo, no podemos dejar de exigirle al gobierno, su trabajo es proteger a los ciudadanos, esto significa hacer todo lo posible para reducir el riesgo, los contagios y las muertes. De igual forma cuidar la economía y apoyar a la creación de empleos y a la continuidad de los que existen. No debemos dejar de lado el exigir que nos hablen con transparencia y verdad. 

Como ciudadanos tenemos la obligación de hacer caso a las recomendaciones de las autoridades, esto significa, para los que podemos, quedarnos en casa, prescindir de nuestra libertad, lavarnos las manos, usar tapabocas y contribuir en la medida de lo posible para romper el ciclo de contagio. Todo esto para lograr un bien mayor, evitar la saturación de hospitales y así reducir, en lo posible, más muertes. 

Esto, para ambas partes es complicado, todos debemos sacrificar cosas por un bien mayor, lo que no se vale es que los ciudadanos estemos sacrificando y en momentos tan complicados el gobierno se encapriche con proyectos faraónicos que quitan recurso para la atención de la pandemia. 

Y me refiero específicamente a la refinería dos bocas, al tren maya y al aeropuerto Felipe Ángeles. Estas tres obras que de por si son dudosas debieran parar por lo menos este año para poder redirigir ese presupuesto para la compra de insumos de protección para personal de hospitales, personal de limpieza e insumos médicos para atender a los enfermos. No hacerlo resulta negligente por decir lo menos. 

Un gobierno que habla de austeridad republicana no puede comprar ventiladores al doble o triple de su precio por adjudicación directa, no puede gastar en obras no necesarias y dejar de atender lo urgente que es la salud y la economía. 

Un gobierno responsable no puede evadir su obligación de medir y tener toda la información posible para tomar las mejores decisiones, aquellas que no pongan en riesgo a la ciudadanía. No podemos tener un subconteo de muertes que, según mexicanos contra la corrupción y la ilegalidad, es de aproximadamente tres veces mayor al que se reporta. 

No puede hablar de no saturación de hospitales cuando todos conocemos a más de tres personas que murieron por no alcanzar cama en hospitales de la Ciudad de México. Necesitamos transparencia y que nos hablen con la verdad. 

Por otro lado, como sociedad debemos actuar en consecuencia, no podemos, por un lado, tomar “las medidas necesarias” para evitar el contagio, pero seguimos haciendo “fiestas pequeñas de familia”; decimos ser empáticos con la situación, oramos por la salud de los enfermos y por otro lado se ha agredido al personal médico; pedimos quedarnos en casa, y nos quejamos de que hay mucha gente en la calle, pero ¿nosotros que hacemos en la calle? 

Una de las dificultades más grandes a las que nos enfrentamos hoy, es la coordinación de acciones a nivel federal, estatal y municipal porque es ahí donde comienza la incoherencia, de las gestiones gubernamentales dominadas principalmente por la personalización de la política, es decir, que las directrices se deciden en función de las cualidades, gustos y a fin de conseguir sus propósitos personales, en vez de gestionar para mejorar las condiciones de los pueblos, tomando decisiones objetivas. 

Detrás de todas estas conductas no solo hay doble moral, sino también una premisa de pensamiento egoísta “si no me afecta directamente, no me importa” tanto gobierno como ciudadanía nos hemos quedado cortos porque nuestro discurso anti COVID-19 está padrísimo, pero los actos de rebeldía y desobediencia generalizada reflejan otra cara de nuestra sociedad, la menos amable, pero quizá una de las más reales que tenemos el día de hoy. 

Contacto:

Maestra en Administración Pública, con enfoque en Desarrollo Comunitario y Transformación Social en la Universidad de Nueva York. Actualmente es la Directora Ejecutiva de la Fundación Reintegra.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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