Los estragos generados por el Covid-19 son mayores. A estas alturas está claro no solo que el mundo enfrenta una de sus crisis más relevantes sino que no se vea la luz al final del túnel. Estamos ante el peor evento de enfermedades infecciosas en los últimos 100 años y en una caída económica de consecuencias tan perniciosas como las que dejaron las guerras.   

En países como Estados Unidos, Brasil y México, los contagios van en aumento y las muertes también. Los intentos de establecer una nueva normalidad han sido erráticos y las consecuencias están a la vista.

Hasta que no exista una vacuna contra el Covid-19 esto no se va a resolver, porque la única manera de controlar la situación es con distanciamiento social y este genera daños económicos profundos.

Científicos y empresas farmacéuticas están trabajando muy duro para conseguir una fórmula que permita volver a una cierta estructura en la que la recuperación sea factible y duradera.

Los países han establecido acuerdos que propicien el acceso a las vacunas para todos, pero a nadie escapa que otro desafío, tan grande como el científico, será el de carácter logístico para lograr una distribución adecuada y eficiente.

¿La salud o la economía? Vaya dilema, pero es el que se hace cada gobierno en el mundo y es dónde se tiene que asumir el costo de las decisiones que se van tomando.

Ese es el atolladero en el que nos encontramos y que no encuentra modelos de atención que a la vez no causen otros problemas y de magnitudes también elevadas.

Tom Frieden, quien fue el director del Centro de Control y Prevención de Enfermedades,  durante la presidencia de Barack Obama, ha señalado que es precisamente la protección de la salud la que salvará a la economía y que eso se puede apreciar en los lugares donde se hizo mejor el trabajo.

En efecto, los pequeños incentivos para la economía pueden ser sepultados de inmediato, si la ola de contagios aumenta. En México no es que estemos en riesgo de que vuelvan los problemas, estamos en medio de ellos, es decir, no habrá nueva oleada, por la sencilla razón de que la primera no ha concluido.

¿Qué hacer? La única receta que ha funcionado es la de realizar muchas pruebas y establecer el rastreo de contactos. Hay regiones del mundo donde esto funciona mejor, porque están acostumbrados a enfrentar crisis desatadas por las enfermedades infecciosas. Ghana y Etiopía son un ejemplo.

En México, más allá del debate público, bastante polarizado y por ello poco productivo, se tienen que hacer cambios en una estrategia que no ha funcionado.

Nos encontramos en el horizonte de los 50 mil muertos por secuencias del Covid-19 y ello a partir de las cifras oficiales, las que están subestimadas. El mundo no estaba preparado para lo que ocurrió, aunque se supiera que podía desatarse una pandemia, pero de la gestión de la crisis dependerá el futuro. Ahora, más que nunca, lo que se requiere es de visión de estado, de realismo y responsabilidad.

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