Desde las acciones emprendidas en Davos hasta los indignados y el incremento de suicidios relacionados con la crisis económica son temas a debate en el más reciente título de Juan Ramón de la Fuente: A quién le importa el futuro. Las disyuntivas de México.   El desmorona­miento genera­lizado de la es­peranza puesta en el progreso es, quizá, lo que mejor refleja la crisis actual en la que estamos inmersos. El progreso, medido en función ex­clusiva del crecimiento económico, se convirtió en el gran mito provi­dencial del capitalismo occidental. Concluyó el Foro de Davos y, salvo la fascinación fotográfica que generó en algunos, de esta gélida reunión de los más ricos sólo queda la incertidumbre de cómo o cuándo va­mos a salir de una crisis que agobia a Europa, pero que nos afecta a todos. Por cierto, en el Reporte Global sobre la Competitividad que anual­mente publica ese Foro Económico, entre los 142 países enlistados este año, México aparece en el lugar 76 en lo relativo a la innovación; en el 61 en cuanto a disponibilidad de tecnologías modernas; en el 73 en lo que concierne a infraestructura; en el 79 en lo referente al gasto en investigación por parte de las empresas, y ¡en el 107! en cuanto a calidad del sistema educativo. Datos nada estimulantes. Cada vez son menos quienes dudan sobre el hecho de que la crisis se ha agravado con la globaliza­ción como resultado del desorden desenfrenado del sistema financiero internacional, y con el desempleo masivo que alcanza ya dimensiones pandémicas. Sería imparcial e incorrecto, sin embargo, no advertir que la globa­lización también ha inducido una oleada democratizadora en distintos países y ha permitido, entre otros, la revalorización de los derechos de la mujer y del hombre. Además, la participación ciudadana, a través de diversas organizaciones sociales globales tales como Amnistía Inter­nacional o Greenpeace, representa hoy, en buena medida, la conciencia de la humanidad. Por otro lado, resulta difícil aceptar que, como han dicho algu­nos de los expertos que acudieron puntualmente al cónclave, haya sido la hipertrofia del crédito la que pre­cipitó la crisis económica mundial, iniciada en el ya lejano 2008. Que una población empobrecida por el encarecimiento desmedido decida mantener su nivel de vida a través del endeudamiento no parecería, a simple vista, ser razón suficiente. Si­multáneamente tuvieron que concu­rrir muchos otros factores entre los que destaco, a manera de ejemplo, la especulación de ese capitalismo financiero con las materias primas. El hecho es que hoy muchos de los cimientos sociales de las demo­cracias occidentales están en riesgo. Se consumen recursos escasos para satisfacer a mercados insaciables, y se sacrifican las condiciones de vida de millones de personas que desbordan los flujos migratorios por la miseria en la que viven. La ecua­ción es compleja, no hay duda. Alan Greenspan, ex director de la Reserva Federal de los Estados Unidos, se ha referido a las finanzas mundiales como «un barco ebrio, desconectado de las realidades productivas». Si se considera quién es el autor de tal diagnóstico, hay más de un grano de razón para preocuparse. De las diversas dimensiones de la crisis, menciono brevemente cuatro. La primera es la crisis urbana que se expresa sobre todo en megaló­polis asfixiadas y asfixiantes, en donde proliferan enormes guetos de gente pobre, mientras que los guetos de los más ricos se protegen con muros y bardas electrificadas. Dos. En el mundo rural la gran crisis es la sequía, pero también lo son los monocultivos industrializados degradados por los pesticidas, y la ganadería industrial productora de alimentos contaminados por hormonas. Ahí está el clembuterol como muestra. Tres. Las religiones, divididas y desgastadas por conflic­tos internos, pero que, con el apoyo de algunos gobernantes, lanzan sus embates contra el laicismo, el único capaz de sostener los principios de la libertad de credo y la convivencia respetuosa, fraternal. Cuatro. Todo lo anterior, por supuesto, repercute en la crisis de la política, la cual, más allá de su ideología, ha mostrado su incapacidad para afrontar con imaginación y con mayor eficiencia la trama de una crisis que no cede. Hace casi medio siglo, el desta­cado psicólogo social y humanista alemán Erich Fromm, quien trabajó y publicó parte de su obra en México bajo los auspicios de la UNAM, escribió en su célebre ensayo Sobre la desobediencia que ésta «puede ser el comienzo de la razón» y que « hay que aprender a decirle que no a los poderosos». Las recetas que nos han ofrecido los artífices del Foro Económico Mundial de Davos han mostrado reiteradamente su pobre eficacia tera­péutica contra la crisis que, en buena medida, ellos mismos propiciaron o por lo menos permitieron. Es tiempo pues, de decirles que no, que ya no. Hay que buscar una nueva opinión facultativa y entrar en razón. Ha llegado la hora de la justa resisten­cia, de la no resignación frente al supremo mandato de quienes no han mostrado sensibilidad alguna frente a las necesidades sociales. El ex presidente Lula da Silva, de Brasil, organizaba un Foro Social alternativo al de Davos. Era una forma inteligente de resistencia que llegó a tener una gran convocatoria. No se peleó con los mercados, ni con los inversionistas, ni con el capital. Tampoco se subordinó a ellos. En­contró el equilibrio, fue un gobernante exitoso, es un hombre querido en su país, e internacionalmente respetado. Valga recordarlo en estos tiempos de una crisis que, al menos por ahora, no cede.   Voces indignadas Participé en uno de los célebres cursos de verano sobre América Latina, Temas para una agenda alternativa, que organiza la Univer­sidad Complutense de Madrid. En él se dieron cita lo mismo el Director del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que el ex presidente del Gobierno de España, los embajadores de México, Chile, Colombia y Brasil, un ex candidato al Gobierno de Chile, un ex canciller mexicano y el Secretario General de Iberoamérica, entre otros. Espléndi­do elenco. En Madrid, con todo y crisis, y sobre todo en este tipo de actos, se habla claro y en voz alta. Sin tapujos, se nombra a las personas con cargo y apellido, y se asumen, responsable­mente, las consecuencias de lo que uno dice o prefiere callar. A la última sesión de la intensa y productiva jornada, invité a un grupo de acampados de la Puerta del Sol, integrantes del M-15, quienes, por supuesto, pusieron como condición no ser considerados representantes o representativos del colectivo aparti­dista, asambleario, y en el que parti­ciparon además personas mayores «sin curro, sin casa y sin pensión». No tienen líderes definidos; representan, esos sí, el descontento general. Son los indignados. La Puerta del Sol es, en cierta medida, el corazón de Madrid, y su latido se extiende, en consecuencia, a toda España y a Iberoamérica. El movimiento es pacífico pero el lenguaje es duro. Tan duro como el que se puede escuchar en Túnez, en Siria o en la caravana por la paz que encabezó en México Javier Sicilia. Javier, de rostro adusto y voz fir­me abre fuego: «Vivo con mi pareja, en esta mesa no tengo nombre, y en esta vida no tengo nada. Ni siquiera decido lo que se hace en mi barrio. No entraré a la jaula del liberalis­mo, aunque fuera de la jaula nos aseguren que no hay nada. Ese es el argumento falaz, por eso te dicen “si quieres irte, vete”. Muchos nunca se atreven a irse». Eduardo, por su parte, empieza exigiendo un «boli» para tomar nota de lo que, anticipa, serán preguntas y cuestionamientos sobre el mo­vimiento. Un egipcio en la Plaza Tahrir y un español en la Plaza del Sol tienen los mismos ideales. «Ellos (los políticos) y nosotros (la socie­dad) no tenemos puntos de contacto. No aceptamos ser la generación nini. Tal expresión sólo existe en el lenguaje de los neoliberales, los mismos que criminalizan nuestras reivindicaciones». Maitane, con voz pausada, inquebrantable, reitera: «El movimiento es pacífico. La organiza­ción se basa en asambleas donde se toman las decisiones. No nos fiamos de los partidos políticos, no nos re­presentan. Representan los intereses financieros a los que son sumisos». Aunque no estaba muy dispuesta a interpelaciones, estas surgieron una y otra vez, como era de esperarse en un seminario universitario. No todos los asistentes comparten la estrategia del movimiento, pero no hay duda: el M-15cuenta con amplias simpatías. Un sondeo de Metroscopio el mes pasado, mostró que cerca de 80% de la población española cree que las protestas están justificadas. «Yo estuve presa en Colombia y al final no logramos absolutamente nada», comentó una estudiante que narró parte de su biografía militante. Su movimiento, dijo a los otros par­ticipantes, es tan respetable como inútil. «En Chile —habla otra voz— llevamos años protestando y nada detiene la comercialización de la educación. Hay que ganar el Con­greso para cambiar las leyes. Las decisiones de facto, en la asamblea, pueden ser legítimas pero no tienen impacto en la vida real». Javier, Eduardo y Maitane pre­paran la réplica: «Nosotros hemos planteado una reforma electoral, proponemos el referéndum vincu­lante para proteger nuestros dere­chos y abrir canales de participación directa; queremos una banca pública y un alquiler social universal». En España hay cuatro millones de viviendas vacías, con hipotecas «basura», impagables. «Las ideas de los dominantes (los bancos, el FMI, los poderes fácticos) no necesariamente son dominantes, a menos que dejemos que lo sean», rematan los indignados. «Somos un movimiento de masas, horizontal, asambleario y apartidista. Esta­mos dispuestos a todo con tal de recuperar nuestros derechos sociales». Termina el diálogo-debate. No se trató de convencer sino de escuchar. Los acampados en Plaza del Sol la convirtieron en el ágora de una sociedad que los políticos no pueden darse el lujo de ignorar ni reprimir. El poder tradicional ha sido ya éticamente derrotado. ¿Influyó el movimiento 15-M en el resultado de las elecciones?, pregunté al final del encuentro. «Para nada», concluyeron categóri­cos. Desde su perspectiva, el triunfo de la derecha no fue más que la prueba de la crisis ideológica de la izquierda.   Economía del suicidio La confianza en la economía glo­bal está en su nivel más bajo desde que el Foro Económico Mundial desarrolló un coeficiente para medirla. El asunto no es menor, toda vez que ese think tank económico ha adquirido una influencia creciente en el mundo. El 72% de sus exper­tos ha dicho que no confía en la economía mundial en los próximos doce meses, en tanto que un 53% de ellos piensa que ha aumentado la probabilidad de que se desencadene una «gran turbulencia social». Con su opinión, los expertos de este selecto club confirman un diag­nóstico que, para muchos, ha sido de graves consecuencias. En abril de 2012, Dimitris Christoulas, un ciudadano griego de 77 años, se pegó un tiro en la cabeza frente al Parlamento para denunciar que no se podía ya vivir con un mínimo de dignidad, luego de enterarse del recorte dramático que había sufrido su pensión de jubilado. Pronto se convirtió en el símbolo de una tragedia nacional: «Todos somos Dimitris», fue el lema de las marchas multitudina­rias ocurridas en ese país emblemá­tico de la cultura occidental. Su hija dijo frente a una manifestación popular: «Mi papá nunca pudo aceptar que nos robaran nuestra democracia y nuestra soberanía junto con las llaves de nuestro país». Semanas después, un músico de 60 años que había quedado desempleado, y su madre de 90, se tiraron desde la azotea del edificio en el que vivían en Atenas. Los testigos relataron que Antonis, un hombre afable, se levantó temprano ese día, se vistió, ayudó a vestirse a su madre y subió con la anciana a la azotea del edificio en el que vivían; ahí se tomaron de la mano y se lanzaron al vacío. En su blog de internet relató que a pesar de haber vendido todo lo que había podido, se habían quedado sin dinero y ya no tenían para comer. «¿Alguien conoce alguna solu­ción?», fue lo último que escribió. Grecia tenía una de las tasas de sui­cidio más bajas del mundo, incluso menor que México; ahora es la más alta de Europa. En los últimos dos años los suicidios en Grecia han crecido en un 40%. En Italia, en donde se reportan en promedio dos suicidios al día, ocurrió una marcha insólita: empresarios y tra­bajadores se dirigieron al Panteón, en Roma, para exigir en silencio «No más suicidios». Se trata, dijo uno de los pequeños empresarios que la encabezaron, de rebelarse contra un sistema insensible que no acierta en entender la gravedad de la situación.   Fragmento de A quién le importa el futuro. Las disyuntivas de México. Autor: Juan Ramón de la Fuente (Temas de hoy, 2015), reproducido con la autorización de Editorial Planeta Mexicana.

 

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