Al arranque de 2020 analistas y activistas lo apuntaban como el año de las mujeres. Las movilizaciones alrededor del mundo y la conmemoración de los 25 años de la implementación de la Plataforma de Acción de Beijing eran señales esperanzadoras. Las multitudinarias manifestaciones del 8M en distintas ciudades de México, seguidas del paro nacional bajo la voz #UnDíaSinNosotras así lo prologaban.

Hoy, la agenda mundial está dictada por una pandemia que ha obligado a los gobiernos y las sociedades a reordenar prioridades. Sin embargo, al paso de las semanas empiezan a revelarse problemas existentes que, en combinación con el COVID-19, se exacerban. El secretario General de la ONU ha llamado la atención para atender la violencia doméstica contra mujeres y niñas acentuada por el confinamiento en casa.

Lo mismo en Estados Unidos que en China, la situación de violencia contra las mujeres se agrava en espacios de aislamiento. De acuerdo con el organismo internacional, en China, las llamadas telefónicas para reportar violencia doméstica se han triplicado desde el inicio de la pandemia, comparado con el año pasado. Noticias similares se conocen desde diversos países de Europa y América Latina.

En México tenemos pocos datos al respecto, debido a que la cohabitación con los agresores inhibe la denuncia, además de la reducción de los servicios de atención a este tipo de delitos, según han advertido diversas organizaciones.

Lo que si tenemos son pistas sobre la dimensión del problema. En noviembre de 2019, el INEGI informó que cuatro de cada 10 mujeres (43.9%) “ha enfrentado agresiones del esposo o pareja actual o la última, a lo largo de su relación”. Sabemos también que los asesinatos en vivienda afectan “desproporcionadamente” más a mujeres que a hombres: con datos disponibles del INEGI, un estudio encontró que, de 2000 a 2017, los homicidios en casa son significativamente mayores para niñas, adolescentes y adultas mayores, quienes son asesinadas con más violencia y saña, a través de asfixia, uso de arma blanca, envenenamiento o el uso de fuerza corporal.

Y aunque los asesinatos contra mujeres se parecen cada vez más a los perpetrados contra hombres, de acuerdo con el mencionado estudio, el hogar sigue siendo un espacio de riesgo para muchas mujeres. ¿Qué pasa en el resto del mundo? Según la ONU, casi seis de cada 10 asesinatos de mujeres en 2017 fueron perpetrados por sus parejas o miembros de la familia. El estudio también revela que “el hogar es el lugar más probable para que una mujer sea asesinada”.

El optimismo nos llama a pensar que la situación de confinamiento es una oportunidad para replantearnos la distribución de labores de cuidado y trabajo doméstico entre hombres y mujeres, o que el COVID-19 deberá empujar a los gobiernos a reconocer el valor de la “economía del cuidado”, trabajo no remunerado y mayoritariamente ejercido por mujeres. La realidad, por ahora, nos hace pensar que las mujeres, y sus hijos, que viven violencia intrafamiliar podrían terminar por normalizarla o resignarse a ella, ante la suma de otras preocupaciones más apremiantes como asegurar un ingreso. 

La violencia de género a la luz del coronavirus pone de manifiesto la necesidad de gestionar la pandemia considerando sus impactos diferenciados en los distintos sectores de la sociedad.

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