La zona de confort no debe ser un corralito que fije las fronteras que inhiban el crecimiento de tu empresa.     Los cambios son complejos, duros, a veces impredecibles, y en muchas ocasiones innecesarios. Nos gustaría contar con una caja de herramientas que nos ayudara a desarrollar la técnica exacta y el diagnóstico preciso que nos condujera a la certeza; tener una bola de cristal que nos diera el discernimiento necesario para saber con seguridad si elegimos el camino correcto. La mala noticia es que incluso si contáramos con esa caja mágica, todavía tendríamos que lidiar con esas reglas no escritas del juego que se llaman vicisitudes. El riesgo y la ambigüedad son parte del escenario empresarial. Los ejecutivos, al igual que las aves de mar en medio de una creciente tormenta, se convierten en maestros de la procuración de estabilidad en medio de la turbulencia. Los directivos deben estar atentos y ser astutos. Deben saber cuándo proteger el statu quo y cuándo abandonar su zona de confort. ¿Cómo se define una zona de confort? En su libro From Comfort Zone to Performance Management, A. K. White advierte que la zona de confort es un estado del comportamiento en que la persona opera en forma neutral, libre de ansiedad, utilizando una serie de conductas conocidas y bien dominadas con las que tiene un nivel de desempeño uniforme y constante en que generalmente no se percibe la sensación de riesgo. Es un estado de trabajo en que la gente se siente a gusto, a sus anchas y sin estrés. Como todo en este mundo, la zona de confort tiene pros y contras que todo ejecutivo sensible conoce bien. Por desgracia, últimamente se le ha categorizado como un estado inescrupuloso de la mente, porque al encontrarnos en ella, la creatividad baja el ritmo y el cerebro parece estar actuando de modo automático. Sin embargo, no hay nada criticable en entregar resultados sólidos sin estar con el corazón acelerado. Ése es el estado ideal para trabajar. Es más, las condiciones dadas en la zona de confort nos pueden dar información valiosa de nosotros mismos y de nuestro equipo de trabajo. La personalidad de un colaborador puede ser descrita por su zona de confort, ya que ésta es la condición en que se encuentran las fronteras de desempeño de la gente. En esa área se encuentra lo que nos permite trabajar tranquilos, y fuera de ella está aquello que nos amenaza. Conocer nuestros confines de seguridad es sumamente importante. Saber los límites en que podemos desempeñarnos con soltura y seguridad es excelente. Cuando se tiene la certeza de que se domina aquello que se está haciendo, es normal sentir confianza; incluso es aceptable disfrutar de la actividad que se está desarrollando y es maravilloso saber que se avanza sobre terreno firme. Todos deseamos conocer la fórmula para hacer bien las cosas y para implementar soluciones de largo aliento que siempre nos salgan bien. Si se obtienen buenos resultados porque se está siguiendo algún tipo de procedimiento que se puede repetir una y otra vez, estamos haciendo lo correcto. Los chefs repiten la misma receta una y otra vez y eso es correcto. ¿Por qué cambiar, si la fórmula es exitosa? El problema aparece cuando la zona de confort crea una sensación de seguridad infundada. Hay que ser cuidadosos y analíticos. La zona de confort no debe ser un corralito que fije las fronteras que inhiban el crecimiento, no debe ser un hito que dé pánico traspasar. Hay que examinar cuidadosamente en qué circunstancias es necesario salir y en cuáles hay que aferrarse a ella. Si dejar atrás aquello que hacemos bien de forma probada nos va a resultar desagradable, costoso y las proyecciones no son buenas, no hay necesidad de arriesgar. Por el contrario, si quedarse eleva los costos, se incurre en gastos extraordinarios, causa pérdidas y genera ansiedad, hay necesidad de emigrar. La disyuntiva es dura, pues no tenemos el catalejo que nos permita atisbar el futuro. La tentación de probar algo nuevo, de saltar los límites y de retar a la creatividad quedan en un platillo de la balanza; en el otro están el dominio de la técnica y los resultados conocidos. El fiel deberá apuntar la decisión correcta a través del análisis. Los directivos deben ser como aves marinas en medio de tormentas crecientes. Algunas luchan y dan batalla para sobrevivir a las olas. Las más hábiles surcarán los vientos, confiando en su experiencia, usando técnica y experiencia para ir en busca de un mejor clima. Otras se anticiparán al mal tiempo, pero ninguna se irá si el cielo está despejado y el mar está en calma. Se quedarán a gozar del sol. Todo buen ejecutivo sabe sacar provecho de su zona de confort, disfrutar de ella y está atento para el momento en que las variables cambien. Entonces, tal vez, emprendan otros vuelos.     Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @CecyDuranMena Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

Siguientes artículos

“El futuro está en México”, dice el nuevo CEO de Google
Por

El nuevo director de Google en el país llega después de trabajar en la cocina del restaurante de su esposa. Cree que los...