Quien viera con más detenimiento, si pudiera hacer un acercamiento con el lente de la cámara, vería que los regalos son pequeñas botellas de esmalte de uñas, y que al fondo del barniz está oculto un teléfono. Ahí se puede ver la leyenda “Te quiero ayudar” junto con el 01 800 5533 000 y 1 888 373 7888 (para Estados Unidos), dos líneas de emergencia en las que del otro lado del auricular hay hombres y mujeres especializados en salvar a personas privadas de su libertad.

Ese obsequio no es para todas, sino para un grupo de mujeres muy especiales: las que, por su postura, su ropa, su cuerpo que tiembla de frío y su mirada atemorizada están en una evidente situación de prostitución, muy probablemente capturadas por una invisible cadena que sujetan los padrotes de este barrio, La Merced.

La chica que camina por ese barrio peligroso, donde el enraizamiento del crimen organizado ha provocado que se instale un cuartel de la Guardia Nacional, avanza y entrega los regalos con una sonrisa cálida y una instrucción que susurra a toda velocidad: “en el esmalte hay un teléfono; llama si necesitas ser rescatada”.

Ella es pequeña y menuda, en comparación con la fuerza física que tienen los padrotes del barrio, quienes no solo se han vuelto los líderes que manejan el negocio de la explotación sexual, sino son los jefes de facto de esa vibrante zona. Pero su determinación tiene la fuerza de un ejército que se infiltra en el territorio enemigo y lo hace explotar. Sí: ella murmura, pero sus palabras son capaces de quebrar grilletes y hacer temblar a los criminales que vigilan las calles.

Quien viera con más detenimiento las cámaras de vigilancia de la Ciudad de México reconocería que esa chica camina por La Merced con una sorprendente naturalidad. Se mueve por sus banquetas y callejones como una lugareña, no como una extranjera del barrio. Ese andar desparpajado, propio de quien conoce los códigos del barrio, tiene una explicación: Neli vivió ahí hace varios años. Aunque “vivir” es una palabra inexacta para describir sus años en La Merced. Ella, en realidad, estuvo ahí secuestrada, y obligada a tener relaciones sexuales. Escapó hace nueve años.

Neli es una chica maravillosa. Tiene tres nacimientos: el primero, cuando dio su primera bocanada de aire en este mundo y la oficina del Registro Civil fechó su acta de nacimiento el 22 de Septiembre de 1990; el segundo, en un día inesperado el 24 de Julio de 2010, cuando volvió a respirar aire fresco, ya como una mujer libre, tras un mes de ser víctima de un hombre que cobraba en la calle a tipos cobardes que la violaban con saña; y la tercer acta de nacimiento, este 28 de Julio de 2019, cuando las cámaras de vigilancia de la Ciudad de México la captan convertida en superviviente, caminando sin miedo por La Merced y entregando regalos con líneas telefónicas secretas y de rescate a chicas que, como ella, buscaban desesperadamente un escape de las arenas movedizas de la prostitución forzada.

Ésta es la forma en que Neli celebra su vida en libertad. Pudo hacerlo en un restaurante, en la playa o en el comedor de su casa soplando las velas flameantes sobre un pastel. Pero en lugar de eso, ha elegido volver al barrio que la mantuvo cautiva, pese a los dolores que se le avivan cuando pasa por esas puertas de hoteles, con doble cristal reflejante, que devoran niñas y mujeres.

Si alguien fijara su mirada por un momento en Neli, si pudiera hacer un acercamiento con el lente de la cámara, también notaría algo extraordinario: pese a los esfuerzos de numerosas organizaciones civiles, como Comisión Unidos Vs. Trata y Fundación Camino a Casa (que reciben y atienden a víctimas esclavizadas en La Merced), ese sigue siendo un barrio infestado de trata de personas a plena luz del día.

En 2009, cuando tuve el honor de presidir la Comisión Especial de lucha contra la Trata de Personas en la Cámara de Diputados, un dato no oficial se repetía como mantra a la hora de hablar de prostitución en la Ciudad de México: había unas 70 mil niñas y niños explotados sexualmente y unas 3 mil estaban en La Merced, explotadas ante los ojos de millones de personas, a solo unos kilómetros del Congreso de la Unión, de Palacio Nacional y de ministerios públicos en dos alcaldías, Cuauhtémoc y Venustiano Carranza. 

En aquel año, comenzamos un esfuerzo extraordinario, juntando aliados en cada espacio posible, para reducir drásticamente esa cifra y darle al barrio una fama distinta, una que diera orgullo a sus habitantes y comerciantes. Tristemente, aún queda mucho por hacer.

Quien viera a Neli en su ruta de rescate de mujeres, acompañada en su misión por supervivientes como Paty González y Karla Jacinto, quienes escaparon del infierno de la prostitución forzada, notaría que muy poco ha cambiado en La Merced. Vería un número similar de mujeres atrapadas de las que se hablaba hace una década, acaso más, si contamos a las que no podemos ver porque están cautivas en cuartos de hotel custodiados por halcones. Vería las mismas actitudes intimidatorias en padrotes que siguen operando como lo hacían desde hace 20 años y que aún vigilan a mujeres y clientes desde automóviles estacionados o locales callejeros.

Quien viera con más detenimiento, si pudiera hacer un acercamiento con el lente de la cámara, vería una terrible paradoja: Neli regresó al barrio para cambiar a La Merced y La Merced no ha cambiado. Y esa es una tarea urgente para las autoridades que sí están detrás de las cámaras de vigilancia de la ciudad.

Las autoridades nos deben algo maravilloso, algo que debería ser cotidiano: que La Merced esté libre de explotación sexual y que un día, cuando Neli vuelva, ya no tenga que dar más regalos. Que su próximo aniversario de su vida en libertad, lo celebre en una fiesta y no caminando por las calles que alguna vez la devoraron.

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Twitter: @rosiorozco

Facebook: Unidos Vs Trata

Página web: Comisión Unidos Vs. Trata

 

La autor es activista y presidenta de la Comisión Unidos vs. Trata de personas.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

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