Una de las características del ser humano es su capacidad para adaptarse al entorno, sin embargo, para las empresas no es tan fácil. Mientras una persona puede flexibilizarse al momento de interactuar con el mundo y es capaz de amoldarse para estar a la altura de las circunstancias, para las empresas no resulta tan sencillo. No obstante, así como para las personas es importante ser ágiles y resilientes, hoy más que nunca, la agilidad empresarial es una característica que marca la supervivencia.

Es comprensible, la vida de un negocio es compleja y las relaciones profesionales presentan retos importantes. Aunque muchas organizaciones hablen de misión, visión, valores, trabajo en equipo, al llegar el momento de la verdad hay frenos que impiden la movilidad. La resistencia al cambio, las estructuras burocráticas, los cotos de poder, el efecto silo hacen que las empresas sean organizaciones rígidas. Por otro lado, es importante reconocer que las empresas deben tener estabilidad. Pareciera que estamos hablando de una disyuntiva profunda: o soy estable o prefiero la agilidad, pero, por fortuna no es así.

En primera instancia y antes que todo, es importante tener en mente que los negocios están hechos para generar utilidades. Por lo tanto, la agilidad a la que me refiero tiene que ver con esos cambios que llevan a la organización y a las personas a trabajar en forma armónica y coordinada para tener buenos resultados y, en la medida de lo posible, mejores. En tiempos de cambios vertiginosos, la agilidad involucra entender y actuar.

De acuerdo con la Dra. Susan David, la agilidad es un proceso que nos permite estar en el momento y cambiar o mantener nuestros comportamientos de forma que estemos en consonancia con nuestras intenciones y nuestros valores. Es decir, para cultivar agilidad empresarial tenemos que estar en contacto con la naturaleza de nuestro negocio para entender los retos que se presentan y asumirlos con valentía. Es decir, la agilidad empresarial no tiene que mermar el equilibrio del negocio, todo lo contrario. Es buscar la productividad, incluso cuando parece que se nos anda escondiendo. 

Una empresa ágil estará dispuesta a dar origen a algo nuevo, a crear algo que no existe o a mejorar lo que ya está en el mercado sí y sólo sí esto abona a su proceso de negocios. Es decir, la agilidad empresarial se sustenta en un pensamiento estratégico que se constituye como la piedra fundacional para construir el cambio. Es decir, la estrategia de agilidad pone atención en las nuevas ideas, comprende las necesidades y encuentra soluciones efectivas para los problemas que se presentan.

En tiempos recientes, nos hemos dado cuenta de que la agilidad es una potencialidad inherente a la atención. Las empresas que son capaces de observar y analizar logran entender el meollo de los problemas, aprenden a resolver y adoptan políticas creativas que le sean útiles a los negocios. Dicho con otras palabras, la agilidad es hija de una mente creativa y un cerebro razonador. Tiene que contar con un enfoque y una perspectiva general y también con intuición y emoción.

Por supuesto, la agilidad empresarial se construye, no es una ocurrencia y tampoco se refiere a los golpes de suerte que se puede tener en el mundo de los negocios. Efectivamente, hay ocasiones en que una corazonada nos lleva por el camino correcto, pero el riesgo que se corre al hacer de ello una práctica es muy grande, es difícil avanzar dando palos de ciego. En cambio, cuando nos preparamos para ser ágiles lo más seguro es que permanezcamos en la zona de agilidad, aprovechando las ventanas de oportunidad que se abren.

Una empresa ágil no es producto de un accidente: es trabajo duro, perseverancia, aprendizaje, observación y sobre todo, un compromiso con lo que se está haciendo. En esta condición, se buscan las mejores competencias para ponerlas en juego. Los resultados no dependen del azar sino de trabajo arduo y constante que se acompaña con responsabilidad empresarial y un deseo de estar mejorando continuamente. Una organización no puede rezagarse por falta de agilidad, tanto como un auto no debe quedarse varado a la mitad del camino por falta de combustible.

Si el vehículo se quedó sin gasolina, no fue por mala suerte: se debe a que no planeo adecuadamente. En contrario sensu, si llegó a buen puerto en tiempo y forma, fue porque se preparó para hacerlo. Siguiendo con el símil, sería como si un conductor distraído ni miró su tablero de control ni se fijó en todas las gasolineras que se le cruzaron en el camino y culpa al destino. Evidentemente, la agilidad implica preparación. Es decir, hay que reunir material e información sobre el trabajo o el problema y hay que hacer consciencia.

Por supuesto, existen variables exógenas que nosotros no podemos controlar. No está en nuestras manos controlar los parámetros macroeconómicos: no tenemos la llave para manejar el tipo de cambio, la inflación, o un enemigo invisible que tiene paralizado al mundo. Pero, si podemos estar atentos y reaccionar en forma informada. 

Pero, cuidado, ser ágil no significa andar a las carreras. La agilidad también requiere sus momentos de reposo para que las ideas tengan tiempo de incubarse y puedan germinar los proyectos. Una empresa debe ser como un felino que va avanzando con cautela y que sabe brincar para esquivar un obstáculo, no es como un chivo que entra a una cristalería. Es decir, los movimientos deben ser precisos, no descuidados, coordinados, no desarticulados.            

 La agilidad empresarial es una estrategia que debe ser transversal a toda la organización. Es parte integral de su filosofía y, por lo tanto, debe ser un compromiso que emane de la cúspide de la alta dirección y permee hasta las bases de la pirámide jerárquica. Hoy, como nunca, necesitamos empresas ágiles, que busquen soluciones, que se planteen como sí. Necesitamos esa agilidad para salir adelante.

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