Nos han dicho que no hay nada más invaluable que una idea que nos llega en el momento preciso, le atribuyen a Honoré de Balzac haber pergeñado el concepto de que una idea que se alumbra y se da a luz en su momento tiene un valor inconmensurable. Tuvo razón, sin embargo, en la actualidad, cuando todo se mueve a velocidades tan vertiginosas, parece que no tenemos tiempo para esperar a que las ideas tomen forma y se enciendan en el momento preciso. Peor aún, es difícil encontrar a alguien que nos explique con precisión qué quiere y cómo pretende lograrlo. Con las prisas, nos aventuramos a encontrar la solución de un problema sin siquiera haber sido capaces de definirlo.

Estas prisas me recuerdan al Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas, siempre iba a toda prisa, mirando su reloj porque no quería llegar tarde: definir a dónde debía llegar y porqué debía hacerlo no parecía serle relevante. Sin duda, son muchas las ocasiones en las que abordamos nuestros veleros en medio de una tormenta sin saber para qué nos subimos y cuál es el propósito que nos lleva a batallar contra viento y marea. Antes de que podamos determinar qué beneficios pensamos obtener con semejante lucha, primero debemos determinar qué es aquello por lo que queremos luchar: diagnosticar y luego actuar. Cuentan que Albert Einstein solía decirle a sus alumnos que si él tuviera una hora para resolver el problema del mundo utilizaría 55 minutos en analizar el problema para llegar a un diagnóstico certero, y una vez conociendo las causas, tardaría 5 minutos en encontrar una solución.

La razón por las que hay personas que consiguen tener un desempeño mejor que otras es porque las primeras tienen claro lo que quieren y lo que tienen que hacer para lograrlo. Es decir, tienen absoluta claridad sobre el problema que van a atacar, la necesidad que van a satisfacer y luego van tras sus objetivos y no se desvían. Saben diagnosticar. La prisa con la que queremos hacer las cosas nos lleva a la vaguedad de los conceptos. La confusión empieza a reinar sobre lo que se supone que tenemos que hacer, perdemos de vista el orden en que lo debemos llevar a cabo y en última instancia olvidamos las razones que nos llevaron a querer hacerlo.

Mi abuela solía decir: Decide exactamente lo que quieres para poder lograrlo. Parece sencillo y lo es. Se trata de tener claridad para dar un diagnostico que nos lleve a definir objetivos y metas, tener claro lo que esperamos para poder fijar prioridades. La gran mayoría de las personas que se quedan a la mitad del camino y no llegan a su destino es porque no supieron plantearse adecuadamente estos conceptos, por lo tanto, se pierden en el día a día. El aburrimiento de la cotidianidad abruma a las personas y obnubiladas, pierden el norte.

Decidir exactamente lo que queremos implica tener un ojo puesto en el futuro para alcanzar la meta y otro en el presente para cuidar los pasos de diario que nos llevarán al destino. Cuentan que el obispo de Chartres se acercó a platicar con los obreros que estaban construyendo la catedral de su diócesis. ¿Qué haces?, les preguntaba. Pico piedra, contestaban. Pero, uno entre ellos respondió: Estoy construyendo una catedral. A esa actitud me refiero. Esos obreros construirían la que se conoce como una de las edificaciones más hermosas del gótico que hay en la faz de la tierra.

Es sorprendente darnos cuenta el número tan alto de personas que trabajan en el día a día como los trabajadores que declararon estar picando piedra. Gente que siente que su labor diaria carece de sentido y es que fijan su mirada en la inmediatez. Pierden pista de lo que en realidad están haciendo y sacrifican la relevancia en favor de la desilusión, el hastío y el cansancio. No se saben definir y extravían su propósito.

Por eso, es muy relevante decidir exactamente qué queremos. Diagnosticar y resolver. Enamorarnos perdidamente de nuestro propósito e ir tras él. Claro, tal como sugiere Stephen Covey: “antes de empezar a subir por la escalera del éxito, hay que comprobar que esté bien apoyada contra la superficie correcta”. Esta reflexión no corre prisa. Hay que hacerla con calma. Reflexionar, analizar, entender y definir con claridad lo que quiero alcanzar, antes que nada. Hacerlo a las carreras puede significar lanzarnos al precipicio sin llevar paracaídas. Un diagnostico apresurado corre el riesgo de ser desacertado.

Ayuda mucho escribir. Pensar en papel tiene la magia de posibilitar la visualización de nuestras ideas y nuestros propósitos. Poner las cosas por escrito es moldearlas y hacerlas tangibles, es poner la varita mágica sobre lo inmaterial para darle una forma que se pueda ver y tocar. Escribir es como ponerle un hilito a las ideas para permitirles volar sin dejar que se escapen. Lo que no se escribe corre el riesgo de escurrirse por las ventanas, de quedarse arrumbado en los rincones, de salirse de nuestro foco de interés. Un objetivo que no se escribe es como una meta que no tiene un plan: es un sueño que se evapora.

La escritura es amiga de la claridad. Los objetivos que bajan de la mente y se concretan en palabras escritas tienen un efecto maravilloso. Se afianzan en la voluntad y motivan la acción. Además, motivan la creatividad: nos llevan a imaginar caminos principales y alternativos para alcanzar lo que queremos. Escribir abre la puerta a la luz que nos lleva a entender. Si hacemos un esfuerzo por plasmar en letras problemas, soluciones, propósitos, tendremos un impulso que nos lleve al logro.

No hay mejor momento que el presente para encender los motores y hacer lo que necesitamos. ¿Por qué no empezar de una buena vez? Basta tomar una hoja de papel y un lápiz para escribir aquello que queremos lograr. Ojo, es preciso decidir exactamente lo que queremos para poder lograrlo. Es una decisión muy personal que debe tomarse para darnos gusto a nosotros mismos en primer lugar. Empezar no quiere decir terminar. No hay prisa, pero tampoco hay tiempo que perder. Avanzar sin prisas pero sin pausas. Una vez que nos ponemos en movimiento, es más fácil seguir moviéndonos. Habrá tentaciones para detenerse, pero la decisión y la disciplina son aliados invaluables para la consecución del logro. Escribir nos lleva a un círculo virtuoso muy valioso: nos da claridad. Al leer lo que pusimos en blanco y negro, nos damos cuenta si estamos ciertos en lo que queremos, si fuimos capaces de definir con precisión, si sabemos cuál es el primer paso y cuál es el segundo y tercero y subsecuentes.

La claridad tiene efectos de amplio espectro, de largo plazo que se empiezan a disfrutar desde el primer día. Enunciar el problema que queremos resolver, escribirlo en una hoja de papel, planear una posible solución —o varias—, elegir la más viable, emprender acciones, dar seguimiento nos llevará a acercarnos cada día más a nuestras metas. Un diagnóstico certero es el mejor antídoto contra la parálisis.  La claridad es el componente más importante para lograr lo que nos proponemos.

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