Imagina una situación en la que cualquiera de las decisiones que tomes te traerá un perjuicio, ¿cuál tomarías? Algo así cómo: ¿qué prefieres, clavarte un tenedor en el ojo o en el muslo? Hace tiempo, se pusieron de moda esos programas de televisión en que ponían a los participantes elegir lo qué es peor y los ponían a escoger situaciones asquerosas y era sorprendente ver que la gente tomaba las peores decisiones —a nuestro criterio— y al preguntarles ¿por qué?, no sabían que contestar. La realidad era que habían decidido al calor del instante sin tomarse un instante para justipreciar qué era peor. Así, en estos momentos en los que la pandemia del Covid-19 nos enfrenta a decisiones que nos representan caminos por los que no queremos andar, sería bueno tomarnos unos minutos para reflexionar.

Como si fuera una verdad de Perogrullo, insistimos en que los retos de la pandemia son grandes y que las decisiones que se han tenido que tomar son de esas que nunca quisiéramos enfrentar, en embargo, es hasta que nos ponemos en perspectiva cuando logramos darle una justa dimensión al tema del que hablamos.  Los médicos en Italia y España han tenido que decir que enfermos tendrán acceso a un respirador y cuáles no, los mandatarios del mundo han tenido que decidir entre el confinamiento absoluto de su población o no parar el flujo económico; los empresarios se enfrentan a opciones amargas: cerrar y anticipar una posible bancarrota o mandar a sus empleados a su casa para evitar que el virus se siga propagando.

La complejidad a la que nos enfrentamos nos está llevando a tomar decisiones entre alternativas que ni nos gustan ni nos convienen. Pareciera que el péndulo va entre valores como ser un desalmado o ser un necio. Hay quienes han optado por actuar rápido y han cerrado cortinas para evitar peores resultados para la salud y quienes han decidido seguir hasta lo más que se pueda para evitar una consecuencia económica peor. Y, es que tampoco parece haber mucho de donde escoger: por un lado están los que dicen que hay que cuidar la economía porque si no nos morimos por el virus nos vamos a morir de hambre y por otro están los que dicen y de que sirve le sirve la economía a una persona que murió.

Por fortuna, ni todo es tan negro como se percibe ni tan blanco que nos gane la ingenuidad. Estos colores intermedios se empiezan a percibir cuando nos tomamos unos instantes para reflexionar y, en estos momentos, todos tenemos tiempo para pensar y justipreciar nuestras prioridades. Hoy, como nunca, es valiosísimo entender cuál es nuestra meta, qué visión tenemos, con qué valores vamos a enfrentar esta desgracia global. Debemos tener claridad de qué es lo más importante para nosotros y actuar en consecuencia para poderlo comunicar con eficiencia.  Así lo están haciendo las naciones y los líderes alrededor del mundo.

Por ejemplo, Rusia tomó un camino duro para enfrentar esta crisis: se puso en contacto con su pueblo y con firmeza y en forma sencilla conminó a su gente a seguir las medidas sanitarias para evitar el contagio, lo mismo hicieron Singapur y Taiwán. Por su parte, Donald Trump ha dicho que el remedio puede ser peor que la enfermedad. Ha sostenido que parar por completo la economía puede causar daños irreparables. Han decidido que es mejor atender a los que se contagien que detenerse totalmente. Desde luego, Estados Unidos tiene la fortuna de ser una nación rica. Claro, hay diferentes formas de enfrentar la situación: Nueva York y Florida han seguido políticas distintas.

La verdad sea dicha, los resultados que vengan de la toma de decisiones no tienen garantía. Lo sabemos, el proceso de toma de decisiones aminora el riesgo pero no lo elimina. En tiempos de crisis generalizadas, los líderes deben ser conscientes de cuáles son los costos que sus decisiones implican y a partir de ellos, optar por los que resulten menos costosos. Así es y así debe ser.  Por lo tanto, medir, justipreciar, valorar debe hacerse sobre bases perfectamente comprobables. Es decir, nos tenemos que apoyar en hechos no en opiniones.

Para decidir, tenemos que ser empáticos. Sabemos que habrá personas que resultarán afectadas con nuestras decisiones, y en la medida de nuestras posibilidades tenemos que mostrar solidaridad con ellos. Buscar forma de ayudar para que el impacto a los que quedaran vulnerables, sea menor y, si eso no es posible, entonces, explicar con sinceridad y a la cara las razones que llevaron a tomar esas decisiones. Estas explicaciones no se pueden delegar en terceros, las tenemos que dar personalmente.

También tenemos que entender que para poder sobrevivir, tenemos que mostrar capacidad de adaptación. Darwin tuvo razón. En este sentido, las naciones que hemos visto como la ola del Covid-19 se ha alzado en otras naciones, tenemos la valiosa oportunidad de anticiparnos y protegernos. Cerrar los ojos, apretar los dientes y negar que algo está pasando para permanecer en la tibieza de nuestra zona de confort solo agudizará las consecuencias.

Está claro que muchos intentarán trasladar el impacto a otros y que esos otros podemos ser nosotros. Tenemos que estar preparados para negociar mejores condiciones que nos ayuden a sortear el temporal. Estar listos para escuchar propuestas y renegociar a nuestro favor. Esto es lo que significa preparar decisiones acertadas en tiempos complicados.

Tristemente, en el escenario se ven personas que van alegremente pensando que nada va a suceder y esa inocencia es costosa; veo a quienes critican y tratan de obstaculizar a los que, sin dañarlos, están tomando decisiones para avanzar y a esos se les está pasando el tiempo para ponerse manos a la obra; hay quienes ya recibieron el impacto y, por no haber estado preparado, salieron con un impacto que de haber negociado, hubiera sido menor.

Son tiempos de pensar para decidir. Hay que pensar rápido, pero hay que tomarnos nuestro tiempo para valorar lo que mejor nos conviene, para entender qué nos es favorable y en dónde nos debemos de situar para absorber menos impactos y tener mejores consecuencias. Somos como un capitán de barco que ve en el radar la mancha de una tormenta feroz y decide que los daños de desviar el rumbo y entrar por la periferia serán menores que seguirse de frente. Es preferible salir con algunas abolladuras en el casco que perder el mástil.

Por supuesto, eso sólo se puede decidir mejor si nos tomamos unos instantes para valorar y luego entonces actuar. Habrá costos que tengamos que pagar, no hay forma de evadirlos, pero podemos elegir la forma de hacerlo, especialmente, en estos tiempos tan complicados.

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