Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. – Augusto Monterroso

Sin duda alguna, el mundo es otro desde el inicio de la pandemia. El COVID-19 ha enseñado lo mejor y lo peor de las instituciones, de los gobiernos y de las personas. A pesar de lo dinámico que ha sido el siglo XXI, hoy existe sin duda un impacto diferente, un sentimiento de incertidumbre colectiva que muestra vacíos profundos de liderazgo y estabilidad. 

Los incontables cambios de señal, los desatinos de un Gabinete que no ha sido capaz de fortalecer al presidente y que, por el contrario se ha encargado de decir para luego desdecir han puesto a México en la peor, sí la peor, crisis de su historia reciente. 

Nadie dijo que la transición sería fácil, pero en general los mexicanos estábamos dispuestos a asumir el reto, y digo “los mexicanos” sin importar que hubiéramos votado o no por el proyecto de López Obrador, el reto de continuar con los aciertos (porque ciertamente, los había) y empezar la redirección en los temas necesarios. El problema es que a lo largo del presente sexenio el país no ha logrado emprender un proyecto de Nación, un proyecto incluyente donde estén representadas todas las voces, todos los intereses y todos los grupos y hoy, no hay la certeza de que las decisiones tomadas sean decisiones que apunten al verdadero bienestar (el que llega a partir del crecimiento, no de las dádivas ni de las prácticas clientelares).

A partir del 1 de diciembre de 2018, hemos aprendido a vernos en el servidor público que pierde su aguinaldo injustamente, en la madre jefa de familia angustiada por la desaparición de las estancias infantiles, en los policías federales que alzan la voz ante una incomprensible transición hacia la Guardia Nacional, en los enfermos sin medicamento en los hospitales por recortes presupuestales, en las familias de los secuestrados, los asesinados y los asaltados, en los periodistas perseguidos o descalificados, en los médicos y las enfermeras sin equipo para atender la emergencia sanitaria y en los millones de mexicanos que hoy, están sin trabajo. 

La prometida 4T, nos han llevado a enfrentarnos con el lado más oscuro de la mafia del poder, esa que está incrustada en el sistema político mexicano y que, sin importar color o partido, mueve sus tentáculos para saquear, mentir, abusar y delinquir desde la trinchera del poder. Esa que, aunque nos digan que ya se acabó con la corrupción, nos sigue demostrando que la corrupción es sistémica y apartidista.

Hemos aprendido el valor de las instituciones que no pensábamos que existían y que en algún momento del pasado estuvimos mejor, no porque nos hayan robado o mentido menos, sino porque otros presidentes no arremetieron contra los mexicanos ni buscaron su fortaleza en la división y la polarización.

Más allá de las expectativas económicas de las calificadoras y del grisáceo panorama que se vislumbra ante la crisis global post pandemia, nos debe de preocupar la estrategia a través de la cuál se pretende vender al mexicano la idea de “una nueva normalidad” que a todas luces es la antítesis de la “normalidad”. 

La “nueva normalidad” es el México militarizado, el de la escaza inversión extranjera, el de los empresarios que solos tendrán que asumir el golpe de la crisis para subsistir, el de la violencia inagotable y el de los miles de contagiados y muertos porque al inicio les dijeron que abrazarse en plena pandemia estaba bien

Y ante ese escenario los mexicanos tenemos que entender que México, solo nos necesita a nosotros.

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