Hasta 2010, había en México 5 millones de personas con discapacidad, 5.1% de la población total. Ayudar a la inclusión de estas personas es tarea de todos: gobierno, empresas y sociedad en general. ¿Y los jóvenes, qué hacen al respecto?   Por Ana Catalina Treviño   En México, es muy común escuchar en pláticas de café o en comidas familiares que la situación es muy difícil para salir adelante, pero estos temas de conversación no son nuevos. Para muchas personas han sido plática de varias generaciones. Quienes nacieron en los 60 tuvieron que vivir con crisis recurrentes la mayor parte de su vida educativa y, seguramente, muchos truncaron estudios. Para las siguientes generaciones, el tema crisis también fue una constante en sus vidas. Tal vez hasta el año 2000 fue cuando la palabra crisis sólo se comenzó a escuchar como un asunto de anécdota, algo que cuentan los papás o los tíos. Pero las crisis no sólo se dan en la economía: también hay crisis de valores y éstas no se miden en ciclos, como las económicas o financieras, ya que en su mayoría no dependen de la situación económica y sí de la relación entre los individuos de una sociedad. Para 2010, existían en el país más de 5 millones de personas con alguna discapacidad, de acuerdo con el INEGI, es decir, que 5.1% de la población total tenía algún tipo de discapacidad y, por lo mismo, un gran reto que enfrentar para incorporarse a la sociedad. Actualmente, esta cifra sin duda es creciente. En la encuesta Ingreso Gasto de los Hogares que realiza el INEGI, con cifras a 2012, se detectó que en 19 de cada 100 hogares de esta muestra vive una persona con alguna discapacidad. En el mundo, según estimaciones de organismos internacionales a 2010, el 15% de la población vivía con una discapacidad, es decir, mil millones de personas en todo el planeta, que si estuvieran todas en una sola región sería la nación con más número de habitantes, y todo el ambiente, leyes y valores seguramente serían muy diferentes a las que se tienen en cualquier país. El tener clara esta situación hace reflexionar a cualquier persona, que aunque sea en un breve momento, ha quedado con alguna discapacidad. La reflexión va en el sentido que no sólo se requiere tener un programa nacional de inclusión, un marco legal o rampas para que se puedan cruzar las calles, hace falta conciencia de toda una sociedad, sin importar la edad o género. El ser joven no significa estar en otra realidad; por el contrario, los niños y jóvenes de este país deben ser los primeros en darse cuenta de esta situación que se vive en la nación. Debemos ser los primeros en levantar la mano para ayudar a quien lo necesita, en hacer valer lo que se ha logrado en términos legales. México es un país de jóvenes que no sólo están obligados a cumplir en su núcleo familiar, no sólo es estudiar porque así lo piden los mayores, también es necesario actuar en colaboración con el resto de la sociedad y principalmente con aquellos que necesitan ese apoyo. Todos tenemos algo que aportar, y cuando la aportación es más que sólo dar un donativo, es cuando se tiene un cambio verdadero en la actitud, porque lo que se aprenderá al enseñar o ayudar a personas que no tienen los medios físicos o intelectuales para realizar una vida inmersa en una sociedad que crece a ritmos acelerados, deja una mayor lección que sólo abrir la chequera. Esas lecciones se heredan y se transmiten a las nuevas generaciones. El reto es que esas estadísticas que se reportan cada año o cada 10 años no sean un sinónimo de atraso para un país, sino que se vuelvan fortaleza, porque aunque no se puedan evitar las discapacidades físicas, sí se puede mejorar la discapacidad intelectual y la aportación que este sector de la población realiza a la economía y a toda su sociedad. A mis 16 años de vida aprendí que la discapacidad no está en quien la tiene, sino en quien no hace nada para el beneficio común, que el trabajo en conjunto tiene más beneficios que si lo hace cada quien por su cuenta. Yo transmito lo que sé, lo que aprendí de mi familia y los conocimientos que he adquirido en la escuela. En el país, hay diversas organizaciones sin fines de lucro que activamente trabajan con diferentes grupos de la población que requieren algún tipo de apoyo, y esas organizaciones, además de fondos para continuar con esa ayuda, también requieren de manos que contribuyan a disminuir estadísticas negativas sobre pobreza y discapacidad. El trabajo es de todos: de gobierno, empresas y sociedad, no importa la edad, todos aportan hacia un bien común. Para evolucionar como sociedad hay que iniciar desde los cimientos y esos son los valores que se van adquiriendo con el tiempo y que harán un cambio importante en esta nación.

 

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