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Estas son las 30 promesas de los negocios 2024
El “tsunami” de liquidez que los mayores bancos centrales del mundo siguen inyectando, inundó a gran escala los mercados en vías de desarrollo.     La impresión masiva de dólares a cargo de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos, así como su manipulación a la baja de las tasas de interés, todo, para “estimular” la economía de ese país, tiene al mundo entero metido en un gran problema: la inflación de precios de los activos. Y es que no es lo mismo producir riqueza real, material, que mantener a flote las cotizaciones que, de otro modo, colapsarían sin remedio. Es el caso por ejemplo de los bonos del Tesoro, los índices bursátiles, etc., que poco aportan a la economía pero mucho a la sensación de riqueza de quienes los poseen. En este espacio hemos comentado con anterioridad que esa inflación de activos ocurre porque si bien la Fed puede crear todos los billetes que quiera, no puede definir hacia dónde se irá esa oleada de liquidez. La fragilidad de la economía global que se hunde cada día en más deuda y expansión monetaria, fuerza a los inversores no a arriesgarse en nuevos emprendimientos y generar empleo, sino a buscar la aparente mayor protección de los activos que suben de precio y/o les pagan rendimientos más altos, sobre todo, en mercados emergentes. En otras palabras, los estímulos monetarios (QE) no ayudan a la economía, sino que solo amplían la propensión de los inversores a acumular. Los más avezados a nivel personal, empresarial y de naciones enteras, buscan el amparo de aquello que sí posee algo más importante que un precio que por ahora sube: auténtico valor. Por eso recurren por ejemplo al dinero real, plata y oro físicos. Ambos, pese a la manipulación a la baja que sufren sus precios, mantienen una elevada demanda sobre todo en Asia. Así pues, el “tsunami” de liquidez que los mayores bancos centrales del mundo siguen inyectando, inundó a gran escala los mercados en vías de desarrollo. Este proceso sin embargo, se ha desacelerado con los primeros recortes al programa de “flexibilización cuantitativa” (QE) de la Fed, iniciados este año. De manera que lo que antes benefició a los emergentes, ahora los tiene sufriendo las consecuencias de salidas de capitales. No por nada el gurú de las commodities (materias primas), Jim Rogers, dijo el mes pasado: “la crisis de los mercados emergentes apenas ha comenzado”. Estos “tomaron dinero prestado para encubrir sus verdaderos problemas… estén preocupados.” Hace unos días, otro muy reconocido experto financiero, Marc Faber, dijo en entrevista: “Creo que algunas economías emergentes se pueden sumergir en breve, y tienen problemas económicos”. Para Faber, estas tribulaciones harán que la gente en estos países continúe comprando grandes cantidades de oro, para protegerse de la devaluación de sus monedas. Lejos de afectar la demanda del metal, esta nueva crisis podría dispararla. Faber señala que “los fundamentos del oro son mucho mejores” hoy de lo que fueron cuando el precio alcanzó su máximo histórico de 1,923 dólares la onza en septiembre de 2009, a pesar de que hoy día cotice más bajo. Por último, advirtió que el mercado alcista en los índices bursátiles que ya cumple cinco años, “es el segundo más largo en los últimos cien años […] yo no compraría acciones aquí. No estoy interesado”. Tiene razón. Hay señales diversas que apuntan a que los principales índices accionarios, sobre todo en Wall Street, están alcanzando niveles que, históricamente, han precedido grandes caídas. Sobra decir que un colapso mayor allá tendría efectos inmediatos ampliados en economías emergentes, como México, tan ligado al comportamiento del mercado estadounidense. No debería sorprendernos entonces ver mayores presiones en el tipo de cambio, inflación y alzas en las tasas de interés en los meses por venir, por lo que deberíamos reforzar nuestros escudos financieros en oro y plata, al contrario de lo que de forma absurda Banco de México continúa haciendo al vender nuestros lingotes localizados en territorio nacional, como aquí le hemos informado. Es momento pues de hacer previsiones para un futuro complicado. Bajar la guardia y creer que las reformas estructurales por sí mismas nos llevarán al crecimiento, sería un error que pagaríamos demasiado caro.

 

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