Por Jonathán Torres Antonio estaba atrapado en el frenético movimiento de la colonia Cuauhtémoc de la Ciudad de México, y había algo más en su contra: su dificultad para comunicarse en español. Pero algo muy personal lo había llevado hasta ahí. Con una Sección Amarilla en sus manos, la compañía de un amigo y la comunicación a base de señas, andaba tratando de encontrar el paradero de su abuelo, a quien no conocía. Después de varias horas de búsqueda, lo encontró y, al paso de una larga charla y varios tragos de mezcal, intensificó su aprecio hacia las raíces de sus padres, mismo que lo ha llevado hoy a pretender gobernar la sexta economía del mundo y a personificarse como uno de los latinos más influyentes en contra de Donald Trump. Ésta es la biografía de Antonio Ramón Villar, mejor conocido como Antonio Villaraigosa: tuvo una niñez convulsa, fue pandillero, voluntario en movimientos de trabajadores agrícolas, activista de derechos humanos, contestó en español el informe del discurso del Estado de la Unión del entonces presidente George W. Bush en 2006, y fue el primer alcalde hispano de Los Ángeles desde 1872. También, la revista Time lo reconoció como uno de los 25 latinos más influyentes y, ahora, a sus 64 años, quiere gobernar California. “California es el epicentro del indocumentado y del migrante. Además, el mayor número de empresas medianas y pequeñas en el estado son presididas por latinos, particularmente mexicanos”, dice Antonio Villaraigosa en su despacho, ubicado en el vecindario de Beverly Hills, desde donde no deja de reconocer algo que domina en el ambiente: “Estamos frente a tiempos duros”. En efecto, son tiempos duros. La narrativa que ha usado el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está provocando un ambiente de polarización en varias ciudades de California, entre sectores en pro de la inclusión y otros que exigen expulsar ya a los migrantes. Ahí se manifiesta el mejor ejemplo de la fractura del tejido social, pues, mientras que las redadas se presentan así, sin pedir permiso, la Ley SB54 (aprobada a principios de abril) promueve las “ciudades santuario” y busca proteger a los migrantes de no ser deportados, obligando a la policía local a no seguir órdenes federales. Por otro lado, California tiene el honor de ser la sexta economía del mundo, superando a países como Francia y Brasil. Su PIB es de 2.31 billones de dólares, tan sólo detrás del PIB de Estados Unidos, China, Japón, Alemania y Reino Unido; donde operan empresas del calibre de Apple, Facebook, Cisco, HP, Yahoo, Intel, eBay, Adobe… Es en este entorno que Villaraigosa está operando para convertirse en el primer gobernador de origen mexicano de California y, por añadidura, en la piedra en el zapato de Donald Trump. “En este momento necesitamos líderes que entiendan que nuestro papel no es dividir. Queremos puentes, no muros. Si Donald, en lugar de gritar cada cinco minutos, se dedicara a integrar al inmigrante, nuestra economía crecería más. Si él quiere un muro, nosotros vamos a construir un puente arriba para decirle a toda América Latina que California está abierta para los negocios”.

Antonio Villaraigosa: (Foto: Gilles Mingasson / Getty Images)

Pagar un precio por el origen La historia de Juan Manuel Montes, de 23 años, de padres mexicanos, resulta, en el mejor caso, una contradicción. También podría ser vista como el inicio de un drama que podría repetirse con otras víctimas. Juan Manuel, sostienen quienes lo conocen, vivía, desde sus nueve años de edad, con sus padres en California; sufrió un trauma cerebral y asistió a clases de educación especial tras su llegada a Estados Unidos. Años más tarde, se habría inscrito en la universidad comunitaria. Sin embargo, el Servicio de Aduanas y Patrullas Fronterizas tiene otra versión: Juan Manuel fue detenido minutos después de cruzar de manera ilegal la frontera entre México y Estados Unidos. Cualquiera que sea la verdadera historia, Juan Manuel Montes es considerado como el primer caso de un dreamer que, bajo el estatus activo DACA, fue deportado a México en cuestión de horas. El programa DACA fue creado en 2012 por el entonces presidente Barack Obama, para jóvenes indocumentados que cruzaron la frontera siendo niños, que les permite trabajar, pero que puede ser revocado si uno de ellos comete crímenes o resulta ser una amenaza para la seguridad pública. Ahora Juan Manuel vive en la tierra de sus padres, pero solo y sin saber hacia dónde ir. Antonio Villaraigosa nació en 1953. Su mamá, al igual que él, nació en Estados Unidos, pero su abuelo era de León, Guanajuato. Su papá, mexicano, los abandonó cuando Antonio apenas tenía cinco años de edad. A pesar de ello, en su casa (ubicada en un barrio latino de inmigrantes) siempre se inculcó el orgullo por sus orígenes mexicanos. Paralelamente, creció en medio de tiempos definitorios para los derechos civiles, justo en pleno activismo de César Chávez y Dolores Huerta, defensores de los migrantes en Estados Unidos. “Yo me crié en un hogar muy liberal, muy progresista para esos tiempos”, cuenta Antonio Villaraigosa. “Desde chiquito me crié en un hogar donde la diversidad y el respeto a la tolerancia fueron valores importantes, claves en mi familia”. Hoy, sostiene Villaraigosa, soplan vientos con reminiscencias del pasado, similares a sus años de juventud, con ciertos ánimos en búsqueda de la segregación, “un tiempo donde no había tanta diversidad”. Y es por ello que, hoy, Antonio considera que es momento de destacar las grandes aportaciones que los migrantes, provenientes de más de 25 países, realizan para California. “Hay mucha evidencia de los enormes beneficios que traemos los latinos. California es la sexta economía del mundo y, por consiguiente, somos el estado con más inmigrantes. ¿Sabes qué grupo social está comprando más casas aquí?”.

Foto: Ronen Tivony / NurPhoto via Getty Images.

De acuerdo con el reporte “The Integration of Inmigrants into American Society” (La integración de los migrantes en la sociedad estadounidense), redactado por expertos en la relación bilateral, hay una mayor integración que implica un avance hacia la igualdad de oportunidades clave con respecto a la mayoría conformada por estadounidenses nativos. Así, la integración es un proceso de ida y vuelta, considerando que los inmigrantes cambian una vez que llegan y también porque los estadounidenses nativos cambian en respuesta a la inmigración. Con ello, en muchos ámbitos (logros educativos, distribución del trabajo, ingresos, integración residencial, habilidad lingüística y nivel de vida por encima de la línea de pobreza), los inmigrantes también aumentan su bienestar al integrarse con los nativos.   Open for business ¿Un mal chiste? ¿Materia para que los medios llenen páginas o ganen clics? ¿O, en verdad, estamos frente al fin del mundo para la economía mexicana? La narrativa de @realDonaldTrump es vacilante, contradictoria. Una muestra: “Yo iba a sacar a nuestro país [Estados Unidos] del TLCAN hace dos o tres días”, aceptó al cierre de abril. “Pero decidí que, en lugar de salirnos del TLCAN, que sería un shock bastante fuerte para el sistema, vamos a renegociarlo”. Al respecto, Antonio Villaraigosa califica de ridícula la visión de “cerrazón” del actual mandatario estadounidense. “Somos open for business. Si hay algo que negociar, adelante, pero siempre debemos considerar un beneficio mutuo. Tenemos que aprovecharnos de la frontera con México”. Según estudios de la Universidad del Sur de California, la expulsión de migrantes significaría un retroceso de la economía estadounidense a niveles similares de la crisis económica de 2008. Por otro lado, 10% de la economía de ese país, esto, es 1,803.7 billones de dólares, depende de los inmigrantes. El sector de la construcción registra el porcentaje más alto de inmigrantes trabajando, con un 18%.

Foto: Gabriel Olsen / WireImage 2016

Por otro lado, por versiones recopiladas desde el war room del gobierno mexicano, que se prepara para la renegociación del TLCAN, se sabe que la integración económica es de tal penetración que ya no es posible parar el comercio entre ambos países. “Hay lugares de Estados Unidos que ya no podrían vivir sin el comercio con México”, asegura una fuente que pide no ser identificada. “Hay estados cuya principal inversión es México, por lo que ir en contra de eso implicaría provocarles un severo problema económico”. “¿Viste la película Un día sin mexicanos?”, me pregunta Antonio Villaraigosa. A Day Without a Mexican es una película del director Alfonso Sergio Arau que trata acerca de una hipotética desaparición de mexicanos en las actividades económicas de Estados Unidos. “Esto es muy simple”, se adelanta a responder: “El sector agrícola de Estados Unidos se cae, pero también la construcción, los servicios. Es un absurdo [la desintegración económica]”. Como sea, Villaraigosa sabe sus límites. Si fuera gobernador, no tendría ninguna facultad para ir en contra de las eventuales modificaciones que impulse el gobierno de Donald Trump, pero tiene muy claro lo que sí puede hacer: decisiones ejecutivas propias de un gobernador para promover el comercio. ¿Incentivos a las empresas? “Todo lo que pueda hacer legalmente”, responde.   ¿Es momento para un latino? Volvamos al pasado, cuando el joven Antonio buscaba desesperadamente a su abuelo. Después de todo un día de búsqueda y de tocar puertas sin éxito, cayó la noche y él no podía con su tristeza. Decidió tocar la última puerta y, después de un rato, un tipo de cara dura, molesto, salió a su encuentro. Al mirarlo, sólo alcanzó a preguntar: “¿Abuelo?”. Así pasaron la noche hablando de la familia. Dos botellas de mezcal los acompañaron. Desde entonces, Antonio Villaraigosa ya no toma mezcal, pero conserva el buen sabor de aquella conversación en torno de los valores de la cultura mexicana.

Foro: Fernando Luna Arce / Forbes México

Hoy, en el ecosistema político de California se reconoce el activismo promigrante de Villaraigosa. Incluso, núcleos de sociedades orientales, europeas y negras consideran que la probable candidatura de Villaraigosa sería una buena opción para ellos. Pero también enfrenta dos factores en contra: la percepción entre varios votantes, incluyendo latinos, que sostienen que aún no es tiempo de tener un gobernador latino; junto con Gavin Newsom, alcalde de San Francisco, que ya lleva una larga campaña electoral desde el flanco demócrata buscando la gubernatura. Por lo pronto, la lucha por California empieza a calentarse y, hacia noviembre, se conocerán los candidatos de los partidos Republicano y Demócrata, para dar paso a una elección cuyo desenlace se sabrá en 2018. Hay un rumor que corre por el estado, que dice: la gubernatura de California se decide en San Francisco (por la gran influencia política que siempre se ha generado en ese lugar). ¿Qué dice Antonio Villaraigosa? “Sí, la verdad es que han dominado [los políticos y votantes demócratas] de la Bahía de California. Ahí hay más conservadores, más pobres, menos educados, pero yo no hablo para ganar aplausos”. (Con información de Diego Remírez)

 

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