Para que no me reclames, para que no te sientas culpable o para que me sigas viendo con buenos ojos después de haberte afectado tanto, te doy esto para compensar. Así vivimos desde niños, compensándonos o compensando a otros para que no haya culpas o reclamos, para que la mente esté tranquila. La compensación es el arte de dar o hacer algo a cambio de lo que realmente debimos dar o hacer originalmente; sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, los elementos con los que intentamos compensar no contienen un valor similar, y a veces ni cercano, al que era debido inicialmente. Por ejemplo, cuando los papás no dedican suficiente tiempo de calidad a sus hijos, para compensar les regalan un juguete o una bolsa de dulces; o cuando nos hemos mal pasado con comidas que no son saludables, tomamos más refresco light creyendo que con eso limpiamos nuestro cuerpo de calorías extra (o, al menos, la mente de culpa). También podemos mencionar que, cuando hemos engañado a nuestra pareja, la invitamos de vacaciones o le compramos una joyita para minimizar la falta; o las ocasiones en las que, después de haber explotado al empleado, el jefe lo invita a una fiesta de fin de año en donde se rifan licuadoras y hornos de microondas. Y qué decir de cuando, después de un mes de gastos desordenados, creemos que con no comprar un par de zapatos más nos emparejamos económicamente. Pero en realidad, ni el juguete compensa la falta de tiempo de calidad de los padres, ni los refrescos light la mala alimentación, ni el viaje el engaño, ni la fiesta la explotación, ni evitar un par de zapatos adicionales el desbalance económico que se tuvo durante el mes anterior. Así, vivimos compensando y siendo compensados por no hacer las cosas bien desde el principio. Y nuestros gobernantes se han vuelto los mejores expertos en el arte de la compensación popular: Primero nos piden el voto, después apoyos para reformas bajo mentiras, luego saquean el país como jamás lo habían hecho y, finalmente, nos recetan aumentos en impuestos y cuotas de una manera desproporcionada, todo esto sumado a la alta ineficiencia operativa de leyes, reglamentos y obligaciones gubernamentales. Ahora, para compensar y evitar mayores reclamos de nuestra parte, nos quieren dar un “acuerdo” sin objetivos claros ni métricas concisas, una reducción en el gasto burocrático del 10%, que, para empezar, había aumentado 20% el año anterior, y estabilidad en el precio de la tortilla. ¿En serio? Esta estrategia se ha vuelto una costumbre política que los ciudadanos hemos permitido a lo largo de innumerables sexenios, y ha sido promovida por lo ineficiente, inoperante, antipopular e, incluso, antiético y antimoral del sistema partidista, y debido, asimismo, a la falta de transparencia y rendición de cuentas que impera en el país. Sin embargo, cuando el niño se canse de juguetes, se volverá un rebelde que buscará atención fuera de casa; el cuerpo mal alimentado terminará en el hospital pidiendo un descanso y el cambio de un órgano; la mujer u hombre engañado buscará refugio con alguien más; los trabajadores explotados dejarán de ser fieles a su patrón, y las deudas ahogarán al mal administrador. Todo tiene su límite, pero en México hemos permitido que los límites sean enormes. El “arte” de la compensación sólo es posible hasta que el compensado despierta y no acepta nada a cambio de lo que es justo, o hasta que alguien de gran altura moral y eficiencia operativa otorga lo que tiene la obligación de entregar y la compensación ya no es necesaria. Tanto el gobierno federal, como las administraciones estatales, municipales y el Poder Legislativo creen que la sociedad sigue siendo un niño que se conforma con un juguete; no se han dado cuenta de que este país está lleno de jóvenes y adultos conscientes, con capacidad de escuchar, de analizar, de percatarse de las artimañas compensatorias y de exigir lo que es justo, moral y legal. Ya es hora de que el pueblo mexicano sea maduro y consciente, y exija lo que le corresponde de sus líderes y gobierno; es hora de que los líderes sean maduros y éticos, y otorguen el servicio que le corresponde a los ciudadanos.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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