La llegada de capitales especulativos es sólo una de las consecuencias de una buena reputación. Más allá de lo que aparece en los diarios internacionales es urgente que el país ponga en marcha medidas que avalen las expectativas y promuevan un desarrollo sólido.   Por Armando Azúa *   Parece que México ha vuelto a captar la atención mundial y que nuevamente el sueño del primer mundo ronda sobre nuestras cabezas. Las recientes visitas de los presidentes de Estados Unidos y China, así como la invitación por parte del G8 para que México participara en su más reciente reunión, parecen claras muestras de un revitalizado protagonismo para el País. Inclusive, noticias de interés interno, como la firma de un acuerdo multipartidista convocado por el Presidente Enrique Peña Nieto (el llamado “Pacto por México”), la guerra contra el hambre o la captura de Elba Esther Gordillo, han logrado, en cierta medida, restarle fuerza en el exterior a trágicos incidentes, como los secuestros de extranjeros y la violencia que, para los propios mexicanos, simplemente parece no ceder. Los mercados internacionales y diversas publicaciones influyentes a nivel internacional hablan de las excelentes oportunidades que seguramente México generará en los años por venir, y pareciera que se está convirtiendo en la nueva economía emergente de moda, como hasta hace poco tiempo sucedió con el Brasil del presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Que el país reciba elogios de los generadores de la opinión mundial crea un ambiente de confianza y sirve para atraer los capitales necesarios; pero si esta estrategia (centrada fundamentalmente en la imagen) no se acompaña de otras medidas que avalen las expectativas creadas y promuevan un desarrollo sólido, la llegada de capitales especulativos no sólo no es deseable, sino que incluso se convierte en una estrategia peligrosa, como ya lo hemos experimentado en oportunidades anteriores, tal y como sucedió en 1994 durante el llamado “error de diciembre”. Así pues, que se vuelva a hablar bien de México en los medios internacionales es un buen resultado de la estrategia comunicativa de la actual administración, pero este logro jamás debe convertirse en una meta y sólo se le puede apreciar en la medida que genera espacios de tiempo para trabajar en la reforma amplia de las estructuras económicas, sociales y políticas del País, para que cuando la moda de hablar de México pase, la nación se haya desarrollado. Desafortunadamente, en el mundo parece que, tanto gobiernos como instituciones y mercados, han sobrevalorado más la venta de imágenes y no de edificios sólidos y, en días recientes, las experiencias brasileña y turca demuestran esta realidad. Ambos países, destacados miembros de las llamadas economías emergentes, en estos días organizan importantes eventos deportivos internacionales y, por lo tanto, son escaparate para la prensa mundial. Los eventos que hospedan se les han otorgado, en buena medida, como muestra de confianza en su desempeño y capacidades, como en años pasados ha ocurrido con otros países: Grecia, China, Sudáfrica, y como también ocurrirá en años próximos con Rusia y Qatar. Sin embargo, Brasil y Turquía son escenario de importantes protestas sociales que, independientemente de su causa inmediata, dejan claro que aún existen grandes omisiones en materia de desarrollo que ya no pueden ocultarse mediáticamente. Así nos enteramos que en el propio Brasil, tierra del futbol, de repente es más importante el precio de un viaje en transporte público que la organización de una Copa del Mundo, ¿quién lo diría? Espero que el equipo de asesores del Presidente Peña Nieto esté muy al pendiente de lo que ocurre en Brasil, y claro que no me refiero al pobre desempeño de la Selección Nacional, sino a los resultados de una política que hizo buen manejo de la imagen, pero quedó a deber en materia de desarrollo.   *Armando Azúa es académico del Departamento de Relaciones Internacionales de la Ibero   Contacto: @PrensaIbero http://www.ibero.mx/ [email protected]

 

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