¡Tierra a la vista!”, gritó fuerte el marinero sevillano Rodrigo de Triana desde la embarcación La Niña al divisar la costa de la isla que más adelante llamarían La Hispaniola. Era la madrugada del 12 de octubre de 1492 cuando ese grito retumbó en los oídos de los integrantes de una expedición exhausta, luego de un aciago viaje desde Puerto de Palos de la Frontera, en Huelva, España. A partir de entonces, y con las diferencias propias de una metrópoli y sus colonias, el flujo de productos que viajaban en ambos sentidos fue una constante. Papas, chocolate, tabaco, tomates y maíz cruzaron el Atlántico para echar raíces en España. En sentido contrario se trasladaron caña de azúcar, arroz, naranjas, trigo y vino. Fue concretamente en 1493 cuando los curas franciscanos introdujeron la ‘uva misión’. El porqué era lógico: necesitaban vino para la celebración de la eucaristía, con la cual cumplían su objetivo de evangelizar a los nativos de la isla. El vino representaba un bien preciado y escaso que debían importar de España. Además de ingerirse para saciar la sed porque era más confiable que tomar agua, esa bebida se utilizaba con fines medicinales y como reconstituyente. Por eso, los misioneros decidieron que para lograr el abastecimiento continuo debían plantar vides alrededor de las misiones y producir ellos mismos el vino litúrgico. Quinientos años después, a 90 kilómetros de Santo Domingo, entre las ciudades de Azua y Baní, la quinta generación de la uva misión crece en Ocoa Bay, un viñedo resort de dos millones de metros cuadrados. Un 10% de estos (200,000 metros cuadrados) ya forma parte de ese macroproyecto turístico e inmobiliario que se ha convertido en el centro de interés para noticiarios internacionales como CNN, además de que está considerado con el potencial para convertirse en el Valle de Napa del Caribe o para instituciones referentes en el sector, como el Centro de Investigación de Viticultura y Enología de Galicia, España, que asombrado por la calidad de la uva ya tiene pensado enviar a estudiantes de doctorado para investigar sobre el terreno. Al frente de Ocoa Bay están tres socios, dos norteamericanos y uno dominicano. La cabeza es el arquitecto Gabriel Acevedo, quien nos recibe en la finca y nos invita a un paseo de la imaginación por el pasado y a un obvio despertar en el presente. “Se trata de un proyecto agroturístico que ha sido tramitado a través de la Ventanilla Única de Inversión del Centro de Exportación e Inversión de la República Dominicana (CEIRD) y con los permisos fiscales de la oficina técnica del Consejo Nacional de Fomento Turístico (Confotur). Por tanto, ha recibido el seguimiento para que el vino dominicano sea parte de nuestra marca país”, explica Acevedo. Desde su inauguración, en agosto de 2013, han invertido US$25 millones, del total de US$170 millones que tienen contemplado invertir en 10 años. El dinero lo emplearon en la construcción de villas de alta gama, una casa club con un restaurante slow food, viñedos con diferentes cepas y un exclusivo hotel boutique que abrirá a finales de año. “La Casona es nuestra primera apuesta hotelera con ocho habitaciones tipo bungalow y una inversión de US$5 millones. Será una experiencia gastronómica para que los inversionistas de las villas comiencen a saborear la hospitalidad de Ocoa Bay. En donde pernoctarán nuestros clientes internacionales del mercado francés, canadiense, de la costa este de Estados Unidos y de Sudamérica”. En este momento se está iniciando la construcción de 30 lotes de alta gama. Terrenos grandes para un mercado internacional y local muy exclusivo, con una muy baja densidad: alrededor de cinco habitaciones por hectáreas, una de las más bajas en República Dominicana. ”Estamos centrados en la parte de comunicaciones y energía. Queremos alcanzar los 1.5 megavatios y que cada finca pueda tener también su propia energía solar. Nuestros esfuerzos estriban en asociarnos a una gran marca. Lo bueno es que nuestra posición es bien interesante porque somos quienes vamos a realizar la selección de las muchas opciones que nos han llegado”. Como buen anfitrión, Acevedo dispone en la Casa Club, frente a la Bahía de Ocoa, un opíparo desayuno para nosotros. Así, mientras escuchamos el delicioso sonido del barrancolí, una pequeña ave criolla que se ha asentado con gusto en la zona, disfrutamos de un magnífica pitanza elaborada por el chef Carlos Estévez, con productos orgánicos de la zona y gracias a la participación de agricultores de Hatillo, Palmar de Ocoa, Las Charcas y Azua. “Tenemos un concepto único pensado en la sostenibilidad y en la incorporación de las comunidades. Por eso, somos el único restaurante slow food de República Dominicana. Todo es orgánico. De calidad y cuenta con el maridaje de nuestros vinos tinto, blanco, rosado y espumante”.   En cuerpo y alma En el viñedo experimental de 12 hectáreas se producen actualmente 15,000 botellas de vino blanco, tinto, rosado y espumante. “En cada poda, dos veces al año, multiplicamos nuestro terreno cultivable. Por eso, en un par de años esperamos producir 60,000 botellas de French Colombar, Tempranillo, Moscatel y un espumante que hemos creado a base de mango y chinola al que hemos llamado KI, que en taíno quiere decir espíritu de la tierra”, explica Acevedo. Por su cantidad, la producción no está abierta a la exportación pero sí a un exclusivo mercado. Un club de vino con 1,000 socios. “Los llamamos nuestros elegidos. Un grupo de personas muy exclusivas que nos han apoyado como parte de la estrategia financiera y que hemos elegido sean parte de Ocoa Bay. Por eso, hay que hacer un tour enológico, visitar nuestro restaurante o ser miembro del club de vinos para poder adquirirlos”, afirma Acevedo.   Una nueva marca Al margen del proyecto inicial y en vista del plausible crecimiento de la producción, Acevedo y sus socios planean sacar la marca Ocoa Wines. “Queremos producir espumante de forma masiva, puesto que lo desarrollamos en gran parte con los mangos que no se exportan. En tanto que la del vino blanco, tinto y rosado queremos que sea más exclusiva. Es nuestra visión, pero todo depende del crecimiento de los viñedos”. Personalidades como el guionista, productor y director de cine Francis Ford Coppola, el magnate de negocios inglés Richard Branson, el creador de las luminarias del museo del Louvre, Jean Philippe Corrigou, y los críticos más influyentes de la Ribera del Duero han quedado encantados con el sabor de los vinos de Ocoa Bay. “Lejos de las franjas tradicionales de producción, los curiosos y expertos en vinos van a querer probar un Ocoa Bay. Apostamos por calidad de clase mundial. De hecho, ya está probadísimo que tenemos el mejor French Colombar del mundo, no tenemos competencia. Nuestro suelo tectónico y nuestros microclimas nos hacen únicos”, expone Acevedo. Como parte de su estrategia, el equipo de 20 personas que trabaja en los viñedos para la atenta supervisón del enólogo chileno Felipe Zuñiga ya ostenta la certificación española de viticultores. El viticultor español Antonio Menéndez es quien está certificando y entrenando a los locales. Acevedo indica que la idea es formar a un personal para un trabajo de primera y recuperar profesiones que antes no tenían cabida, “pero que ahora formarán parte de la imagen de nuestra marca país”.   En balance Ocoa Bay incluye la construcción de un hotel boutique de 50 habitaciones al que han denominado rústico-sofisticado, a 500 metros de altura sobre el nivel del mar. “Un hotel que tendrá como traspatio el Parque Nacional de Bosque Seco y que incluirá un wellness spa y medicina preventiva. Pero sobre todo, un hotel de experiencia donde se podrá disfrutar de las noches con telescopio propio”. Los tres microclimas de Ocoa Bay reforzarán esta experiencia. “Baja densidad, alta calidad y emociones que se trasladarán desde los 1,400 metros de altura y los 6 grados Celsius, pasando por paisaje de coníferas para concluir en una playa. Esto es algo único en la isla si tenemos en cuenta que la transformación se hace en 1.20 minutos”. Luego de su paso por el Santo Domingo Wine Fest, de exclusivas catas ciegas donde han triunfado y de reconocimientos en Cannes, la mirada de Ocoa Bay está en el futuro. “Parafreseando al gran Frank Rainieri: hay que hacer las cosas sin prisa, pero sin pausa. Así nos lo proponemos”, concluye Gabriel.

 

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