“Apocalípticos” e “integrados”, dos grupos que emergieron del auge digital, han moldeado una forma de vida para relacionarse con la tecnología. El dilema estriba en cómo usarla, qué lugar darle.   “Me gusta el olor del papel y tengo una biblioteca personal, pero a veces me inclino por un dispositivo delgado y ergonómico; es más cómodo.” “Si pudiera, seguiría usando mi walkman.” “Tengo todos mis documentos personales y profesionales en la nube; nunca me gustaron las libretas.” “Me gustan los acetatos; he rescatado toda una colección que tenían mis abuelos, pero para escuchar música, en cualquier lugar, tengo mi celular.” “Jamás podría leer en una computadora, ¡qué es eso? Se pierde la esencia de la lectura.” “Nada como el papel y el lápiz para plasmar mis ideas.” Éstas y otras tantas ideas he escuchado en los últimos años; provienen de dos grupos o corrientes que emergieron producto del auge digital. Dichos grupos han moldeado una forma de vida para relacionarse con la tecnología. El dilema: ¿cómo usarla? ¿Qué lugar darle? Unos son abiertos a la tecnología y los otros muestran total resistencia, lo que Umberto Eco clasificaría como apocalípticos e integrados. En otros términos, los clásicos o románticos y los modernos y utilitarios. El primer grupo es aquel que se resiste al cambio tecnológico, se niega a aceptar que todo puede vivir en la red: la música, la literatura, la fotografía y la cultura. Pensar que alguien pueda conocer el Museo del Louvre a través de una pantalla es inaceptable para éstos. Están negados al consumismo, corriente propia de los ochenta en que el abuso del objeto hizo que perdiera su esencia. Se aferran a las viejas costumbres y no conciben la apertura cultural. El término apocalípticos refiere al tono extremo –apocalíptico– de resistencia y de reconocimiento hacia cualquier elemento nuevo como valioso. El segundo grupo apoya una visión más abierta a la inclusión tecnológica; le importa el fin y no el medio. Eco calificaba a los integrados como aquellos con apertura total a la tecnología y a una generalización cultural; vislumbran un futuro prometedor gracias a su uso. Pueden seguir leyendo, consumiendo y escuchando música, pero de una forma más sencilla. Incluso, las posibilidades de acción y creación se potencian. El gadget, por supuesto, sustituye todo objeto, pero esto no implica que no exista un nuevo tipo de culto a éste.   El culto al objeto Sin embargo, existe una premisa importante en ambos grupos: ¿qué tanto es resistencia al cambio y qué tanto es conservar aquellos objetos que generan lazos de pertenencia e incluso identificación con éstos? ¿Qué tanta apertura al cambio se muestra cuando siendo usuarios de la tecnología aún se conservan objetos del pasado? ¿Qué tanto se consumen objetos propios de la era tecnológica? El culto al objeto se ha visto acentuado en un entorno donde lo intangible se hace presente. Siendo apocalípticos o integrados, éste es una constante. Jean Baudrillard, en su libro La sociedad del consumo, analizó la nueva configuración del culto al consumo y la trasmutación de los objetos; planteaba qué tanto el objeto de culto ha mutado a un gadget, cómo el objeto pierde su jerarquía milenaria antropomórfica y cómo tiende a agotarse en un discurso de connotaciones relacionadas en el marco de un sistema de significaciones. La tecnología sustituye objetos, un gadget representa varios a la vez; éste le da una nueva configuración a la existencia del hombre e incluso se concibe como una extensión de sus sentidos. Acerca de éste, Baudrillard cita: “El gadget es pobre, es un efecto de moda, es una especie de acelerador artificial de otros objetos, está atrapado en un circuito en el que lo útil y lo simbólico se resuelven en una suerte de inutilidad combinatoria, como en esos espectáculos ópticos totales donde la fiesta misma es un gadget, es decir, un seudoacontecimiento social, un juego sin jugadores.” El cambio es la única constante y el hombre configura nuevos espacios de creación a partir de la tecnología. Internet es el ejemplo por excelencia y cualquier objeto tecnológico también. El culto al objeto no es propio de la era digital, pero se acentúa ante la simplificación de éste y el consumismo inmutable. El culto al objeto tampoco es propio de un apocalíptico o un integrado; es propio de una sociedad que le otorga un valor adicional a las cosas, independientemente de su configuración inicial. Y tú ¿cómo te defines? Como apocalíptico o como integrado.   Contacto: Twitter: @SoyYoLucy Semántik   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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