Autoaislada del mundo durante tres años de pandemia, China reabrió este año sus fronteras dispuesta a recuperar peso en la geopolítica global sin correr riesgos y gestionar la rivalidad con Estados Unidos mientras bandea una recuperación económica más lenta de lo esperado.

China comenzó 2023 anotándose un tanto diplomático inédito como mediador de la reconciliación diplomática entre dos acérrimos archienemigos en Oriente Medio, Irán y Arabia Saudí.

El gigante asiático trataba así de afianzar su influencia en la región aprovechando la pérdida de peso de Estados Unidos, algo no del todo logrado a juzgar por el papel más bien secundario que está jugando en la resolución de la crisis israelí-palestina.

Tampoco en el otro gran conflicto actual, la guerra de Ucrania, ha querido queda atrapada una China que se dice neutral y pide el alto el fuego, pero que en la práctica ha cerrado filas con Rusia, con el que rubricó una “amistad sin límites” en 2022, poco antes de la invasión rusa sobre el país vecino.

Los innumerables llamados de la comunidad internacional y en especial de la Unión Europea para que Pekín influya sobre Moscú para frenar las hostilidades han caído en saco roto: “Con quien deben hablar es con Rusia”, remataba la pasada semana un responsable del Ministerio chino de Exteriores.

La reapertura trajo consigo un desfile de visitas de Estado de líderes de los cinco continentes entre las que destacó el paso por Pekín de la mayoría de los presidentes latinoamericanos, desde el bolivariano Nicolás Maduro al conservador uruguayo Luis Lacalle, en una muestra de que en la relación con el gigante asiático el signo político es lo de menos.

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En todas estas visitas el presidente chino, Xi Jinping, recibió a sus homólogos con tono conciliador, defendió la configuración de un nuevo orden multipolar y en la mayoría de los casos también consolidó la influencia de su país con la firma de un sinfín de acuerdos bilaterales y la elevación de la categoría de los lazos diplomáticos con diferentes países.

Lo hizo en el mismo año en que la Asamblea Nacional Popular (Legislativo) lo confirmó para un tercer mandato inédito entre sus antecesores, cimentando un nivel de poder que algunos equiparan al de Mao Zedong.

El 2023 también fue el año en que Xi regresó a la arena multilateral, aunque en pequeñas dosis, ya que no acudió a citas como las cumbres del G7 en Japón y el G20 en la India, pero sí a la de la APEC, celebrada en San Francisco en noviembre.

Allí tuvo lugar uno de los momentos clave del año: el largo encuentro entre Xi y Joe Biden, que remató los esfuerzos de sus países por encauzar una relación que en el último año y medio alcanzó uno de sus puntos más bajos a cuenta de Taiwán, la guerra comercial y nuevos episodios de sanciones mutuas.

Y es que los últimos cuatro meses del año han sido para China de ‘deshielos’, pues a lo sucedido con EE.UU. se sumaron también acercamientos con Australia y la UE que rebajaron las tensiones, aunque más con Canberra que con Bruselas.

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Varios comisarios europeos pasaron por Pekín este año para reanudar los diálogos presenciales de alto nivel -suspendidos durante la pandemia- en temas clave como comercio, energía y cambio climático, citas que culminaron este mes con la cumbre China-UE, en la que los líderes de ambas partes siguieron dialogando pero sin llegar a acuerdos sustanciales.

Sobre la mesa, temas espinosos como el marcado desequilibrio comercial a favor de China, el recelo europeo por los subsidios a la industria de los vehículos eléctricos chinos, los derechos humanos y, por supuesto, Ucrania.

También con Australia se limaron en 2023 las asperezas de los últimos tres años, y la visita en noviembre del primer ministro australiano, Anthony Albanese, allanó el camino a la normalización de los lazos comerciales, marcados en ese periodo por las barreras impuestas por Pekín a productos clave como el vino o la cebada en respuesta a desencuentros políticos con el Ejecutivo anterior.

En contraste, el escenario con Taiwán no mejoró lo más mínimo. China prosiguió sus incursiones de aviones y buques en los alrededores de la isla, incluyendo unas maniobras militares de una intensidad no vista en décadas.

Taiwán, que con la inesperada ruptura diplomática por parte de Honduras perdió este año otro aliado -solo le quedan 13- celebrará en enero unas elecciones presidenciales que marcarán el rumbo de las relaciones con Pekín y en las que el partido gobernante, al que China tacha de “separatista”, parte como favorito, lo que no augura un futuro tranquilo en el estrecho de Formosa.

De puertas para adentro, el año tuvo momentos convulsos para el Gobierno chino por las destituciones de los ministros de Exteriores, Qin Gang, y Defensa, Li Shangfu, en julio y octubre, respectivamente, anunciadas semanas más tarde de que se les dejara de ver en público y sin explicaciones, dando pie a todo tipo de rumores sin que aún se sepa por qué cayeron en desgracia.

El año que acaba fue también un periodo de incertidumbre para la segunda economía del mundo, que después de tres años de cerrojazo tardó en arrancar más de lo previsto por las autoridades, lastrada por la crisis inmobiliaria, la deuda de los gobiernos locales, la caída de la demanda y las tensiones geopolíticas.

China, con una meta de crecimiento oficial de “en torno a un 5%” para 2023, ha tomado en estos meses medidas decididas para estimular la recuperación, aunque este diciembre el Banco Mundial ajustó su pronóstico para el gigante asiático del 5.6 al 5.2%. 

Con información de EFE

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