En la primera parte de este artículo publicado el 9 de mayo de 2022, aquí mismo en Forbes, abordé el tema relacionado al fuerte enigma que tienen que sortear hoy en día los bancos centrales para hacerle frente a una inflación no observada en décadas y cuyas características han puesto en entredicho la efectividad de la política monetaria global. Es indudable que nos adentramos a un escenario de mayor restricción monetaria, con una importante incertidumbre sobre el efecto que pudiera tener sobre una recuperación que continúa siendo heterogénea entre países y sectores. Además, estos tiempos sui generis también han traído consigo una importante reflexión sobre la estrategia que probablemente deberían de adoptar la mayoría de los bancos centrales más allá de lo que estamos experimentando este año.

Si tomamos en cuenta la naturaleza de los choques que han originado la inflación que hemos experimentado en el mundo desde el 2021 –explicada con mayor detalle en la Parte I–, es común pensar en qué tan efectiva podría ser una política monetaria restrictiva para contener las presiones en precios. Para ello, debemos de entender los canales de transmisión bajo los cuales actúa la política monetaria, al igual que el rezago que tiene sobre la inflación. Grandes pensadores económicos que han dedicado gran parte de sus obras a fenómenos monetarios, empezando por Milton Friedman, o inclusive miembros del Fed como Ben Bernanke o Alan Blinder, han resaltado la importancia de entender a fondo el efecto de la política monetaria a través de distintos canales de transmisión.

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Es lógico pensar que incrementos en las tasas de interés difícilmente ayudarán en el corto plazo a un tema de capacidad instalada que pudiera arreglar, por poner un ejemplo, el problema de escasez de semiconductores que enfrenta el mundo. Es decir, tanto la teoría económica como la evidencia empírica sugieren que la política monetaria es ineficiente en acomodar choques de oferta, tal como la han argumentado economistas como Frederic Mishkin, pero al mismo tiempo plantean un enfoque distinto, especialmente después de la crisis de 2008-2009.

Sin embargo, podríamos pensar que un aumento en tasas podría inferir en las decisiones de consumo intertemporal de las personas (mayores tasas incentivan el ahorro a costa del consumo), disminuir el crecimiento del crédito, afectar la rentabilidad esperada de las inversiones en activos fijos e inducir ganancias cambiarias (reduciendo la competitividad relativa de las exportaciones). Todo esto tendería a reducir la demanda agregada. Además, ayudaría a anclar las expectativas de inflación dentro de un “periodo razonable”. Inclusive, la posibilidad de una divisa más estable reduciría el efecto de traspaso, principalmente a través del precio de bienes importados. 

Sin embargo, sus potenciales efectos no se limitan solo a la llamada “economía real”. Si bien los bancos centrales han reconocido la persistencia de las presiones inflacionarias que han tenido lugar desde el 2021 y su posible afectación sobre la actividad económica, también han advertido que una liquidez muy elevada por una política monetaria muy laxa podría resultar en una fuerte crisis económica ocasionada por burbujas en precios de diversos activos. De tal forma que han sido muy enfáticos este año sobre la necesidad de actuar contundentemente para evitar un mayor escalamiento de este problema. 

Esto necesariamente ubica a la política monetaria en un enigma sobre qué tanto debería de sacrificarse la recuperación económica en el corto plazo por condiciones monetarias que contraigan la demanda agregada vs actuar tardíamente y de manera menos decisiva, y con ello mantener latente el riesgo de una recesión (e inflación) mucho mayor. Pareciera que, dentro de esta fuerte interrogante, los banqueros centrales se han comenzado a decantar por el primer escenario.

Otra gran duda que ha surgido es sobre la manera en la cual deberían implementar su estrategia. El debate ha regresado en torno a las ventajas y desventajas relativas de estrategias discrecionales (que les permita un mayor grado de libertad y poder utilizar el canal de comunicación de manera activa) vs un encuadre basado en reglas (que pudiera ayudar a la predictibilidad y consistencia de la política monetaria). Pareciera que ante tiempos altamente retadores y sin precedentes, la mayoría de los bancos centrales optarán por un mayor margen de maniobra.

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A esta gran incertidumbre que hasta el momento hemos analizado, se le une también la duda sobre la forma efectiva en la cual deberían actuar los bancos centrales. En la actualidad, el paradigma que predomina son los regímenes de objetivos de inflación. El economista sueco, Lars Svensson, ha sido uno de los mayores defensores de estos mecanismos. Argumenta que han ayudado a un sinnúmero de países a mantener bien anclada la inflación, además de contribuir a la transparencia y responsabilidad en la conducción de la política monetaria. Sin embargo, la coyuntura actual sugiere un replanteamiento sobre cómo llevar a cabo la comunicación e implementar este encuadre.

Como se puede observar, el grado de complejidad que enfrentan los banqueros centrales es muy elevado en estos momentos. Al margen de los cambios de estrategia que pudiéramos observar en la política monetaria global, todo apunta a que nos adentramos a un escenario de condiciones monetarias más restrictivas (i.e. mayores tasas de interés y menor liquidez global) que en periodos previos. Esto también ha aumentado los riesgos de que pudiéramos enfrentar algunas recesiones en distintos países dentro de un horizonte entre 12 y 24 meses –que en muchos de los casos podría entenderse como recesiones inducidas por la misma política monetaria pera evitar un escenario aún más complicado–. Dentro de esta gran discusión que ha monopolizado los foros internacionales más importantes recientemente, el foco de atención se centra, principalmente, en el caso de Estados Unidos. Este será, sin lugar a duda, un caso de estudio muy importante y probablemente con implicaciones para este ciclo económico y en años venideros. 

Contacto:

*Alejandro Padilla es Director General Adjunto de Análisis Económico y Financiero de Grupo Financiero Banorte. Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y no representan la opinión de Grupo Financiero Banorte ni sus subsidiarias o filiales.

Twitter: @alexpadillasan

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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