Los vagos destellos del gran hegemón Occidental que aún existían se van difuminando. Pareciera que la Nación Inacabada de Alan Brinkley, terminó siendo más que una metáfora. Esa Nación en construcción e incompleta encontraría en su propio interior el detonante de su declive.

Estados Unidos está dividido desde hace décadas, pero los grandes frentes de conflicto social que se asoman en su agenda interna hoy hablan de una crisis estructural en sus instituciones y en el tejido social.

Para la población estadounidense, y para quienes creen aún en el American way of life, es por demás desalentador ver que ante el momento de crisis que vive la sociedad estadounidense, su actual gobierno no tiene la capacidad de responder a los desafíos y retos que se enfrentan. Los escenarios económicos, políticos y sociales son preocupantes y confirman la debilitación del American Dream

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La tensión entre los grupos del poder político y la sociedad civil crecen cada vez más y al parecer los conflictos sociales han iniciado una espiral que solo debilitará más el desarrollo de un proceso de estabilización nacional.

Desde el final de la Guerra Fría, Estados Unidos estuvo buscando insistentemente la creación de un orden internacional que favoreciera la continuidad de un liderazgo por bloques; sin embargo, en las últimas décadas el crecimiento de China, los movimientos geopolíticos y la polarización interna le han llevado a una crisis profunda que ha revelado radicalismos incrustados en el pensamiento estadounidense contemporáneo.

Siguiendo la línea de la historia, sabemos que los grandes imperios vieron su fin en medio de una crisis de dominación, pérdida de influencia en su periferia y fragmentados desde el interior de sus instituciones.

Para los Estados Unidos, el fin de la dominación se ha venido gestando desde hace varios años y la inestabilidad generada por el ambiente de la guerra entre Rusia y Ucrania ha acentuado el deterioro de su liderazgo. Con una clase media que se adelgaza rápidamente, con grupos vulnerables que se apresuran hacia una pobreza sistémica y con condiciones de vida sumamente precarias, el país se dirige a un parteaguas que requiere la redefinición de su proyecto de nación y al re-planteamiento de sus instituciones.

Los próximos años serán muy importantes para el desarrollo de un nuevo orden internacional, bajo un re-equilibrio de fuerzas que conlleve la construcción de nuevos bloques, el liderazgo de nuevos actores y en el que el poderío más que militar sea de recursos. 

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Para las regiones como América Latina, el desarrollo de nuevos modelos políticos y económicos llegarán como consecuencia de la contracción de la influencia estadounidense y ante esta oportunidad, la apuesta ganadora no necesariamente es la izquierda, al menos no la izquierda añeja y trasnochada que invade los actuales gobiernos de la región. 

En “El espejo enterrado”, Carlos Fuentes analizaba los rasgos característicos de Hispanoamérica y cuestionaba la falta de modelos propios para la América Latina que al afanarse en copiar y reproducir estereotipos políticos y económicos extranjeros se sumerge en el atraso, la polarización y el subdesarrollo.

En la época de los cisnes negros no es descabellado pensar que nos toque presenciar la caída del emblemático hegemón del siglo XX. 

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