Ha ganado decenas de premios y dictado muchas conferencias. Sin embargo, Cristóbal, de 19 años, un genio mexicano de la física, nunca se ha metido al mar y trabaja como velador de un edificio.   Por Ana Paula Flores Cristóbal Miguel García Jaimes cita una frase de Natalia Telis, a quien llama su hermana: “Somos jóvenes del siglo XXI, con profesores del siglo XX y con sistemas educativos del siglo XIX.” El joven —de 19 años de edad— trabaja como velador en un edificio en la colonia Roma de la Ciudad de México; ahí tiene un espacio para vivir y recibe un sueldo mensual. Es originario de San Miguel Totolapan, uno de los 81 municipios del estado de Guerrero, ubicado en la región de Tierra Calien­te, una de las zonas más azotadas por la delincuencia organizada. La señora Sofía Jaimes es estilista. Ella es madre de Cristóbal Miguel, el mayor de sus tres hijos. “Mi mamá me empezó a ayudar en el kínder, aunque sólo fui un año porque se dio cuenta de que yo era especial. Me enseñó opera­ciones simples: sumas, restas, multipli­caciones, divisiones. Cuando yo salí del kínder, ya sabía todo eso”, platica. Fue a los 10 años cuando Cristóbal enfrentó su primera debacle: su madre enferma de insuficiencia renal y tiene que separarse de ella durante todo un año. Al cumplir los 11, su padre decide alejarse de la familia, entonces él se queda a cargo de su madre y hermanos. “Yo iba a la tienda del pueblito, ahí en el zócalo, y una señora de más de 40 años me preguntó: ‘Oye, ¿y tu papá?’, yo le respondí: ‘Está en la casa’, por vergüenza. Y ella me contestó: ‘No, no es cierto. Tu papá se fue de la casa porque no te quiso’. Yo me regresé a la casa y me encerré durante una hora y media a llorar. Después de eso me dije: ‘Yo no quiero esto para mí’”, dice. Su padre, que era profesor de bachillerato en el área de ciencias sociales, dejó libros en la biblioteca. Cristóbal Miguel, buscando algún distractor, tomó un libro de Física 201 y lo terminó. Si bien, siempre fue bueno para las matemáticas, acota, lo que aprendió del texto le produjo una epifanía: “Me di cuenta que yo podía, por medio de la educación, conseguir algo más: cariño, respeto de la gente y eso me fascinaba”.   Campeón de campeones Al estar a cargo de su familia, Cristóbal Miguel se vio obligado a trabajar. Fue peón, albañil, carni­cero, vendedor de pan y dulces. “Mi mamá me obligaba a llevar el pan en una canasta para que perdiera la pena. Me decían Caperucita Roja”, platica. A pesar de las obligaciones que asumió, nunca abandonó la escuela. Cuando entró a la secundaria, el joven se enteró de la existencia de los llamados Concursos académicos, que contemplan temas que se ven en las ocho materias que se imparten a este nivel: “Me metí, me gané el primer lugar y continué. Me mandan al concurso de zona, representando a la Secundaria Técnica No. 38, y de ocho secundarias quedo en primer lugar. En ese año fui el único de primer año que ganó. Me fui al regional y ahí quedé en cuarto lugar. Un cuarto lugar no es malo. Malo es cuando sólo son cuatro personas”, dice con humor. Sin desmotivarse, Cristóbal Mi­guel continuó preparándose. Entró al concurso en el siguiente año y ganó el primer lugar a nivel zona, regional y estatal. Ya en tercero de secundaria, el joven se hizo de nuevo del primer lugar en todos los niveles. Esa oportu­nidad lo catapultó a un concurso que se denomina “Campeón de campeo­nes”, en el que participan los tres mejores alumnos de las secundarias técnicas contra los tres mejores de las escuelas privadas y los tres mejores de las telesecundarias. El concurso se realizó en el muni­cipio de Acapulco, Guerrero. Cristóbal Miguel y su profesor llegaron pidiendo aventones. El estudiante estrella de San Miguel Totolapan quiso abandonar la competencia al momento de ver la des­ventaja en recursos que tenía con res­pecto a los estudiantes de las escuelas privadas. Su profesor lo alentó a seguir concursando y, pese a las diferencias, Cristóbal Miguel se coronó como el quinto Campeón de campeones.   Un sueño por alcanzar Cristóbal Miguel quería estudiar en la Ciudad de México y nada lo detendría. Su objetivo: ingresar a la Preparatoria No. 6 de la UNAM, la escuela a nivel bachillerato con mayor demanda de la Universidad. Leyó la guía del Cene­val tres veces y visitó varios pueblos, buscando profesores que lo ayudaran a entender cada uno de los temas. De los 128 reactivos que considera la prueba, Cristóbal Miguel respondió correcta­mente 126. “Muchos me preguntaron: ‘¿Cómo es que quedaste en Prepa 6 con 126 aciertos de 128?’. El secreto es que yo no me preparé por tres meses, yo me preparé por tres años.” Ya en la preparatoria, Cristóbal Mi­guel buscó participar en un programa denominado Jóvenes hacia la Investiga­ción, “que consistía en hacer una inves­tigación durante todo un proyecto y, al final mandabas un informe; si era bue­no, te mandaban a hacer una estancia de verano”, aclara. El joven descubrió que el zacate tiene potencialidad para ser un bloqueador solar, hallazgo que le permitió ingresar por primera ocasión al Instituto de Física de la UNAM. Cuenta que escogió al doctor Efraín Chávez como su asesor porque tiene el mismo apellido de quien considera el mejor rector de la Uni­versidad: el doctor Ignacio Chávez, también guerrerense. El doctor Chávez dice, sonriente, que el apellidarse así fue una suerte. Explica que es muy difícil encontrar jóvenes de preparatoria que sean ca­paces de comprender un libro de física avanzada y apropiarse de los conoci­mientos: “Sin embargo, ocurre, y de repente nos encontramos convertidos en sus ayudantes.” Para el académico de la UNAM, con una trayectoria de más de 30 años, existen muchos jóvenes muy talento­sos en México. Sin embargo, no todos tienen objetivos tan claros como Cristóbal Miguel. “Durante todo este tiempo, solo he encontrado un Cristóbal.” Asimismo, el doctor Chá­vez sostiene que las ciencias duras en México cada vez tie­nen mayor fuerza. Señala que poco a poco se han sumado institucio­nes y recursos para la investigación. No niega que hace falta mucho por hacer. Sin embargo, sostiene, la situación ha mejorado en los últimos años.   Un innovador innato Cristóbal Miguel se ha hecho famoso en México y el mundo gracias al mini acelerador de partículas más barato del mundo (1,000 pesos) que constru­yó. Sin embargo, lo que poca gente sabe es que este universitario, que se autodenomina “un vomitador de ideas”, es un joven emprendedor. “Si tú me traes un problema o algo que quieras innovar o llevar más allá, lo podemos resolver”, explica Cristóbal Miguel sobre Innovación 360. Su propuesta es formar un conglomerado de físicos, químicos, ingenieros y demás expertos que unan conoci­mientos para resolver las necesidades de personas y empresas. Actualmente, trabaja en varios proyectos: desarrollo de biodiesel con una planta silvestre que puede crecer tanto en ambientes demasiado fríos como muy cálidos; la utilización de un pez que se ha convertido en una plaga que genera pérdidas por 56 millones de pesos anuales a los pescadores para fabricar alimento para ganado; la creación de un generador eléctrico a manera de plataforma para los zapatos que permita cargar el celular mientras se camina. “No tengo ni un solo peso, todo lo invertí en comprar las piezas piso eléctricas para esta aplicación. Si hay algún inversionista por ahí, ayú­denme”, dice Cristóbal Miguel. El universitario, que asegura nunca quedarse de brazos cruzados ante un problema, comenta: “El sueño de mi empresa es generar recursos y empezar a construir la generación promesa de Guerrero: niños talento, becas para ellos, becas para sus mamás y encausarlos.” Para este genio de la física, como lo han denominado, la educación es la única forma de debilitar al crimen or­ganizado: “Por cada joven que lo hace (estudiar) hay una doble ganancia para el país: es un soldado menos para el narco y la violencia y es un motivo más para el desarrollo para la nación.” Sus metas son consistentes: a través de la Fundación Ciencia sin Fronteras, Cristóbal Miguel busca impulsar la ciencia y la cultura en Mé­xico, ofreciendo apoyo a los jóvenes que deseen desarrollar proyectos y continuar estudiando. Como creador de esta asociación civil, en conjunto con la que llama su hermana, Natalia Telis, este universitario demuestra que lo que llamamos talento requiere diversas cualidades: tenacidad, curio­sidad, compromiso y apoyo. Su talento ha sido reconocido a nivel internacional y pese a su corta edad, científicos del  European Organization for Nuclear Research (CERN), en Suiza, lo han invitado a visitar el gran colisio­nador de hadrones. “Lo único que yo tendría que pagar es mi boleto de avión, pero no tengo dinero”, comenta. Y es que, aunque ha recibido una gran cantidad de premios, Cristóbal Miguel aún carece de recursos suficientes. cristobal1

Foto: Michelle Burgos.

 

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