Algunos lo señalan como pieza clave del nuevo eje México-Centroamérica-Venezuela (cualquier cosa que esto signifique según sus detractores). Otros lo acusan de haber robado a manos llenas cuando fue alcalde de San Salvador. Hasta hay quien asegura que el político de raíces palestinas es un dogmático que se hizo pasar por católico sólo para ganar la simpatía del electorado salvadoreño, sobre todo de aquél que se identifica con las ideas del sacerdote católico Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, asesinado en 1980 por incomodar en sus homilías a políticos con mensajes a los feligreses de libertad. Sea algo de esto verdad o no, lo cierto es que nada pudo parar la meteórica llegada de Nayib Bukele a la presidencia de El Salvador, después de ser respaldo el pasado domingo por más de 50% de los electores. En el contexto de euforia por un rostro ‘fresco’, muchos medios y analistas han puesto énfasis en el hecho de que el político de apenas 37 años viene a romper con un bipartidismo que se vino configurando después de la posguerra en el país centroamericano, el del izquierdista FMLN, del cual fue miembro, y el derechista Arena. Para entender su significado posiblemente valga la pena sacar el foco de ahí y moverlo a otros dos países de la región para luego volver a El Salvador. Costa Rica. Año 2014. Guillermo Solís, un catedrático de centro-izquierda reconocido, pero fuera de los reflectores tradicionales de la política, asumió la presidencia de su país luego de romper con el bipartidismo que inició en 1982 entre el PLM y el PUSC. Una de las razones que lo llevó a lograr su triunfo histórico: la promesa de una relación más cercana con la gente (representantes-representados) y un ¡no! rotundo de los ciudadanos a los políticos cuyas familias se han venido enquistando en el poder y, en algunos casos, con amplios casos documentados de corrupción. México. Julio de 2018. Andrés Manuel López Obrador. Después de tres intentos consecutivos, gana la presidencia con un partido prácticamente nuevo (aunque con un importante número de viejos políticos) al PRI y al PAN, cuyas estructuras venían a menos por la serie de políticas ineficaces que impulsaron como gobierno que, en teoría, combatirían la pobreza y promoverían el desarrollo, y una andanada de violencia y corrupción sin precedentes. Caras nuevas, políticos arrojados o no, pero con una promesa de cambio, inciden en el resquebrajamiento de viejas estructuras políticas de las que una gran parte de la ciudadanía ya está fastidiada y con las que los jóvenes ya no se identifican. De ahí que no podemos descartar el surgimiento de más Nayibs Bukeles en la región en los siguientes años. En el caso de El Salvador, la edad y temperamento de Bukele, que es el de cualquier joven, han sido aliados clave para llevarlo a ganar las elecciones de manera abrupta. No concluyó sus estudios de licenciatura, pero eso poco importa para un país que pide a gritos una puerta de salida posible diferente a las que ya han probado. Cuando tenía 31 años, Bukele se abrió paso entre los políticos de la vieja guardia para ser alcalde de Nuevo Cuscatlán, una alcaldía que aunque no es una plataforma política que ‘vista’ mucho en El Salvador, lo puso dentro de la política para abrir camino a una alcaldía que todos siguen a nivel nacional por ser la capital del país centroamericano, San Salvador, para luego saltar a la presidencia pese a autoridades electorales que estuvieron a punto de sacarlo de la contienda sin razones del todo claras. Muchas promesas hizo Bukele como candidato, entre las principales las de hacer que los corruptos devuelvan el dinero robado y que en El Salvador se instale un órgano similar a la Comisión Internacional contra la Corrupción que funcionaría igual a la Cicig en Guatemala, promovida por la ONU, a la que el gobierno de Jimmy Morales le hizo la guerra casi desde que tomó posesión como presidente en 2016. Pero no es la corrupción el único reto que tiene el joven político enfrente. El PIB per cápita de los salvadoreños ha venido a menos en el último lustro y lo que mantiene a su economía interna a flote siguen siendo las remesas (representan 18% del PIB). A esto se debe añadir el desempleo que se vive (es el segundo país de Centroamérica con la tasa más alta) y los altos niveles de comercio informal, amén de los altos niveles de violencia y migración que sigue teniendo, disminuyendo con ello cada vez más su fuerza productiva. Al final la foto de El Salvador y del joven Bukele es la misma que la de otros países de Latinoamérica, con sus diferentes matices. Los nuevos liderazgos generan esperanza en la población ante un entorno por demás difícil. El riesgo: que esos rostros que vienen a oxigenar la política no cumplan con las expectativas de cambio y, por el contrario, terminen tan ‘manchados’ como los político y partidos tradicionales. Y uno más: que los partidos de siempre no entiendan a profundidad el mensaje que está enviando la gente a ellos.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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